CAPITULO 1

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           Me senté en mi oficina, como todos los días; tomé un sorbo de mi café y comencé a trabajar. Mi trabajo no era muy malo, al menos eso pensaba. Los jefes del periódico me habían nombrado ''Clasificador de contenido'', un rango alto en mi oficio. Mis demás compañeros lo tomaban a burla y me llamaban ''el censurador'', yo lo veía como chiste y no le prestaba mucha atención.

          Mi tarea consistía en, como yo le decía, ''separar''. Si, separaba lo bueno de lo malo, de eso se trataba. Cuando leía un artículo que hacía referencia a algo que mis superiores no querían escuchar, lo reprobaba. Al contrario, cuando el artículo poseía un buen contenido referido al gobierno, la sociedad, etc., lo aprobaba.

          Pero ese día... no me sentía del todo bien. Primero no había tomado mi dosis de pastillas de la alegría, las cuales facilitaban mi trabajo, y segundo; empezaba a sentir algún tipo de nostalgia por mi hermano, el cual había sido recluido de la ciudad y enviado a las islas.

          Trabajaba conmigo en el periódico, pero un día uno de sus compañeros notó que ya no estaba ingiriendo sus pastillas y lo acusó de ser un deprimido. A la brevedad un grupo de guardias se presentó en su oficina. Yo que me encontraba en la habitación de al lado escuchaba sus gritos y varios golpes. Luego de ese día nunca más volví a verlo.

          Para no desconcentrarme y empezar a resolver acertijos en mi mente, busqué en lo más profundo del bolsillo de mi traje, con la esperanza de hallar la medicina. Toqué un objeto cilíndrico y en mí, se dibujó una sonrisa.

          -Menos mal que las llevaba conmigo-. Pensé para mis adentros.

          Las conduje con ambas manos hacia mi boca y empecé a ver como todo se transformaba a mí alrededor. De pronto, los pájaros cantaban, escuchaba risas acogedoras y el trabajo resultaba más agradable.

          Me dispuse en frente de mi máquina de escritura. A mi derecha se encontraba el tubo de noticias, que se dividía en dos. Un tubito, era para los artículos que llegaban a mi escritorio y el otro era para los que salían de él. Yo agarraba los que llegaban, los leía y analizaba. Algunos contenían más de lo común, otros, palabras hermosas y estaban aquellos que me desagradaban leer: poseían palabras y comentarios destructivos con respecto a la estructura de mi sociedad. Por lo obvio, los denegaba.

          Esos artículos no podían salir de este edificio, ni menos, llegar al hogar de nuestros lectores. Lo único que causaríamos con ellos sería causar caos y desesperación, por lo cual lo mejor era censurar su contenido.

          Nosotros poseíamos nuestros propios escritores. Ellos elegían un tema a elaborar, lo escribían a su gusto y luego yo los leía. Pero, también teníamos otras fuentes de escritura, otras personas que daban su punto de vista sobre ciertos temas; sus opiniones eran recibidas en nuestro periódico. Redactores anónimos con lenguaje vulgar y divertido de leer.

          Recuerdo ese día por las noticias interesantes que me tocó leer esa mañana. El lago envenenado, crímenes, avances científicos, etcétera. Pero uno de ellos captó mi atención. Su título era ''La mentira en la que vivimos''. Por sus letras principales lo denegué automáticamente sin siquiera leerlo. No quería perder el tiempo leyendo ese tipo de cosas.

          Estuve toda la tarde pegado en frente del computador sin un descanso. Observé mi reloj y me di cuenta de que el tiempo se había pasado volando. Mi turno había terminado y ya algunos de mis compañeros habían abandonado el edificio. Tomé mis llaves, me arreglé y salí de la habitación. Bajé las escaleras ya que el ascensor estaba en reparación, hace un buen tiempo. Yo me encontraba en el último piso así que tuve un largo recorrido hasta la puerta de salida.

Seamos felicesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora