CAPITULO 3

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 (Aviso importante, leer más abajo)

    Los acontecimientos ocurridos anteriormente me habían dejado sin palabras. En mi cabeza solamente se formulaban miles de preguntas, sin respuesta alguna. Intentaba encontrarle una mínima solución a aquellos hechos, pero el intento me era inútil. Mi mente era como un laberinto y todos sus pasillos llevaban a un callejón sin salida.

          Lo único que se me ocurrió en ese momento para acabar con mis pesadumbres, fue volver a tomar las pastillas de la alegría. Busqué la cajita en donde las guardaba. Aunque me olvidé el lugar donde las había dejado, no me costó mucho trabajo poder encontrarlas. Llené un vaso con agua y me lo bebí junto a la droga. No logré sentir un efecto inmediato como lo sentía antes, pero no le presté mucha atención.

         Antes de salir de mi hogar me arreglé lo mejor que pude y abrí paso hacia al periódico. El firmamento estaba cubierto por un enorme arcoiris, los pájaros cantaban y mi caminar era risueño. Todo parecía estar perfectamente bien. Un montón de caras conocidas me saludaban y yo les devolvía el mismo gesto.

          Al llegar al trabajo, saludé a Mirtha y pasé con tranquilidad por el detector de la alegría. Últimamente tenía que utilizar la salida de emergencia para entrar ya que debía evitar los detectores. El miedo a que me llamaran deprimido me inundaba. Me aterraba mucho, el solo hecho de pensar en lo que le había ocurrido al pobre chico del anfiteatro. Me sentía algo identificado con él; desgarbado, alto, tímido e indefenso contra el mundo exterior. No podía lograr imaginarme lo que debería de ser pasar el resto de mi vida en esas putrefactas islas.

          Intente alejar todos esos malos pensamientos mientras llegaba a mi oficina. Tenía muchos artículos que analizar. Leyendo muchos de ellos encontré uno del cual no pude despegar mis ojos de su lectura. El autor del fragmento era anónimo. Era solo una opinión publica, de las cuales estaba acostumbrado a denegar sin siquiera leer. Pero yo mismo había presenciado aquel horrendo acto, esa era la diferencia.

          Línea tras línea, oración tras oración leía sin detenerme. Cada una de sus palabras traía malas memorias a mi cabeza. Describía la situación como si él o ella hubiesen estado en mi lugar y visto lo que yo observé. Pero justo recordé que nadie había acudido a mis exagerados pedidos de ayuda. ¿Cómo era posible que nadie había notado lo que ocurría; pero el autor de este artículo lo había retratado con palabras a la perfección? Era incoherente.

          Sacando mis conclusiones llegué a una, que me pareció ser la más acertada. El escritor de este texto, era un ''deprimido oculto entre alegres''. Seguramente no se encontraba debajo del efecto de la droga y podía ver lo que los demás no...

          Terminé de leerlo y por lo obvio debía desaprobarlo. Pero cometí un grave error. No se si fue por mi extrema estupidez o por mi torpeza; pero introduje el pergamino por el tubito de los artículos aprobados. En ves de dirigirse a ser incinerado, se dirigía hacia la zona de impresión para posteriormente ser vendido en las calles.

          El espanto me ahogó. Lo que acababa de haber hecho podría costarme mi trabajo y en el peor caso... La expulsión.

          Antes de desesperarme, llorar o gritar, mantuve la calma e intente razonar. Lo mejor que se me ocurrió fue ir personalmente y buscar el artículo por mi cuenta. Sin seguir dándole vueltas me encaminé hacia las grandes maquinarias que yacían en aquel lugar.

          Solo había entrado una vez allí. Hace muchos años; antes de empezar a trabajar en el periódico, se nos daba un pequeño tour por todos los sectores que lo conformaban. De esa manera recordé donde era que terminaban los tubos. Al llegar, mis nervios aumentaron al ver la cantidad de papeles que se encontraban allí. Encontrar aquella noticia era como encontrar una aguja en un pajar.

Seamos felicesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora