Capítulo 19

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— ¿Cuántas veces me han hecho el amor? —. Sonriendo y evadiendo su mirada, Fabrizio respondía: — Bueno, como honestidad has pedido, la respuesta es... — él la miró... — ninguna —. Y le explicaría... — porque en mi cualidad de hombre es lo que me hace hacerlo: dar inicio al rito más antiguo, mantenerlo lo más vivo posible para que al final de satisfacer, ser yo el satisfecho.

— En pocas palabras... — ella se cruzó de brazos, lo miró con altanería y le cuestionaría: — ¿nunca te dejarías ser amado por una mujer?

— Yo no dije eso — el guapo Muñeco se defendió.

— ¿Entonces? — Tamara se relajó y sonrió cuando él, fingiendo no tener opción, del mismo modo contestaba:

— Está bien, voy a darte la oportunidad que me estás pidiendo.

Perdiéndose en la profundidad de sus ojos, a él le pidieron:

— Sólo con una condición.

— ¿Cuál?

Fabrizio, no pudiendo ser más pretencioso, escucharía con atención la instrucción que le propondrían:

— Que no meterás las manos en ningún momento.

— Pero antes de... — el hombre puso un gesto muy serio; y enarcando una ceja, demandaría: — contéstame tú a mí... esto que planeas, ¿se lo has hecho a alguien más?

— ¿Confías en mí? — ella sonó por demás sensual.

En cambio la voz de él retumbaría con exigencia al presionar:

— Respóndeme.

Ella, después de sonreír, sonaría sincera:

— No, tú tienes toda la primicia.

Con ello no se perdería oportunidad de nuevamente sentirse su dueño.

— Y de paso, también quiero todos los derechos de autor.

Sin dejar de ser inocentemente coqueta, Mara le respondería:

— Eso depende.

Lógico, se quiso saber:

— ¿De qué?

— De que te guste.

Anteponiendo conocimiento, él aseguraría:

— De antemano sé que sí.

Sin embargo ella:

— No des veredicto final hasta que... te exponga mi caso, "Señor Juez" —; y la pelirroja extendió su mano, la cual, él sin vacilación aceptó y se dejó conducir a la habitación más próxima, donde en su interior, las luces se encendieron para que el espectador no perdiera ningún detalle de lo que a continuación le ofrecerían.

. . .

Dos sencillas prendas cubrían el cuerpo masculino; así que la primera que le abandonó fue una camiseta de algodón que le dejó al descubierto su musculoso torso.

A la indicación de tenderse sobre la cama, Fabrizio sonrió; y nuevamente sin hesitación, él, después de quitarse sus zapatos, la acató; poniendo sus manos detrás de la nuca para observar con deleite la sensualidad de los movimientos femeninos conforme Tamara desabotonaba la blusa que no quitó; entonces ante lo expuesto, se observaría:

— ¿Nunca llevas sostén debajo?

Mordiéndose un labio, ella negó con la cabeza; después se giró para darle la espalda y concentrarse en el jeans que, al momento que comenzó a desvestirlo, se inclinó hacia el frente consiguiendo que su admirador, juguetón, se tapara con una mano la cara pero entreabriendo los dedos para mirar las redondas caderas de aquella que apenas las cubría con una diminuta tanga; empero al girarse ella nuevamente, él le preguntaría:

¿Quién teme al peligro?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora