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Luego de almorzar el asado que había sobrado la noche anterior, Emilia, Teo y el tío de ella fueron en la camioneta hacia el lugar donde Teo había dejado su auto averiado. En la parte trasera de la misma llevaban las herramientas que solía usar el hombre para reparar los vehículos en su taller.

Los minutos transcurrieron en silencios y el único detalle que resaltaba en el momento, era la mano de Emilia unida a la de Teo. Ambos sabían que aquello marcaría un antes y un después en la vida de los dos.

Cuando llegaron, dejaron que su tío controlara el capó del auto. Mientras, Teo se dirigió al interior del auto para ver si lograba hallar su celular ya que estaba seguro de que lo había cargado antes de salir. Emilia observaba la escena sin saber cómo ayudar.

Teo abrió la puerta trasera para dejar su mochila y cuando lo hizo, algo cayó al asfalto. Era su celular.

—Había sido que no estaba tan escondido —le dijo a Emilia que lo miraba con una sonrisa.

—Probá a ver si arranca —le dijo el hombre desde el frente, cortando con la conversación de los jóvenes.

Teo se apuró en buscar la llave y se dirigió al asiento del conductor. Sin mucho esfuerzo, el motor arrancó.

—¿Qué tenía?

—Nada.

—¿Cómo que nada? Si dejó de marchar —trató de explicar el joven.

El tío de Emilia se encogió de hombros.

—Se habrá ahogado, no sé. Pero no tenía nada.

Aquello sorprendió a Teo quien había intentado arrancar el auto muchas veces antes de darse por vencido la noche anterior. Aun así le dio las gracias al hombre y se acercó a Emilia para saludarla.

—No sé qué pasó —le dijo cuando la tuvo cerca.

—Lo importante es que vas a poder llegar a tiempo para terminar la Navidad con tu familia —trató de alegrarse ella.

Nuevamente se instaló un silencio que fue interrumpido por una sonrisa de él que llamó la atención de Emilia.

—Ayer te pregunté si creías en los milagros navideños. Hoy yo te confirmo que existen —dijo señalando su auto—. Si no hubiese sido por esto, no te hubiese conocido.

Y, antes de que pudiese decir algo, sintió sus labios sobre los de ella.

—¿Me acompañás? —Le preguntó susurrando cuando se alejó.

—¿A dónde? —Inquirió ella un tanto confundida con el beso, pero sin dejar de sonreír.

—A mi casa. Vos me invitaste a pasar Navidad con vos, yo quiero invitarte a terminar el año conmigo.

La propuesta la tomó por sorpresa. Pero aun así asintió.

Quizás era el momento para empezar a arriesgar.

Y las dudas desaparecieron cuando sintió la mano de Teo tomando la de ella.

Aquel encuentro navideño había cambiado el rumbo de sus caminos, quizás, para siempre.

Encuentro en NochebuenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora