Había una vez...
En algún rincón olvidado y apartado del mundo, en un pequeño pueblo un rey buscaba una reina.
Por su palacio pasaron todas las mujeres más hermosas del reino y de otros más lejanos; muchas le ofrecían además de su belleza y sus encantos muchas riquezas, pero ninguna lo satisfacía tanto como para convertirse en su reina.
Cierto día llegó una joven al palacio, su belleza era deslumbrante, logrando opacar a las demás damiselas, sus ojos de un frío azul hipnotizador, con mucha lucha consiguió una audiencia.
—No tengo nada material que ofrecerte; sólo puedo darte un gran amor.—Dijo al rey con autoridad viendo que él no fijaba su atención en ella.—Si me permites puedo hacer algo para demostrarte ese amor.
Eso despertó la curiosidad del rey, Santos la observó con atención pidiendo que continuara para saber que sería eso que podía hacer.
—Pasaré 100 días en tu balcón, sin comer ni beber nada, expuesta a la lluvia, al sereno, al sol y al frío de la noche. Si puedo soportar estos cien días, entonces me convertirás en tu esposa.
El consejero del rey le susurró disimuladamente que se negara, no pensaba que esa locura fuese buena idea. Sus familiares que estaban a su lado concordaron con el consejero.
—Acepto.—Dijo Santos sin escuchar nada más por parte de su tía.—Si una mujer puede hacer todo eso por mí, es digna de ser mi esposa.—Él le dedicó una sonrisa desafiante.
Todos en el salón quedaron asombrados, en mucho tiempo no habían visto que su rey mostrara algún otro sentimiento aparte de apatía, odio y desagrado.
Bárbara asintió no dejando ver ningún tipo de duda o miedo, sabía que todos esperaban que ella cambiara de opinión.
Los días empezaron a pasar y la mujer valientemente soportaba las peores tempestades... Muchas veces sentía que desfallecería del hambre y el frío, pero la alentaba imaginarse finalmente al lado de su gran amor.
De vez en cuando el rey asomaba la cabeza por el lugar, el valor de aquella mujer lo dejaba impactado, jamás pensó que alguna llegaría a soportar tanto.
Y así fue pasando el tiempo...
Veinte días, cincuenta... Las personas del reino estaban felices, pues pensaba ''Por fin tendremos reina'' Noventa días y el rey continuaba asomando su cabeza de vez en cuando para ver los progresos de la mujer.
—Es increíble.—Susurró sonriente, de pronto su sonrisa se borró.—Pararé esto enseguida.—Frunció el ceño.
—¿¡Estás loco!?—Gritó su consejero.—No puede hacer tal cosa, majestad.—Agachó la mirada apenado.
—Antonio, esa pobre mujer está sufriendo por mí.—Gruñó.—Los primeros días comprendí porque pensé que no podría aguantar tanto, después fue porque estaba de viaje... Es una situación que me tiene agobiado.
—Te dije que estamos al pendiente de ella, más de una vez se le ha pasado un plato de comida, una manta; pero la dama es terca, no quiere recibir su ayuda.—Confesó.—Pero ya está mejor de salud, Santos... Deja de preocuparte, el pueblo está animado ¿Le arruinarás esto? Además ella te lo pidió.
Ofuscado pasó sus manos por su cabello, la situación escapaba de sus manos por más que intentara solucionarlo y ponerle por fin un alto a todo aquello.
Al fin había llegado el día noventa y nueve, todo el pueblo empezó a reunirse en las afueras del palacio para ver el momento en que aquella mujer se convirtiera en esposa del rey.