capitulo 32. el secreto revelado.

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—No lo soy —aclaró con firmeza—. Soy una mujer —Christian se lo demostró—. Y soy buena maestra. De lo contrario su amigo Raúl Ibáñez no habría aceptado a Mia, ¿cierto? —miró a Hortense con dureza. Por un momento la señora no habló.

—Es la hija de Ray Steel —acusó al fin.

—Sí.

—Usted no lo aclaró.

—No era algo relevante.

—¿No es importante? —Hortense estaba azorada.

—No para impartir clases.

—Pero…

—Hice un buen trabajo con su sobrina, ¿no es así?

—Bueno, sí —concedió la mujer—. Pero…

—Entonces, eso es lo único que importa.

—Tal vez respecto a sus clases —volvió a conceder—. Pero usted y Christian… —

no hacía falta ser genio para adivinar lo que pensaba.

—No existe tal cosa —negó con la cabeza. Hortense parecía dudarlo—. Aunque desearía que sí existiera.

La tía Hortense, Mía y Toby recibieron una fuerte impresión.

—Daría cualquier cosa por que fuera cierto —prosiguió Anastasia, obstinada. —Pero no confié lo suficiente en él. Y ahora ya lo perdí.

—Vaya, nunca creí… —tartamudeó la anciana.

—Usted también debió estar segura de él —declaró la joven—. Pensó que Christian lograría que Mía llevara una vida de fiestas frívolas y coqueteos. Pues nada se aleja más de la verdad. A él le importa mucho su hermana puesto que toda su familia es ella. Déjelo en paz. Enójese conmigo si quiere. Pero no le eche la culpa de esto a él. ¡Se merece una mejor opinión y un mejor trato de parte de usted!

Hortense la miraba como si no pudiera creer lo que oía. También Mia y Toby. Era una Anastasia a la que nunca habían visto. Pero ahora sí sabía lo que quería, lo que necesitaba y que lo conseguiría.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Mia  cuando Hortense se fue.

—Sí, ¿qué? —inquirió Toby.

—Encontrar a Christian—suspiró Anastasia.

"Si quieres algo tienes que luchar por ello", le dijo Christian la primera ves  que Anastasia trabajó para él. Al principio pensó en su arrogancia, parecida a la de su madre. Ahora creía que Bob  nunca se hubiera podido llevar a Carla si ella no hubiera estado de acuerdo.

Ray  no la quiso lo suficiente como para buscarla, ya que contó con una sustituta… Anastasia. Fue una esclava para su padre, quien siempre le infundió sentimientos de culpa por el abandono de su madre, para que la
niña lo complaciera y lo obedeciera en todo.

Ahora ya no. Anastasia se hizo cargo de su propia vida ese verano… gracias a Christian Grey. Él hizo lo que Anastasia nunca se atrevió por temor a perder el amor de su padre: vivir la vida a su manera. Él rechazó las ideas de Ray respecto de su vida y había trabajado para conseguir todo lo que tenía.

Eso fue lo que Christian la alentó a hacer desde que Anastasia fue a vivir a su casa. La chica se daba cuenta de que la manipulación y la docilidad no eran amor. Amar significaba estimular a una persona para que fuese mejor de lo que podía ser. Él le
sugirió que debía seguir dando clases si eso era lo que realmente deseaba. Lucharía por ello. Aunque por sobre todas las cosas, ella quería a Christian. Tenía que encontrarlo y convencerlo de que lo amaba.

Fue Elena quien le dio la pista.
La mujer se sorprendió mucho al recibir la llamada de Anastasia. Mas ésta ya había agotado todas las posibilidades. Elena era la única persona que quedaba a quien no había preguntado acerca del paradero de Christian y estaba tan desesperada que no le importó hacerlo.

—¿Quieres verlo? —estaba perpleja.

—Sí, necesito hablar con él.

—¿No te parece que ya lo has herido bastante?

—¿Yo? —se quedó atónita.

—Dijo que te habías ido con ese músico —explicó después de un breve silencio.

—¿Hablaste con él?

—Yo… —Elena vaciló—. Demonios, me matará si se entera de que yo lo conté.

—¿En dónde está?

—¿No puedes dejarlo solo?

—¡No! Por favor… No quiero lastimarlo. Yo… lo amo —era la última persona a quien Anastasia deseó hacerle esa confesión. Ahora, hubo una pausa más larga que la primera. —¿Oíste lo que dije?

—¿Cómo lo dejaste entonces? —inquirió por fin.

—¡No lo abandoné! Llevé a José al hospital. Cuando regresé a la casa, ya no estaba. Tengo que hablar con él. ¡Por favor! ¿En dónde está?

—No… ay, Dios. ¿Porqué me meten a mí en estos problemas? —gimió.

—Dímelo —habló con toda la firmeza de la que fue capaz.

—Está en Gibbs Island. Puget Sound. Es un lugar deshabitado; sin embargo, él tiene un amigo que posee una cabaña allá. Dijo que volvería en un par de semanas, cuando pusiera en orden sus pensamientos.

Anastasia no esperaría tanto tiempo.

—Tienes que aguardar su llegada —afirmó Elena—. No puedes ir. Es un sitio remoto, inaccesible.

—Lo haré aunque tenga que nadar.

Lo hizo. Puget Sound, en agosto, estaba helado. El viento soplaba con fuerza del norte justo cuando ella y el pescador, que estuvo de acuerdo en llevarla a la isla, se pusieron en marcha.

—Será difícil entrar con estas olas —gritó para ser escuchado—. Podríamos esperar hasta mañana.

Anastasia movió la cabeza. No iba a esperar. Cuanto más tiempo pasara, más grandes serían sus miedos. Toda su vida fue cobarde, adaptándose a los deseos de su padre; sin luchar por lo que quería y creía.

—¡No! —gritó a su vez—. Iremos ahora.

Pero si Gibbs Island era un ejemplo de la hospitalidad que recibiría, estaba en un gran problema. El pescador miró hacia las olas y al estrecho pasaje que había entre las rocas para acercarse a la isla y movió la cabeza, preocupado.

—No puedo hacerlo, señorita. El mar está demasiado picado. Voy a destrozar mi bote si trato de pasar.

—Por favor, debe hacerlo.

—Sólo un idiota lo intentaría.

—Pero… —buscó un milagro—. ¿No hay forma?

—Supongo que podría llegar nadando —lo dijo en tono de broma.

Anastasia fijó la vista en el estrecho pasadizo, en las olas que se rompían contra las rocas.

—¿Es posible hacerlo?

—¿Nadar? —su sonrisa desapareció.

—Sí.

—¿Está loca, señorita?

—No. Sólo tengo que llegar a la playa.

—¿Es experta?

—Pasable —quizá estaba siendo demasiado optimista. Bajo las enseñanzas de Christian, había aprendido, practicado y progresado.

Nadaba todas las tardes, tenía
confianza en sí misma y lo hacía bien. Quizá el mar del Sur de California no se comparaba con una tormenta en Puget Sound, pero la distancia no era mucha. Deseaba estar a su lado. ¡Lo amaba tanto!...

***

Destinos Opuestos [Adaptada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora