Prólogo

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"Jamás debería de haber pasado por esto..." pensó Yuuri mientras se acomodaba la dupatta para cubrirse el vientre expuesto y la piel de sus muslos que los pantalones bombachos dejaban entre ver por la apertura de los costados. El tintinar de los brazaletes de sus muñecas y tobillos lleno el carromato en el que viajaba.

Se sentía expuesto con aquella ropa. Extrañaba la suya propia, aquella con la que había salido de Tierra Oriental y que le obligaron a dejar al cruzar la frontera entre su hogar y Tierra Central. Cuando se la habían retirado para darle la que estaba usando aun podía sentir las lágrimas de su madre sobre el hombro, húmedas y cálidas, apretándole el pecho y cortándole el aire como una mano invisible que no lo dejaba respirar. Acaricio el colgante que llevaba al cuello único recuerdo de su familia y que su padre le había entregado antes de partir.

Como había extrañado el aroma de casa que estaba impregnada en su ropa durante su viaje.

Los extrañaba mucho y sabía que jamás los volvería a ver.

Miro a su alrededor incómodo. Había dos Gamma cuidándolo -vigilándolo- desde la parte trasera del carromato con sus ropas características: chalecos bhangra con el color de la Casa del Rey sobre el torso desnudo, brazaletes de oro en los brazos con el escudo del Gran Rey y pantalones dhoti con las espadas gemelas colgando al cinto. Aunque parecían relajados, Yuuri sabía que eran asesinos entrenados que no toleraban los contratiempos. Los había visto actuar un par de lunas atrás junto a los otros ocho que cuidaban la caravana a camello en el exterior cuando unos bandidos habían intentado robarles.

Mirando a su derecha vio a Pichit, el Delta que actuaba de interprete entre él y la comitiva, sentado junto a Mila, la Alfa que había ido en representación del Gran Rey, y Chris, el representante Alfa de la Alta Corte, hablando animadamente en el idioma de la Gran Capital; una lengua con acento fuerte que sonaba un poco tosco y que Yuuri había comenzado a detestar profundamente a través de su viaje.

Sintió una mano sobre la suya que estaba apretando la tela de su ropa con bronca. Mirando a su lado vio a Minami, un Omega como el con quien compartía la unión, observándolo con preocupación en sus ojos y un temblor imperceptible en los labios.

Yuuri solo pudo sonreírle mientras lo envolvía con su brazo, empujándolo para que se recostara en sus piernas y le acaricio los rubios cabellos. Pudo sentir la alegría y el confort de Minami como una caricia suave y maravillosa.

Habían aprendido a no hablar mucho en su viaje por lo que su unión era un regalo para sentirse entre ellos y saber cómo se encontraban.

Realmente habían dejado de hablar entre ellos cuando estaban cerca de Pichit. A veces olvidaban que el joven era un mestizo nacido en el pueblo limítrofe entre Tierra Oriental y Tierra Central y cualquier cosa que ellos dijeran iba a ser dicha a los dos Alfas de la Corte.

—¡Ya deberíamos de estar por llegar! —dijo Pichit en el idioma de Oriente intentando inútilmente incluirlos en su charla. El chico era alegre y su mirada cálida cuando se enfocaba en Yuuri y en Minami.

Cualquiera que observara a Pichit vería en el a una persona de Tierra Central, la tez aceitunada y los vivaces ojos grises como clara característica de la gente de la Gran Capital. Pichit les había dicho que antes de ser uno de los Deltas del Gran Rey, había vivido con sus padres en el pueblo que limitaba -y mezclaba- ambas tierras, donde el desierto era menos cruel y el clima mucho más frió. "Heredé mi apariencia de mi madre y aprendí tu idioma de mi padre" le había comentado cuando se conocieron.

Tal vez en otras circunstancias hubieran sido buenos amigos, pero no hoy y no en un futuro cercano.

Ninguno le miro, ni le respondió.

La Joya del DesiertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora