Hace más de trescientos años, en algún reino al borde de la destrucción y la desgracia, la reina de aquel lugar acaba de dar vida al heredero al trono. El rey estaba siendo felicitado por sus sirvientes y en su rostro la alegría se podía notar, la reina por su parte se sentía ansiosa de conocer a su bebé.
-Su majestad me temo que no es... sólo un bebé.- dijo una de las sirvientas guardando el pánico en sus ojos. De la frente de la nueva madre resbaló una gota de sudor -¡Co-cómo que no es uno!- se preocupó la reina. En este reino como en cualquier otro, la costumbre dicta que el hijo varón mayor sería el heredero. El rey deseaba que su primer hijo sea varón, pero debido al estado financiero del reino necesitaban a una mujer. En el reino vecino había nacido un varón hace dos años y el rey de aquel lugar buscaba a una princesa para comprometerlo y mantener el estatus.
-Son dos. Gemelos.- dijo la sirvienta trayendo a los bebés envueltos en mantas blancas y al verlos la madre quedó impactada y una tranquilidad inmensa invadió su corazón. -Son preciosos.- dijo la reina. - Aún así debo platicar con el rey. Por favor, retírense y dejen que pase.- todas las parteras y sirvientas obedecieron y los bebés estaban en la cama en los brazos de su madre. Se abrió la puerta el rey entró feliz, un poco preocupado pero emocionado sin dudas. -Déjame ver a mi pequeño.- dijo el rey acercándose, cuando estuvo al lado de su reina vio a dos bebés en vez de uno. Su semblante cambió y reflejaba preocupación. - Esto será un problema.- susurró tapando su boca.
-Lo sé. Tenemos un reino que cuidar y no quiero dejar a ninguno fuera de la familia, no puedo.- sollozó la reina con lágrimas en los ojos. Tener la responsabilidad de cuidar todo un reino dejaba en problemas a ambos reyes pues no querían dejar a uno de los bebés fuera, necesitaban la ayuda financiera del otro reino. Era más que obvia la decisión que tomarían.
El rey fue al castillo del reino vecino, entró con varios guardias y una calle de honor se extendía desde la entrada hasta la puerta del palacio. Caminó de forma moderada, llegó a la puerta donde un hombre muy elegante lo esperaba, este lo guió hasta una habitación muy amplia con unas puertas tan altas que tocaban el techo. Las paredes de piedra tallada lucían muy costosas, y en las columnas había adornos de oro. El rey entró y se sentó en la silla que había frente al escritorio y, en la silla que estaba detrás del escritorio se hallaba el rey del otro reino.
-Bienvenido a mi palacio.- dijo el rey. Sus cabellos negros destellaban un brillo azul igual a sus ojos, la luz entraba por una gran ventana cubierta por cortinas violeta claro. -Gracias por la amabilidad. He venido a resolver un problema y espero su ayuda comprensiva.- dijo nuestro rey. Sus ojos celestes lucían fríos y como sin vida, en cada palabra que mencionaba se podía sentir su pesar y tristeza. Pasó una mano por su cabellera rubia y la posó en su corona, la mostraba con su dedo indice y el rey de cabellos oscuros sirvió una copa de vino para nuestro rey.
-Sabe usted cual es el trato, pero primero necesito noticias. ¿Qué tal se encuentra la reina? ¿Y el bebé?- cuestionó el rey de cabellos oscuros. Se sentó en una silla tapizada con piel, posó sus codos sobre el escritorio y fijó su mirada en el rey rubio, quien tomó una posición más altiva y noble. -Bien, gracias. Tenemos una niña.- respondió el rey.
-Bien. Supongo que estas de acuerdo con mis términos.- pronunció cada palabra con un tono suave pero firme. -Estoy al tanto. Y accedo a todas tus peticiones a cambio de tu apoyo financiero a mi reino de forma inmediata.- dijo el rey rubio mirando fijamente al rey de cabellos oscuros.
-Sólo para estar seguros repetiré mis términos: Primero, su hija será prometida en matrimonio con mi hijo mayor. Segundo, Entablarán amistad desde pequeños. Tercero, tengo derecho a visitar a la niña cuantas veces quiera para revisar su correcta instrucción. Y por último, el apoyo financiero que otorgue considérelo como un regalo a mi futura nuera.- con voz ronca el rey de cabellos oscuros habló seguro y sus ojos azules no tenían expresión alguna, cualquiera diría que daba miedo.
-Estoy de acuerdo. Pero recuerda que sigo teniendo total control sobre mi reino.- recalcó el otro rey. Estrecharon sus manos en señal de conformidad con el trato y así el rey rubio se marchó de aquel palacio. Cuando llegó al suyo, fue directamente a relatar lo sucedido a su reina. - El trato fue sellado. Le dije todo lo que acordamos esa noche.- dijo el rey sosteniendo la mano de la reina y de su mejilla resbaló una lágrima, le dio un fuerte abrazo tratando de tranquilizarla.
Fue la decisión correcta en su lugar como reyes. Pero su corazón de padres se sentía muy afligido. El reino se iba desmoronando, las familias morían de hambre, los suministros se terminaban y la minería no estaba dando buenos frutos. El destino de los bebés quedó marcado por la decisión forzosa de sus padres. Pero, por supuesto, quién podría siquiera dudar del dolor real de los padres al tomar dicha decisión, ¿no?
Cuando príncipe, el rey rubio vivió lleno de lujos, que ahora siendo el rey carecía. Su reino estaba cayendo y aunque no quería admitirlo necesitaba la ayuda. Su codicia estaba sobre todo, quería ver su reino florecer y... recibir las ganancias. El trato que firmó lo ayudaba a él de todas maneras, excepto por el hecho de saber que su reino sería absorbido por el otro en un tiempo lejano, pero le alegraba la idea de que no viviría para verlo, lo único que le importaba ahora era el dinero que recibiría y para ello ya tenía una plan.
La niña crecería llena de lujo y riqueza para que el otro rey siguiera apoyándolo con el fin de tener de nuera a una princesa digna de su hijo. Mientras que el hijo varón iría a parar a manos de la sirvienta que estuvo presente en el día de su nacimiento, en la que la reina tenía más confianza. La vida de estos gemelos tendrá muchos altercados y dificultades. Pero ellos se apoyaran el uno al otro enfrentando cada problema juntos.
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Sirviente del mal (Servant of evil)
Fiksi PenggemarNo soy quien para juzgar a los demás, y sus decisiones absurdas guiadas por la avaricia. Mi gemela, proclamada reina a corta edad y yo, su sirviente, el que ha de dar la vida a su causa. En un reino devastado a punto de caer en un abismo llamado gue...