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Estaba perdida, al borde del vacío, tan perdida de todo y todos que casi era invisible. Eran las 11 pm, había tenido una pelea con mi madre, nos dijimos cosas horribles, cosas que ninguna madre debería decirle a su hija y viceversa. Decidí tomar mis cosas, empacar la poca ropa que cupiera en mi maleta y salirme del techo que me mantuvo por tanto tiempo; como mi padre me dijo un día: "Aléjate de todo lo que te haga daño, incluso si aquello es tu familia". Fue ahí cuando comprendí porqué mi madre se alejó de él, y él de mi. Yo era un constante recordatorio de cuanto había amado a mi madre, pero sobre todo, cuanto la había lastimado, y como, por su propio puño, perdió al amor de su vida.

Después de caminar por un largo tiempo bajo las luces de una calle desconocida, pude notar que estaba muy lejos de casa, era muy tarde para tratar de enmendar las cosas y regresar a aquel obscuro abismo que yo llamaba hogar; donde abundaban gritos, insultos, golpes, etc.

Las calles empezaban a vaciarse, no pasaban coches, no pasaba gente, solo habían nubes siguiéndome por encima y el tenue destello de la luna que alumbraba los lugares donde aquellos postes de luz no alcanzaban a iluminar. Alcance el bolsillo de mi pantalón y saque un cigarro, lo coloqué en mi boca y busqué mi encendedor en el bolsillo de mi chamarra; no había nada. Busqué del otro lado, nada.
—Mierda. -dije para mí misma.
Seguí caminando, buscando algún local abierto donde pudiera comer y preguntar por algún lugar donde pudiera pasar la noche.
Todo estaba cerrado. Parecía un pueblo maldito, un lugar despoblado y vacío, jamás había estado en ésta zona de la ciudad.

Seguí caminando y por fin note una señal de neón en la cual se leía "abierto"; empuje la puerta de cristal y di un paso adentro. El lugar estaba vacío, solo se encontraba una cajera limpiando la barra de atención y se podía escuchar a dos personas charlando en la cocina.
Me acerqué lentamente, analizando el lugar a detalle. Llegué a la barra y la cajera me miró con una sonrisa amable.
—¿Puedo ayudarla? -me preguntó.
—Gracias, estoy buscando algo de comer y tal vez un lugar donde quedarme, ¿sabe de algún hotel cercano? -no quería dar mucho detalle, pero era inevitable.
—Nosotros estamos por cerrar, podemos prepararle algo rápido, ¿le gustaría un sándwich? -atendió.
—Si, muchas gracias, un sándwich está bien.
Ella asintió con la cabeza y se dirigió a la cocina. Les dio el comunicado a las dos personas ahí dentro y se volvió a limpiar la barra.
Me di vuelta y tomé un lugar cerca de la caja. Saqué mi celular, tenía 12 llamadas perdidas de mi padrastro, quien llevaba casado con mi madre 10 años.
Suspiré fuertemente y lo guarde nuevamente en el bolsillo de mi chamarra.
La cajera se acercó con mi sándwich en un plato desechable.
—Aquí tienes, linda. -me entregó la orden poniéndola en la mesa y justo cuando iba a agradecerle, se escucho un estruendoso golpe en la puerta de cristal; un chico entró corriendo, tenía una chamarra gruesa, cabello obscuro, jeans negros y botas del mismo color. Se notaba agitado y algo nervioso. Miraba hacia todos lados, parecía buscar algo, o tal vez estar huyendo.

—Disculpa, no puedes estar aquí, ya cerramos. -comentó la cajera al sujeto.
—Entonces ¿qué hace ella aquí? -reclamó el pelinegro, señalándome vagamente.
—Ella llegó hace tiempo, estaba por irse, ¿cierto linda? -la mujer tomó el sándwich y lo envolvió sigilosa y rápidamente en una servilleta.
—Cierto. -continúe. Tomé el sándwich y la cajera se llevó el plato a la cocina; estaba sola con aquel chico.
Me levanté de mi asiento y caminé hacia la puerta, justo al lado del sujeto.
—Yo no saldría solo si fuera tú. -comentó recargando el costado de su cuerpo en el marco de la puerta.
—¿Ah no? ¿Y eso por qué? -pregunté escépticamente.
—Porque ahí afuera hay alguien buscándome, si sales, puede tomarte de rehén.
—¿Y? Ni siquiera te conozco.
—Tal vez yo te tome de rehén. -dijo en una sonrisa torcida, se acercó a mi y me tomó de la cintura pegándome a él.
—¡Pero qué mierdas te pasa! -reclamé en un grito y lo aparté de mi con fuerza.
—Te voy a pedir que te retires. -intervino la cajera, dirigiéndose él.
—Ella viene conmigo. -me tomó de la mano y salió conmigo arrastrando. Era claramente más fuerte que yo y por más que intentaba zafarme, me era imposible.

