—...Debería aceptar que ya fue. Que no somos, no fuimos y que no vamos hacer.
El atormentador sonido del silencio invadía cada lugar de Altamira, era bien entrada la madrugada y ni siquiera se escuchaba el canto desesperanzado de los grillos.
Santos encendió otro tabaco buscando una alternativa que lo sacara de todo el estrés y todo aquel agujero que era su vida, tomó la botella que adornaba su escritorio y vació su contenido en su vaso.
Soltó con lentitud el humo observando como en el aire se volatizaba, mientras todos dormían él pensaba.
Eran esos cortos lapsos de tiempo que tenía para relajarse, para estar a solas con su peor enemigo; él mismo.
Como todas las noches desde hace unos días atrás el teléfono de su despacho sonó, un aparato viejo, obsoleto que parecía sacado de una antigua película. Santos saltó para atender sin dejar que sonara siquiera otra vez.
—Hola.—Dijo al instante, su voz se tiñó de emoción, nerviosismo.
—¿Qué sigues haciendo?—Preguntó la delicada voz.—Creí que tenías una vida.—Se burló.
—La tengo.—Asintió como si pudiese verlo.—La odio, pero la tengo.—Estaba respirando de manera agitada.
—¿La odias?—Preguntó la mujer que hablaba del otro lado.—¿Tienes una casa?—Preguntó aún sabiendo su respuesta.
—Sí.—Dijo Santos respirando, buscando la calma que le daba aquella voz.
—¿Un plato de comida caliente en tu mesa?
—¿A qué viene esto?—Preguntó Santos pasándose la mano por su cara.
—Viene a que eres un tonto que sigues sin apreciar las pequeñas cosas.—Santos supo que ella había rodado los ojos.—Tienes una casa, un buen empleo, una familia... La tienes a ella.—Admitió a duras pena.
—He tratado en vano en comprender eso, te juro que lo he intentado de todas las maneras.—Golpeó su frente.—Pero no soy feliz, no seré capaz de hacerlos felices.—Admitió con un nudo en la garganta.—Todo sería tan distinto si ella estuviese aquí...—Pensó.
—Hay cosas que deberían quedarse atrás, Santos.
—No siempre.—Jugó con su tabaco.
—Pero debes hacerlo, debes olvidar.—Casi rogó.
—Olvidar sería una cobardía, yo quiero recordar sin que me duela.—Se estiró para tomar otra botella.—Debería haber una solución para esto, algún tipo de cura, un tratamiento.—Exclamó con los dientes apretados.
—Todo sería más fácil, no lo niego.—Admitió la mujer.—Pero también sería aburrido, un corazón roto te puede dejar muchas cosas... Una historia que contar, una enseñanza, un nuevo punto de vista.
—¿Cómo es posible que le saques el lado bueno a algo así?—Preguntó sonriendo débilmente.
—Fácil, después de haber vivido lo que yo, sólo quieres encontrar paz entre tanta tormenta. Buscas la mejor manera...La mejor mentira en la cual acogerte, y te abrazas tan fuerte que un día la creerás.
Cerró los ojos suspirando fuerte, su mano se aferraba con demasiada fuerza al teléfono que llegó a pensar que lo rompería por el quejido adolorido que el aparato dio.
—Mientras todos duermen ¿Por qué estás hablando conmigo?—Preguntó.—¿Por qué esperas con tantas ansias mi llamada?
—Necesito una esperanza, algo que me impulse a seguir adelante todos los días...