oct, 20.

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Pensé en él toda la noche, la mañana siguiente llevé la prueba de aquello pintada de colores morados bajo mis ojos. Había pensado en lo feliz que se veía cuando su cabello parecía un pedacito de cielo azul en su cabeza, y en lo triste que se veía ahora con ésos tonos blancos y grises que lo reemplazaban.

Así que comencé a sacar conclusiones, hasta llegar a una bastante convincente y que odié por completo; quizá su mente perdió color al mismo tiempo que el tinte fantasía. Eso podía explicar los golpes que le dio a la pared del baño, la razón por la que ya no sonreía, el volumen de su música, porqué ya no se mueve, o porqué se convirtió en un fantasma descolorido.

Antes de ir a clases me metí en un supermercado y compré cajas de tintes fantasía de todos los colores, también compré unos auriculares. Me aseguré de que él no estaba cerca de su casillero en la hora del almuerzo y lo forcé hasta poder abrirlo y meter la bolsa entre sus libros. Salí corriendo de ahí, lo vi a unos pasos más lejos sentado bajo un árbol, quieto, callado. Seguí corriendo, lejos de él, lejos de las mariposas que trepaban de mi estómago a mi garganta pero había algo dentro de mí que quería que vaya y me sentara junto a él, callado porque soy muy cobarde como para decirle alguna palabra.

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