Lo que decía era verdad, había un hombre esperándolo afuera.
—¡Thomas! ¡Thomas, con un carajo! -gritaba aquel hombre enfurecido.
En cuanto nos vio salir, corrió detrás de nosotros gritando lo que asumí, era el nombre del chico.
No importa cuánto tratara, su mano estaba aferrada a la mía, él me arrastraba consigo como si su vida dependiera de ello.

Nos topamos con un callejón con poca luz y el chico optó por meterse ahí; me acorraló en la esquina más obscura de éste, se juntó a mi y cubrió mi boca. Estaba muerta de miedo, no conocía a este sujeto, alguien nos perseguía y ahora estaba completamente vulnerable entre una pared y éste sujeto.
El señor que nos perseguía se pasó de largo, el chico se alejó un poco de mí para poder asomarse a revisar si ya no había rastro de aquel hombre, a lo cual yo aproveché para cerrar el puño y pegarle debajo del ojo.
—¡Ouch! ¡¿Qué te sucede?! -reclamó el pelinegro. Levanté mi puño de nuevo pero él lo detuvo antes de rozar su rostro. —No vuelvas a hacer eso.
—¡Suéltame! -exclamé.
—Huyendo de casa, ¿huh? -soltó mi brazo y se encaminó lentamente hacia la calle al otro extremo del callejón. Estúpidamente lo seguí, de todos modos, no tenía a donde ir y no quería quedarme sola en un lugar que no conozco.
—¿Cómo lo sabes? -le pregunté.
—Experiencias de vida. -respondió desinteresadamente.
Buscó en el bolsillo de su pantalón y sacó un cigarrillo y un encendedor junto con éste; colocó el cigarro entre sus labios y lo prendió aspirando fuertemente el filtro de éste.
—¿Gustas? -tomó el cigarro entre sus largos y estilizados dedos y lo colocó frente a mi.
—Preferiría fumar de los míos. -contesté y arrebaté el encendedor de su mano, lo coloqué en mi boca y aspiré una bocanada. —Entonces...¿Thomas?
—No me llames así. -replicó enfurecido.
—¿Por qué no?
—Así me llama mi padre.
—¿El que te perseguía era tu-
—Si, es mi padre. -hizo una pausa, miró al suelo, tomó una bocanada de su cigarro y dejó salir el humo rápidamente. —Calum.
—¿Qué?
—Calum, llámame Calum.
—¿Calum Thomas?
—Creo que ya sabes suficiente. -reclamó. —Sin embargo yo solo sé que huyes de tus problemas en casa y que fumas impresionantemente rápido para alguien de tu edad.
—¿De que hablas? -pregunté confundida.
—¿19? ¿20? -me miró detalladamente, sus ojos cafés perforaban los míos.
—19. -afirmé. —Y me llamo Karma.
—Que gran nombre.
—No te burles. -arrojé mi cigarro y lo pisé para apagarlo.
—¿Ves eso? -Calum se detuvo y me hizo voltear, señaló al piso detrás de nosotros. —Es un camino de pena y dolor, ansiedad y depresión, manía y paranoia.
—No lo entiendo. -comenté. Por más que miraba al piso no lograba ver lo que él veía.
—Ahí, esas pequeñas bolas de ceniza compacta del tabaco. -señaló al piso de nuevo. Ahora sí lo veía, era ceniza del cigarro que ambos veníamos dejando caer durante el camino. —La primera bola de ceniza marca el estallido de una emoción, ese momento en el que ya no puedes más, buscas un escape y no lo encuentras, así que prendes un cigarro, lo pones en tu boca, aspiras la anestesia y soplas el veneno, de ese modo, te olvidas de todo, aunque sea por un momento. Es como el humo que deja salir una olla express, si no dejara escaparse esa presión, la olla explotaría.

cigarette ashes ~ cthDonde viven las historias. Descúbrelo ahora