Juguemos a perseguir al ratón

432 19 7
                                    

Capítulo 25


Había cientos de hormigas caminando por mi brazo derecho.

Las podía sentir a todas mientras subían y bajaban sin piedad; algunas incluso llegaban a morder mi piel. Entonces se volvió demasiado difícil seguir durmiendo y tuve que abrir los ojos.

Lo primero que noté fue que mi cara estaba hundida contra un suave colchón, enterrada entre sábanas de color celeste.

Lo segundo en que me fijé fue que las famosas hormigas que sentí durante mi sueño, eran pequeños calambres que me perforaban el brazo ya que había caído dormida sobre él. Me dolía todo el cuerpo, especialmente el vientre y mi zona íntima.

También me dolían los músculos de las piernas y de los brazos, era como si hubiera estado haciendo una mini maratón de ejercicio todo el día.

Me estiré un poco en la cama, haciendo que la sábana se arrugara y se pegara contra mi muslo, fue allí cuando noté la gran mancha roja que tenía ésta.

Me erguí en mi lugar, recordando repentinamente todo lo sucedido en las horas pasadas.

Nacho. Yo. Juntos en la cama.

Miré con vergüenza la mancha que difícilmente saldría si no corría a lavarla pronto.

En ese momento, Nacho decidió hacer acto de presencia.

Llevaba dos manzanas en la mano, junto con un jarro de cristal lleno de agua.

— ¿Qué sucede? —preguntó alarmado al verme despierta— ¿Qué es?

La vergüenza me carcomía lentamente. Intenté tapar lo mejor que pude las sábanas, pero tarde o temprano se iba a dar cuenta. Mejor decirle yo misma.

—Yo... creo que manché las sábanas.

Que se abra un hoyo en el suelo y me trague. O mejor, que se abra un portal a otra dimensión y me absorba.

—Tranquila —susurró él, se acercó hacia mí y me besó en la frente no sin antes envolverme en sus brazos— te traje pastillas por si dolía. Y algo de comida.

Más vergüenza. No sé por qué la pena, digo, lo acababa de ver desnudo y él también me vio desnuda a mí, hasta hace poco terminó de moverse dentro de mí, pero aquí estaba yo, avergonzada al máximo y sin saber qué decir.

—Come —me presionó con la manzana.

La tomé y le di una buena mordida. Pero yo seguía viendo la mancha que era un recordatorio de mi virginidad perdida.

—Prometo limpiarlas. Relájate —me dijo él. Finalmente asentí y estuve de acuerdo.

Ambos nos envolvimos en un abrazo y dejé que su piel se pusiera en contacto con la mía.

Me sentía tan maravillosamente adolorida.

Definitivamente iba a repetir esto con él... Y media hora después lo estábamos repitiendo.

Lo disfruté un poco más esta vez, pero aún le costaba a mi cuerpo acostumbrarse.

Con algo de práctica lo iba a superar rápido.

—Nena —murmuró Nacho en mi oído, aún seguíamos unidos por las caderas y él continuaba moviéndose de arriba a abajo. Mi pelvis también se encontraba con la suya en cada embestida.

Bajó su ritmo para seguir hablándome al oído: —Ya conté bien los lunares —dijo con dificultad. Tenía aprisionadas mis manos, sujetas más allá de mi cabeza. Mi espalda comenzaba a arquearse y gotas de sudor se deslizaban entre nuestros cuerpos—. No son veintitrés como te había dicho.

Aprendiendo a ODIAR al idiotaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora