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—Esto se parece mucho a mi ciudad.

—Salvo que no es una ciudad, es un pueblo.

—La tranquilidad es la misma.

Ambos chicos avanzaban por la calle de tierra que los dirigiría hasta la casa de Emilia. Por suerte el calor de la tarde había disminuido gracias a la brisa fresca de la noche cercana. Aun así la velocidad que llevaban ambos era lenta; el ritmo estaba marcado por ella. No sabía cómo reaccionarían sus padres a la visita inesperada, pero le agradaba la idea de pasar una nochebuena diferente.

—En mi casa hay un teléfono —le dijo luego de varios pasos en silencio.

—Eso es bueno. Mis viejos me matan si no les aviso esto.

—¿En serio pensabas que ibas a llegar a tiempo? Sos muy optimista.

Él rió.

—No soy optimista. No tenía otra opción.

Le agradaba aquel joven. Era tan arriesgado como a ella le gustaría ser. En ese momento se encontró observándolo y preguntándose si los milagros navideños existirían...

—Por cierto, me llamo Teo —le dijo mientras empezaba a caminar hacia atrás para quedar frente a ella.

Emilia sonrió y dijo su nombre tras estrecharle la mano que él había extendido.

Cuando llegaron a su casa, él se sorprendió por la cantidad de adornos navideños que había. En la parte delantera, los arbustos estaban adornados con luces y, en la puerta principal, colgaba una corona navideña. Al entrar, se encontró con el gran árbol que cubría la pared cercana a la ventana. Era bastante alto y también tenía sus luces de colores ya encendidas. Aparte del árbol, también había guirnaldas y demás adornos en el interior. Aunquetodo esto perdía un poco de magia debido al movimiento que le generaba elviento del ventilador. 

—Sí. A mí también me da miedo —le dijo ella al observar el asombro dibujado en su rostro.

Desde el pasillo, asomó la madre de Emilia. Observó al joven un tanto confundida. Ella se encargó de explicarle la situación.

—Lo encontré en la calle y me lo traje a casa. —Y diciendo esto, desapareció por el pasillo.

Teo no supo que hacer. Por suerte, la madre de ella parecía ser más comprensiva y le preguntó qué había sucedido. Él le explicó la situación vivida y logró pedirle un teléfono para comunicarse con sus padres. Dejó la mochila en una de las sillas del comedor y se dirigió a la cocina, donde tenían el aparato.

Su mamá atendió en la segunda llamada y cuando escuchó la voz de Teo, empezó la catarata de preguntas. Tardó varios minutos en explicarle todo y en tranquilizarla. Necesitaba que le creyera, que confiara en que todo estaría bien y que en cuanto pudiera, emprendería el viaje hacia su casa.

Cuando volvió al comedor, Emilia estaba sentada al lado de la silla donde había dejado su mochila. Tenía una ropa diferente; short negro y una musculosa también negra. Su cabello castaño claro estaba atado en un rodete y sus ojos tenían una sombra bastante oscura que combinaba con su atuendo.

Al encontrarse con sus ojos, trató de salir de la incomodidad contándole que ya había llamado a sus padres. Ella asintió desinteresada y continuó pintándose las uñas, también de negro. Teo se sentó a su lado y volvió a buscar su celular en la mochila.

—Así que era cierto —dijo una voz.

Ambos levantaron la cabeza y se encontraron con Laura, la hermana menor de Emilia. Tenía puesto un vestido rojo al cuerpo y su rostro rebosaba en maquillaje. El peinado que llevaba parecía haberle llevado tiempo. Tras ella, llegó Karen, la prima de las hermanas quién tenía la edad de Emilia. Esta última se acercó a saludarlos a ambos, aunque sus ojos nunca se despegaron de Teo quien sonreía ante las cosas que decía.

Emilia los observaba de reojo mientras terminaba de pintarse las uñas. Toda su familia estaba sentada en el patio, por eso había evitado dirigirse hacia allí con Teo... Pero, al parecer, su madre se había encargado de hacerles llegar la noticia del invitado sorpresa. Su tranquilidad había terminado y sus intenciones de pasar tiempo con el joven y evitar a su familia, se habían dirigido directo al tacho de basura.

—Vení a saludar a la familia. Te quieren conocer —le dijo Laura tomándolo de la mano.

Teo buscó a Emilia con la mirada. Ella observó el interrogante en sus ojos negros y negó.

—Guardo esto y ya voy —se excusó él señalando alguna de las cosas que había alcanzado a sacar de su mochila—. Vayan, ya las alcanzo.

El silencio volvió a sumirse en el lugar. El guardó todo mientras Emilia se soplaba las uñas. Cuando terminó, se decidió a hablar.

—¿Te vas a quedar aquí toda la noche?

—Es lo que me gustaría.

—Te caen mal, ¿cierto? —Preguntó Teo adivinando.

Ella se encogió de hombros tratando de quitarle importancia.

—Soy la oveja negra de la familia. La rara, la diferente...

—Te entiendo.

—Lo dudo —se defendió ella.

—Dije que te entiendo. Soy el loco y arriesgado que abandonó su ciudad para luchar por sus sueños. El que decidió empezar de cero a pesar de las advertencias de la familia. Entiendo lo que es no ser lo que otros esperan que seas.

Cuando terminó de hablar, sus miradas se encontraron y a Emilia se le hizo imposible evitar la sonrisa sincera que se había formado en su rostro. Por primera vez, se sintió acompañada.

—Bien. Vamos a saludar a las ovejas normales —le dijo poniéndose de pie y usando esto como excusa para escapar de sus ganas de abrazarlo.

Encuentro en NochebuenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora