Capítulo 1: Lady Croft

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Volveré y seré millones.

HOWARD FAST, Espartaco

1. Lady Croft

La anciana dama lentamente separó la cortina y oteó inquisitivamente el paisaje exterior. La mansión Croft estaba en calma, silenciosa y serena como casi siempre, siendo el tic-tac del antiguo reloj el único sonido audible.

Había llegado con antelación, como siempre. Ella quería estar allí cuando llegara su nieta, para recibirla personalmente. Nada de descuidos por parte de Lady Croft. No con ella.

Aquella niña se había convertido en su mundo.

Dio un respingo al oír, en la lejanía, el rugido del motor. Frunció el ceño. Cómo no, la traía en motocicleta. En aquella enorme, ruidosa, monstruosa motocicleta.

Qué barbaridad.

Observó con ojo crítico cómo se abría la verja de la mansión y la flamante Brough Superior SS100 hacía su entrada. Era una vieja gloria, y a Lady Croft le hubiese sorprendido, si le hubieran interesado esas cosas, lo mucho que había pasado aquel vehículo, y el mérito que tenía de haber sobrevivido a todo aquello.

Igual que su conductor.

Aquel hombre – Lady Croft se negaba a pronunciar su nombre, aunque naturalmente, lo conocía de sobras - aparcó la motocicleta en el camino principal y apagó el motor. Casi en el mismo instante en que se extinguió el rugido del motor, el parloteo incesante de su nieta se sobrepuso al suave murmullo del jardín.

La anciana dama no llegaba a oír exactamente lo que la niña decía, ni tampoco le importaba demasiado en aquel momento. La inquietaba enormemente que viajara en ese monstruo, detrás del hombre, agarrada a su cintura.

Qué horror. Con la de accidentes de tráfico que había, y más con aquellos trastos de Satán. Por no hablar de que aquel hombre jamás había llevado casco.

Aunque Lady Croft tenía que reconocer que, al menos, la niña sí lo llevaba. De hecho, seguía parloteando como una cotorra mientras él se giraba y, pacientemente, le sacaba el casco a su hija, dejándole el pelo desastrado y enmarañado.

La dama gimió para sus adentros. Su nieta parecía salida de una cesta de gatos furiosos. Ya podía intentar convertirla en algo decente mientras estuviera con ella: en cuanto se iba con aquel hombre – o con su madre, lo mismo daba – volvía a asilvestrarse.

La niña, ajena a su desastroso aspecto, seguía charlando sin parar mientras el hombre le atusaba el cabello con una mano.

- Sí, claro. - masculló Lady Croft entre dientes.- Despéinala aún más, por qué no.

Momentos después, y todavía sin callarse, la chiquilla se ajustó sobre la espalda una mochila ajada que casi era más grande que ella, rodeó el cuello del hombre con sus brazos y le dio un beso – "Santo Dios, espero que no le contagie nada" - en la mejilla mal afeitada - "ni siquiera sabe afeitarse cómo es debido, habráse visto esas patillas" - tras lo cual, saltó de la moto y se plantó en el suelo con un movimiento ágil que no carecía de cierta elegancia.

La elegancia de su madre, desde luego. Era una Croft.

Ahora el hombre le estaba diciendo algo en voz baja, lo que milagrosamente la había hecho callar. Ella le escuchó atentamente y luego asintió. Entonces el hombre sonrió – si es que podía llamarse sonrisa a esa mueca torcida tan desagradable – y le dio una palmadita en el hombro. La niña sonrió, se despidió agitando la mano, dio media vuelta y entró en la mansión.

Entonces el hombre alzó la vista y la miró directamente.

Lady Croft dio un respingo y saltó hacia atrás, soltando la cortina. ¿Cómo era posible que...? Se tapó la boca, avergonzada, y se quedó quieta tras las cortinas, hasta que oyó de nuevo el rugido del motor y la moto alejándose.

Tomb Raider: El LegadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora