LA CHICA DEL CABELLO ROJO PARTE III

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«Nunca llegaron a coincidir en clases, a pesar de estudiar la misma carrera e ir al mismo nivel. Sin embargo, solían verse de vez en cuando en el cafetín de la universidad. Fue un día martes cuando la vio por primera vez, ella estaba rodeada por un montón de mujeres, cada una más bonita que otra. Ella, desde luego, no era la más guapa del grupo, pero sí quien más resaltaba. Su sola presencia opacaba a las demás, y quien la veía babeaba por ella al instante.

—Que hermosa es —comentó Eddard a su mejor amigo.

— ¿Quién? —Indagó Rubert—. Todas son bellas.

—Ella, la pelirroja —respondió.

—Ah, Danièle —le dijo—. Sí, es bella. Más que bella, es rara. No sé, tiene algo.

Rubert tenía razón, era como si una especie de aura la rodeara haciendo que fuese imposible dejar de mirarla una vez que posabas tus ojos en ella.

—Pero es una lástima... —continuó hablando Rubert.

— ¿Tiene novio? —Preguntó Eddard. «Desde luego que tiene novio. Es imposible que una mujer así esté sola.» Pensó.

—Mmm... no sé si «novio» sea la palabra correcta —contestó—, «pareja» sería un término más idóneo.

— ¿Huh?

—Es lesbiana, Edd —aclaró finalmente—. Su pareja se llama Karla y, tienen toda una vida juntas. Creo que se casarán y terminaran adoptando un bebé.—Se rió.

Para Eddard las palabras de su amigo no fueron algo alarmante.

Segundos después, la mirada de Danièle se clavó en él, y si bien es cierto que no era la primera vez que se enteraba de la homosexualidad de una chica linda, si era la primera vez que una lo miraba con tal intensidad. Ambos se miraron fijamente por un momento hasta que, finalmente, ella terminó apartando la mirada.

No fue hasta que una conocida en común los presentó, que trataron por primera vez. Eddard estaba ahogado en timidez ante la presencia imponente de la chica. En cambio, Danièle evitó mirarlo a los ojos durante la mayor parte del tiempo que estuvieron juntos, y se comportaba como si aquella situación fuese incómoda para ella, o al menos eso era lo que él percibía.

Las semanas fueron transcurriendo y siempre coincidían en el cafetín. Nunca intercambiaban palabras, pero cruzaban miradas constantemente, y era evidente el hecho de que cada vez, Danièle, parecía estar más interesada en Eddard. En más de una ocasión volteaba a verla y ella apartaba la vista inmediatamente, aunque no lo suficientemente rápido como para que él no se diera cuenta de ello. Y, aquella actitud comenzaba a llamarle la atención.

—Tal vez le gustas —le dijo una amiga en una vez.

—Es imposible.

— ¿Por qué? ¿Porque tiene novia?

—Sí, más o menos por eso.

—Sigue siendo mujer, después de todo —comentó—. Además, si la comparas con su novia, ella es indudablemente mucho más femenina...

—¿Y?

—¿Cómo que, «¿y?»? —replicó—. Eso significa que existe una pequeña y minúscula posibilidad de que le gustes.

Aunque sabía que las palabras de su amiga eran utópicas, en el fondo quería creerle. Y, una noche, todas sus dudas se disiparon:

Ella bailaba con su novia, sin percatarse de que él estaba sentado al otro extremo de la sala.

—Bello paisaje —comentó Rubert—, dos féminas danzando al compás de la noche. Me gustaría que se besaran. Sí, sería excitante.

Eddard se rió—. Estás demente —le dijo.

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