Capítulo 14.

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—¿Qué tienen de malo? —ella portaba sus sandalias a todas partes—. Puede
que no tenga cincuenta años, pero son prácticos y cómodos.

—Quizá para acarrear ganado. Pero no concuerdan con la imagen de la mujer solterona y remilgada que queremos crear.

Christian hurgó en la maleta de Mía y sacó unos tenis.

—Tropezaré con ellos —eran tres números más grandes de los que usaba.

—No camines. Sólo siéntate, toca el violoncello y entre movimiento y
movimiento finge que te molestan tus reumas. Yo me encargo del resto.

Así que se puso los tenis, tomó su arco y, cuando la tía Hortense llegó, quince minutos después, empezó a tocar.
Gracias a Dios la pieza era larga. Muy barroca, con muchos contrapuntos, con cientos de repeticiones y variaciones. Así que no importaría que añadieran veinte más para ganar tiempo, decidió Anastasia.

Tocaron mientras la tía Hortense y Christian charlaron fuera de la casa. Él comenzó a caminar de un lado a otro mientras la tía Hortense seguía hablando.

—Me doy cuenta de que es dedicada —volvió a ver a Anastasia por la
ventana—. Decidida. Lo puedes ver en la forma en que levanta la barbilla.

—Sí, es cierto —replicó él. Muy dedicada.

—¿Estás seguro de que goza de buena salud? A mí me parece muy frágil desde aquí —musitó—. Especifiqué que la maestra fuera una mujer de edad, pero, ¿puede hacer frente a una quinceañera?

—Es más ágil de lo que parece —contestó Christian con naturalidad—. Para ser una anciana, tiene mucha vitalidad.

—Es muy estricta, ¿verdad?

—Muchísimo. Una verdadera tirana.

—Mía parece haber mejorado muchísimo —comentó a regañadientes.

—Estaba seguro de que eso pensarías.

—Quisiera hablar con ella, saber cuáles son sus planes. ¿Crees que terminarán pronto?

—Lo dudo. La señorita steel es muy disciplinada. Practican toda la mañana. Empiezan desde que amanece.

—Harías bien en aprender algo de ella —rezongó la tía.

—Eso hago —señaló Christian. La anciana se quedó muda por un momento.

—No puedo esperar para siempre —gruñó—. La veré otro día. Quiero contarle de cuando tocábamos Breval cuando yo era joven.

—Le diré que te llame —ofreció su sobrino y condujo a la señora hacia la salida.

—Hazlo. Deseo que me mantengas al tanto de lo que pase. Por ahora creo que las cosas están bien. No obstante, la vigilancia lo es todo. Y no dudes de que estaré al pendiente. Se lo debo a la madre de Mía, que en paz descanse —partió

La chiquilla dejó de tocar. Anastasia  no lo hizo, pues no deseaba detenerse hasta estar segura de que se había terminado el peligro. Mía la siguió. Christian esperó hasta que la tía Hortense desapareció y entró en la casa.

—¡Lo logramos! —exclamó con alegría—. ¿Qué les parece si nadamos ahora?

—Fantástico —Mía dejó a un lado su arco.

—Por supuesto que no —cortó Anastasia—. Estamos estudiando.

—Por favor…

—Practicaremos toda la mañana —le recordó la joven—. ¿No dijo tu hermano que empezamos desde el amanecer?

—Yo quiero ir…

—Aunque no lo hicimos así, compensaremos el tiempo perdido —mencionó, implacable.

—Trabaja duro, Mía —su hermano la miró burlón—. Nos veremos después —tomó una toalla y una pelota de voleibol y se marchó silbando. Pocos instantes después, regresó—. Cuando salgas, no olvides el bronceador —se dirigió a la chiquilla—. Por favor, querida An, no descuides tu cuerpo y que Mia te lo aplique.

—No me llamo An —replicó.

Christian se dirigió a las canchas de juego.

—Le gustas —afirmó su alumna con alegría.

Anastasia se molestó. Le gustaba a Christian Grey igual que los tres cochinitos le gustaban al lobo feroz. Acomodó la partitura del concierto en el que estaban trabajando.

—Empieza en la página tres. Necesitamos trabajar mucho. Sólo voy a quitarme el talco.

La lección estuvo aceptable. No se podía esperar más, ya que su jefe y tres hombres hicieron su aparición en la casa, sacaron comida del refrigerador e hicieron comentarios, mientras Anastasia le daba instrucciones a su pupila acerca de una difícil parte de armonía.

Christian lo hacía sólo para molestarla. Sin embargo, demostraba indiferencia o la simulaba. No fue fácil para ninguno de los dos.

—¿Quién es ella? —susurró un hombre en voz alta a su jefe.

—¿Viven contigo? —preguntó otro de ellos, contemplándolas.

—¿A quién le importa? Me las llevo quienesquiera que sean —comentó el tercero con una sonrisa vulgar.

—La rubia es mi hermana —aclaró cortante—. Y la otra es mía. Así que no se acerquen.

¿Suya? ¿Con qué derecho? Anastasia lo miró enfadada. Él tuvo la audacia de guiñarle un ojo. La chica estaba a punto de hablar cuando miró a los demás. Altos, musculosos y bronceados, podrían ser copias del señor Grey, salvo por una cosa. Sus
miradas eran más morbosas. Tragó saliva y se concentró en la música.

—Desde el principio —le indicó a Mía, cortante.

—Dijiste…

—¿No escuchaste? —Anastasia fue tajante. La chiquilla suspiró y miró de soslayo al más rubio y joven de los amigos de su hermano.

—Vámonos —anunció Christian cuando los demás mostraron decidida falta de entusiasmo por marcharse.

—Oye, Chris… —protestó uno.

—Vamos, hombre, sólo queremos oír un par de minutos más. Un pequeño
curso de apreciación musical.

—Nos marchamos —no fue una sugerencia sino una orden. Los condujo a la puerta casi a empujones. En el último momento, justo cuando Anastasia se alegraba de estar libre, le dio un beso en el cabello—. Prosigue, An.

La chica se ruborizó y cometió un error al tocar.

—Lo hacen muy bien —comentó el más joven—. ¿Crees que podrían interpretar a Springsteen?

____

—No soy tuya —se enfrentó Anastasia a Christian esa noche en la cocina. No habló durante la cena. Ahora que Mia salió con sus amigas, aclararía las cosas.

—¿No? —sonrió él, burlón.

—¡No! —se sonrojó—. No es necesario que lo digas.

—¿Preferirías alejarlos tú sola, linda? —añadió con una sonrisa más amplia.

—Por supuesto —lo miró con desprecio.

—No cuentes con ello. Eres deseable. Aun con esa ropa ridícula.

—Es adecuada —replicó.

—Tal vez para tocar el violoncello o para cortar rosas. Pero nunca debes usarla en la playa.

—No lo voy a discutir —vestirse de ese modo era simbólico, le brindaba
seguridad. En virtud de que era necesario permanecer lo más lejos posible de Christian Grey y de la gente del Sur de California.

A solas, reconocía que era una tontería vestir así para ir a la playa. La brisa levantaba su falda y siempre tenía arena en la ropa. A pesar de todo no se atrevía a ponerse otra cosa.

—Estoy muy agradecido contigo —el hombre se apoyó sobre el refrigerador—. Jugaste limpio....

***

¿De qué país leen?

Destinos Opuestos [Adaptada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora