Capítulo Final

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El ligero viento hacía que la cortina blanca que pendía de la ventana, se agitara levantándose un poco; descubriendo que Tamara estaba de pie, justo detrás de la delgada y transparente tela, llevando más de diez minutos observando al hombre que afuera de la recámara, yacía parado muy cerca del balcón y que con los brazos cruzados miraba hacia el negro horizonte ignorando su torso completamente desnudo: la frialdad de la noche.

Sintiéndose la responsable de esa conmoción actual... a pesar de haber sido escuchada con atención en su comprendida explicación, y así serenarse para no permitir que les echaran a perder otra vez la velada que se continuó con los amigos y después en el departamento de él... la pelirroja se dirigió a la cama para tomar una gruesa manta, cubrirse con ella y salir para llegar en el preciso instante cuando él, con sus manos, se tallaba desesperadamente el rostro, haciendo girar de inmediato su cabeza hacia ella en el momento que lo rodeó por la cintura y colocó su mejilla en la fría espalda, escuchándose increíble y nuevamente por parte de ella...

— Lo siento.

Sonriendo, él abrazó los brazos de la mujer que le alcanzó a dejar un beso en aquella piel antes de que el hombre se girara para apoyar su cadera en el balcón, colar sus grandes manos para ponerlas en la breve cintura de ella y luego jalarla hacia él que para quitarle ese gesto apenado dijo...

— Ya lo hemos discutimos bastante y acordamos que se trató de un malentendido, ¿o no?

— Sí, pero...

— Por favor, Mara — se le había puesto un dedo en la boca. — Te garantizo que todo está olvidado.

— ¿Estás seguro?

Él la abrazó aseverándole:

— Por supuesto —. Y sin decir más la pareja enmudeció.

Pasados unos instantes, ella, cubriéndole con la manta retomaría la palabra cambiando la conversación...

— No sabía que Jenny cantara tan bien.

— Y para serte sincero... — ella lo miró para escuchar: — ¡yo tampoco! — llenándose los dos de risas debido a la franqueza con que uno sonó. No obstante aquel sonido se disipó pronto y se dio paso al silencio. Prolongado éste, Fabrizio buscó el rostro de Tamara para preguntarle...

— ¿Estás llorando?

Ni porque las largas lágrimas ya le corrían por sus mejillas, ella le respondería con un – No – y escondió su cara en el pecho de él que le sonrió y la acurrucó observando...

— ¿Qué pasa?

— Nada — contestó ella; y él para hacerla reír, le bromearía:

— No conocía este lado sensible de ti.

La pelirroja hallaría la excusa perfecta:

— Es debido al embarazo — no habiendo mejor momento para apreciar por el regalo.

— Gracias, Tamara.

— ¿Por qué?

Ya que eran varias cosas que le debían, se elegiría:

— Por el hijo que me darás.

Lo que ella aprovecharía para confesar:

— Al contrario... — la pelirroja de nuevo buscó sus ojos, — las gracias te las doy yo a ti, porque precisamente por ti, conozco la emoción de lo que se siente llevar en el vientre, este producto concebido entre los dos: una vida, ¡mi gran ilusión!

— Prométeme que lo cuidarás — encarecidamente se le había pedido y siendo capaz, ella...

— Así dé la vida misma por él.

¿Quién teme al peligro?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora