Se arrimó hacia él, y se recostó en su pecho. Edd la rodeó con sus brazos; era cálida y el cabello le olía a flores.
—Tengo miedo —dijo ella—. Es mi pareja de toda la vida, y sé que le dolerá, y en cierta forma, a mí también.
—Entiendo perfectamente —replicó Edd, masajeando su cabeza con la yema de los dedos.
—Fuese lo que fuese que nos unía... ya no... —comentó ella; su voz era débil, se escuchaba triste y algo confundida—. Todo es tan... me siento tan extraña. Tal vez no me creas, pero nunca había estado con un hombre. Ni siquiera había besado a uno —confesó.
Eddard no pudo ocultar su asombro, pues, la había visto comportarse como una deidad mística, y sin ningún tipo de inhibición durante la noche anterior. La miró fijamente, y algo en sus ojos de miel le decía que era verdad. Aun así, preguntó:
— ¿Hablas en serio?
—Dije que no me creerías.
—Te creo —dijo él—. Pero... es difícil...
Ella agitó la cabeza suavemente—. Nunca antes me había gustado alguno, ¿sabes? —dijo, mientras acariciaba su pecho—. Desde niña siempre tuve cierta afinidad por las mujeres, y a medida que fui creciendo dicha afinidad fue transformándose en gusto. Así que mientras las demás chicas se imaginaban siendo besadas por el chico lindo del salón, yo me imaginaba besando a la más guapa. Pero nunca tuve pareja sino hasta que conocí a Karla. Ella fue como un flechazo, y ese sentimiento fue reciproco. —explicó—. Y, bueno, un día apareciste tú...
Se volteó y lo miró con ojos llenos de serenidad, parpadeando lentamente. Después, sonrió de forma cariñosa. A Eddard se le hacía imposible no sentirse atrapado por ella.
— ¿Y...? —estaba embelesado ante aquel rostro de ángel.
—Y... entonces... —se sonrojó y dejó escapar una risita.
La chica giró hacia un costado y salió de la cama, poniéndose de pie y dejando caer la sábana; su cuerpo quedó completamente desnudo. Se estiró de espaldas a Eddard durante un par de segundos. Él contempló –hipnotizado- su cuerpo desnudo, desde la larga cabellera rojiza que se extendía a lo largo de toda su espalda, hasta sus pantorrillas, que lucían firmes y torneadas. Con la pared azul de fondo, su piel se veía mucho más blanca y las curvas de su cuerpo se distinguían con cierta intensidad.
La chica caminó directo hacia la nevera, y él se sentó en la cama, recostándose del espaldar, sin quitarle la vista en ningún momento. Sus nalgas bailaban -firmes- a su paso, bajando y subiendo en un movimiento armonioso.
Abrió la nevera y observó con detenimiento—. Esto se asemeja más al refrigerador de una modelo anorexica de Victoria's Secret, que al de un estudiante universitario —bromeó.
Eddard soltó una carcajada; la vista del perfil desnudo de aquella chica era sublime.
Ella cogió una jarra con jugo de naranja y se llenó un vaso; luego, se dirigió hasta la pared que estaba abarrotada de afiches y recortes de periódicos.
—Esto es lindo, en serio —dijo, mientras se llevaba el vaso de jugo a la boca—. ¿A qué se debe? —Se volvió hacia él; sus pezones resplandecían rosados sobre la piel de sus pequeños, redondos y firmes senos.
—Me recuerdan a mi niñez —respondió.
Ella se volvió de nuevo hacia la pared; la recorrió lentamente, mirando cada afiche, cada recorte de periódico. Posteriormente, se detuvo y situó su dedo índice sobre un afiche—. ¿Quién es? —preguntó, girándose hacia él.
—Milan Baros —contestó—. Jugaba para el Liverpool, y fue uno de los mejores jugadores de la Eurocopa del 2004.
—Hmm... ¿y este? —preguntó, señalando al de al lado.
—Ese es Adriano, un jugador brasilero. Era una máquina. Tuvo su época.
Continuó paseándose por la pared—. Este es Figo —dijo—, y este es Ronaldo, este es Ronaldinho... y este, Beckham. —Continuó—. Y aquel de allá es Zidane.
—El mejor jugador de la historia —añadió Eddard.
—Pensé que había sido Pelé, o Maradona —replicó
—Na —soltó Eddard—. Pelé jugó contra lisiados, y en la época de Maradona eran contados los futbolistas de verdad.
Ella se situó frente a otro afiche—. ¿Es... Cristiano ronaldo? —preguntó.
—Seh, no era famoso en ese entonces.
Dejó escapar una carcajada—. Pero que feo era...
—Ya sabes lo que dicen del dinero...
La pelirroja se volteó y caminó en dirección a la cama. Le echó vistazo a la mesa sobre la que reposaba un artefacto cubierto con una manta. Se acercó—. ¿Este es lo que yo creo que es? —preguntó fascinada.
Él sonrió y asintió.
Apartó el manto y observó la máquina de coser con una sonrisa dibujada en el rostro—. Estás lleno de sorpresas —dijo ella.
Continuó bebiendo jugo, y se acercó al ventanal; abrió las cortinas y miró hacia afuera. La luz le daba de lleno en la piel; Eddard no podía desviar la mirada ni un segundo de ella, y no se trataba de algo netamente sexual, era distinto, pues, verla deambulando completamente desnuda por el apartamento lo llenaba de cierta paz, de cierta calidez en el alma. En ese momento se dio cuenta de que estaba ante la pieza que encajaba a la perfección en su vida, pieza que había permanecido ausente durante mucho tiempo. Pero que ahora se encontraba allí, junto a él, llenando un vacío que parecía prolongarse cada vez más.
—Bonita vista —musitó ella.
Y desde luego tenía razón: el ventanal daba hacia la maravillosa arquitectura parisina, y la vista del cielo era extraordinaria a toda hora.
De pronto, en el rostro de Eddard se dibujó una sonrisa.
Ella frunció el entrecejo—. ¿Qué pasa? —quiso saber, pero él continuó sonriendo, y poco a poco la sonrisa fue convirtiéndose en risa. Ella comenzó a reír también—. Estás muy loco —dijo.
—Eres perfecta —soltó él; debajo de sus gruesas cejas, su mirada penetrante se transformó en un mar de sinceridad.
Se quedó muda por unos segundos; tragó saliva mientras sus ojos cristalizados se clavaban en él. Eddard no sabía cómo interpretar ese momento ni lo que esa mirada significaba. Sin embargo, estaba seguro de una cosa: debajo de esa piel inmaculadamente blanca, ese rostro de ángel y ese bonito cuerpo, no había más que un ser humano lleno de defectos como cualquier otro, que había cometido errores y llevado un estilo de vida con el que muchos no estaban de acuerdo. Pero, a él, su pasado le importaba muy poco; con ella el mundo era mejor y la vida era paz. En sus ojos, aquella chica pelirroja, era perfecta. Y eso bastaba.
Por un instante su mente se trasladó varios meses atrás:
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LA CHICA DEL CABELLO ROJO
Short StoryEddard despierta en su apartamento al lado de Danièle, la chica pelirroja por la que se ha sentido inusualmente atraído desde hace varios meses.