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La familia de ella capturó a Teodoro con preguntas de todo tipo. Quería conocer al invitado sorpresa. Y no faltó la tía espontánea que preguntó si eran novios.

—Que no —se alteró ella—. Dije que lo encontré en la calle y me lo traje a casa —rodó los ojos.

Teo se acercó a ella y le dijo bajito:

—No soy un perro...

Emilia sonrió.

—Ya lo sé. Ya lo sé —repitió pasándole su mano por la cabeza.

La charla continuó hasta el horario de la cena. Todos se sentaron alrededor de la mesa y los hombres fueron los encargados de repartir el asado que habían cocinado.

Emilia y Teo se sentaron al lado. Y Karen eligió el asiento contiguo al de él. Esto hizo que la charla entre los dos primeros, varias veces se viera interrumpida por comentarios de la tercera joven. Por suerte, Emilia amaba la comida, era lo único que le gustaba de aquella fecha, y aprovechaba esos momentos para comer con tranquilidad.

Después de cenar, sus cuatro primos más chiquitos empezaron a jugar a la escondida y los adultos se sumieron en charlas y carcajadas. Emilia optó por huir de la situación empezando a juntar los platos que ya no se usaban. Se sorprendió cuando Teo se puso de pie para ayudarla.

Fueron llevando los platos de a poco hacia la cocina, cruzándose entre sonrisas en las idas y vueltas. Luego, sus pasos se mezclaron con los de los adultos que fueron a buscar los regalos para dejar bajo el árbol. Las doce estaban muy cerca y decidieron aprovechar que los más pequeños estaban lejos.

Emilia se dejó la última tanda de cubiertos y fue a sentarse en el comedor mientras los adultos seguían ordenando los obsequios bajo el árbol. Teo apareció allí y se paró a su lado cruzándose de brazos.

Los adultos comenzaron a salir de allí y la madre de ella le dijo que controlara que ninguno de los niños entrara antes de tiempo. Emilia asintió sin problemas y, en cuestión de segundos, quedaron solos.

—No entiendo esta emoción navideña.

—Yo tampoco —coincidió él—. Pero supongo que se basa en la emoción de encontrarse con la familia o con amigos.

—Quizás la entendería si me juntara con gente con la que quisiera estar —dijo ella.

—Siempre está la esperanza de que en un futuro se pueda...

—Ves que sí sos optimista —rió ella y el desvió la vista hacia el reloj.

—Faltan cinco minutos.

Afuera ya empezaban a escucharse algunos cohetes. Los dos decidieron salir y buscar algún vaso para brindar con la familia. A pesar de todo, aquello despertaba algo en el interior de ambos.

Cuando el reloj dio las doce, todos levantaron sus vasos y gritaron al unísono un ¡Feliz Navidad!. Luego, empezaron los saludos individuales. Teo y Emilia se miraron y, tras una sonrisa, se desearon una feliz Navidad seguida de un breve pero intenso abrazo. Aquello la hizo replantearse nuevamente la existencia de los milagros navideños, pero la duda persistió por pocos segundos porque su madre llegó a su lado para saludarla. Así fue dejando un beso, un abrazo o un apretón de manos a cada uno de los miembros de su familia.

Luego de esto, prestaron atención a los fuegos artificiales que se dibujaban en el cielo. Aquella era la segunda cosa que Emilia amaba de la Navidad, la forma en la que el pueblo recibía esa fecha.

Después, todos se dirigieron al comedor donde se encontraba el árbol de Navidad y los niños empezaron a dejar salir al exterior su emoción. Entre aplausos y exclamaciones, fueron repartiendo los regalos que había debajo de éste. Emilia se sorprendió mucho cuando uno de ellos fue dirigido hacia ella.

No tenía pensado recibir algo ese año. Había sido el más difícil en la relación con su familia y no estaba tan segura de que aun tuviesen ganas de regalarle algo. Se alejó un poco del barullo y lo abrió con nerviosismo. No sabía qué podría ser, en su interior persistía la duda de que fuese algo que no le gustara. Pero cuando se encontró con el CD, su sonrisa nació desde el fondo de su alma.

Levantó su vista y se encontró con la mirada expectante de Teo metros mas lejos de ella. Emilia levantó el CD de Gustavo Cerati y se lo enseñó. La cara de sorpresa de él fue evidente y sus pasos la acercaron a ella.

—Creo que es una de las mejores cosas que me pasó este año. ¡Es el último disco de Gustavo! —Exclamó feliz.

—No sabía que también eras fanática de él —le dijo Teodoro tomando el disco en sus manos.

—¿También? ¿A vos también te gusta?

—Amo sus canciones.

De forma automática, ella tomó la mano de él y lo llevó por el pasillo. A Teo se le aceleró el corazón por la sorpresa.

Entraron en una habitación y, cuando las luces se prendieron, supo que era la habitación de Emilia. Las paredes estaban pintadas de azul marino y sobre una de ellas, había colgado un poster con el rostro del cantante que le gustaba a ambos.

—Mirá —le dijo ella que se había acercado hacia el escritorio.

Allí se encontró con todos los discos de Gustavo Cerati.

—¡Wow! —Exclamó él mientras los miraba de a uno—. Los tenés a todos.

Asintió feliz.

—Me llevó varios años conseguirlos, pero ahora lo logré.

Se formó un silencio interrumpido cada tanto por las voces que provenían del comedor. Teodoro se concentró en los discos y Emilia, en él. Como un impulso, se alejó de allí para acercarse a su mesita de luz. Abrió el cajón y sacó lo que había recordado. Luego, volvió a dirigirse hacia el joven.

Cuando sintió su cercanía, Teo se dio vuelta y se encontró con sus ojos.

—Feliz navidad —le dijo ella tendiéndole algo—. No me diste tiempo a envolverlo... Pero algo es algo —se encogió de hombros un tanto nerviosa.

Él observó lo que tenía en su mano y lo tomó un tanto sorprendido. Era uno de los discos de Gustavo Cerati.

—Emilia —susurró y a ella le encantó. Era la primera vez que decía su nombre—. No hace falta, en serio. —Intentó devolvérselo.

—Es Navidad y merecés tener un regalo. Ya tuviste suficiente con quedarte varado en plena nochebuena —rió ella—. Quiero regalártelo.

Él sonrió y finalmente lo aceptó.

—Gracias.

Sus miradas se congelaron, sus ojos se observaban con firme decisión y en el aire se sentía algo que los atraía el uno al otro. El corazón de ambos comenzó a acelerarse y...

—Chicos, ya está el pan dulce y los turrones —anunció Karen interrumpiendo el momento.

Ambos dieron un paso hacia atrás y Emilia fue la que logró hablar.

—Ya vamos.

—Apúrense —dijo desapareciendo.

La magia del momento parecía haberse perdido, pero la sonrisa seguía como tatuada en el rostro de los dos.

Encuentro en NochebuenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora