La joven Bárbara corría lo más rápido que le permitían sus piernas, no iba a permitir que le hicieran eso ¡No quería!
Se rehusaba con todas sus fuerzas que su propio padre la obligara a eso.
Sería vendida como una vaca, sería vendida al mejor postor, como una prostituta.
Al llegar a su habitación se lanzó con fuerza a la cama, ocultó su cara en su almohada para tratar de reprimir sus gritos.
Su padre llegó hasta ella molesto, lo había humillado en frente a las personas que transcurrían en el muelle, en frente a su tripulación.
El ver a su hija en ese estado le produjo un poco de ternura y remordimiento.
—Es lo mejor.—Murmuró un poco bajo, en un tono en el cual ella nunca lo había escuchado hablar.—No hay oportunidades como éstas, el padre de ese hombre te está prometiendo un hogar y un matrimonio. Eres afortunada.—Dijo con un poco de dureza.—Debes aceptarlo, Bárbara. Eres mujer después de todo.
Bárbara lo miró con dolor.
—No lo amo.—Escupió con dolor.—En los libros que Asdrubal me hace leer cuentan que las mujeres se enamoran perdidamente de el hombre y después se casan, forman una familia y...
—¡Tonterías!—Gritó.—Fantasías capitalinas que están lejos de ser realidad.—Tomó su barbilla con fuerza. Bárbara cerró los ojos esperando el golpe.—Mañana firmarás ese papel, tendrás la sonrisa más grande que hayas tenido en la vida y cumplirás cada capricho de tu nuevo esposo.—Dijo con seriedad. No podía golpearla, no podía dejarle ninguna huella.—No vayas a cometer una tontería, Bárbara. Sabes que siempre te encontraré y las consecuencias serán graves, tanto como para el maestrito como para ti. Dile es de mi parte.—La soltó con brusquedad y se dispuso a salir.
El sonido de las monedad en su bolsillo latía con fuerza en los oídos de Bárbara.
—¿Eso es lo que valgo para ti?—Preguntó con rabia. El hombre paró su caminata.—¡Responda Taita!—Gritó.—¿Valgo esas cochinas monedas?
—Algún día lo entenderás.—Susurró bajando la guardia, salió de su cuarto dando un portazo que resonó en todo el barco.
Bárbara gritó con todas sus fuerzas, no quería casarse. No de esa manera, no con alguien que no conocía y que posiblemente sea un viejo asqueroso como los que ella estaba acostumbrada a tratar.
La puerta se abrió de un tirón, ella se asustó y alzó su mirada alertada.
Asdrubal entraba exaltado a su habitación.
—Ya me han contado lo que hizo.—Dijo desesperado.—De ninguna manera vas hacer eso, no podemos...—Se pasó las manos por el cabello desesperado.—Tenemos que escapar.—Dijo decidido.
—No podemos.—Susurró mirando el suelo, no podía mirarlo a la cara. La vergüenza no la dejaba.
—¿¡Qué!?—Gritó mirándola con los ojos abiertos.—¿Es qué quieres eso?—Preguntó molesto.—¿Quieres eso, Bárbara?—Su corazón latía a mil por horas.
—No.—Dijo rápido.—Mi padre ha dicho... Sólo te estoy protegiendo, Asdrubal.—Lo tomó del rostro y se lo acarició con delicadeza.—Hallaremos algún modo.—Le prometió.
Asdrubal la besó, fue un beso algo agresivo y que Bárbara trató de responder. Él la empujó en la cama haciendo que ella cayera de manera brusca, él se acomodó encima de ella y empezó a acariciar su cuerpo mientras la seguía besando.
—No...—Susurró Bárbara.
—Vamos, hagamos que tu futuro marido se lleva una sorpresa.—Dijo con burla.