-¡NOOO, SIGA CORRIENDO…! -gritó el policía.
Aun seguía en el suelo, un disparo en la pierna lo había derribado. Mariana no podía huir y dejarlo ahí. No podía, iba en contra de todo lo que creía. Ambos tenían que estar a salvo, y con ese pensamiento, corrió de vuelta hacia él. Sabía que se estaba exponiendo más de lo que ya lo estaba, pero no podía abandonarlo, no después de que él se había metido en ese peligro para salvarla a ella.
Cuando el policía comprendió el porque de su acción, la miró con impotencia, pero ¿acaso él no creía en el: “proteger y servir” a las personas? bueno, el también era una persona y no importaba lo que dijera, si Mariana podía ayudarlo, lo haría.
Cuando solo le faltaban algunos metros para llegar hasta él, la expresión del policía pasó de la impotencia, al horror. Miraba detrás de ella. Mariana se detuvo, se giró y miró a su espalda. Uno de los hombres de Adrián caminaba hacia ella apuntándola con un arma.
-¡AL SUELO! -le grito el policía desesperado, mientras con gran esfuerzo se ponía en pie y apuntaba también con su arma.
Mariana se volvió rápidamente y se tiró al suelo. En el momento en que lo hizo, escuchó dos disparos sucesivos. Uno había sido a su espalda y el otro desde el arma del policía. Su cuerpo se estremeció con el estruendo. Después, a su espalda, escuchó un sonido de desplome. Miró atrás y vio al hombre que segundos antes la había apuntado, tirado de espaldas y quieto. Cuando se giró nuevamente hacia él policía, lo encontró aun de pie, pero algo andaba mal, su mirada se hallaba perdida y sus ojos estaban abiertos desmesuradamente. La mano donde tenía el arma se abrió, dejándola caer y luego comenzó a tambalearse. ¿Qué le ocurría? Mariana recorrió su cuerpo con la vista, buscando una señal y descubrió el pequeño rio carmesí que comenzaba a fluir de su garganta. No...
El cuerpo del uniformado, fue desmoronándose poco a poco. Primero, sus rodillas chocaron contra el suelo, retumbaron con un ruido sordo. Luego, su torso, cabeza y brazos, cayeron inertes también.
No…
-¡NOOOO…! -gritó Mariana.
Enseguida se levantó y corrió hasta llegar a él. Cuando llegó a su lado, se postró de rodillas y colocó una mano en la herida que tenía en el cuello, presionando para tratar de detener la sangre.
El policía se convulsionaba con cada una de sus respiraciones y la sangre salía por su boca. Mariana no sabía que hacer, presionar la herida no estaba haciendo ningún bien, pues veía que su estado estaba empeorando.
El pánico amenazaba con dejarla en blanco. No, tenía que buscar ayuda, se dijo, todavía quedaban policías en los alrededores, porque aun escuchaba sus disparos.
Cuando iba a levantarse para buscarlos, el policía tomo su mano y la detuvo. No dijo nada, solo la miró. Mariana creyó que encontraría reproche o rencor en su mirada, pero lo unico que encontro fue angustia y también aceptación, pues sabía que estaba muriendo, que era su fin. También vió la súplica en sus ojos. Comprendió que no quería encontrar la muerte solo, así que no se apartó y se quedó con él.
Marina quería decirle cosas, cosas que lo apaciguaran, que lo consolaran, pero no sabía que decir. Se sentía muy agradecida y mal a la vez. El disparo iba para ella, pero en cambio él era el que estaba agonizando en su lugar. No supo decir nada más que una palabra: gracias.
Después que lo dijo, una lágrima resbaló por la mejilla del policía y cuando encontró la mano de Mariana, la apretó como respuesta. Luego, respiró una vez más y solto el aire pausadamente. Sus ojos miraron al cielo con expresión serena y no volvió a moverse. Su alma se había ido.
Mariana se quedo mirándolo fijamente, no podía apartar los ojos de él. La sangre aun salía del cuerpo ya sin vida. Nunca había visto tanta sangre. Sus manos estaban cubiertas con una capa de esta. De pronto comenzó a temblar violentamente. Quería gritar de pánico, pero el grito no salía, se le atascaba en la garganta. Se sintió mareada, con nauseas y le costaba respirar. Sentía que iba a desmayarse en cualquier momento por lo que bajó la cabeza y cerro los ojos para tratar de calmarse, pero las lágrimas no tardaron en caer y empapar su rostro.
Se lamentó en silencio. Quería maldesir, renegar contra alguién, pero nadie tenía la culpa más que ella. Por sus disiciones..., por involucrarse..., por confiar. Como pudo ser tan estúpida…
De pronto, escuchó que la gravilla crujía bajo unas pisadas. Levanto la cabeza para ver de donde provenian, y vio a una silueta negra que apareció por entre las pilas de chatarra. Caminaba hacia ella y cuando la luz del farol le dio al hombre en el rostro, lo reconoció enseguida. Adrián.
Se acercaba con paso firme y amenazante. Cuando la vió allí, junto al policía muerto, su rostro se iluminó con puro macabro y negro placer. Gozó con la escena que veía. Cuando llegó hasta ellos, miró el cuerpo del policía e hizo una expresión de repugnancia, como si lo que viera, no se tratara de un ser humano abatido, sino de una cucaracha aplastada en el suelo. Mariana sintió nauseas también, pero de él, ¿cómo podía existir alguién tan cruel?
Adrián se dió cuenta de como lo miraba Mariana y se rió con burla.
-¿A dónde pensabas ir amor? -dijo- ¿querías irte con él? -preguntó a Mariana con sorna- ¿Acaso no te di lo suficiente…? -dijo con tono falsamente afectado- Todas son iguales… ¿o no, amigo?
Algo duro y frio presionó la nuca de Mariana. Una pistola, supo ella. Un escalofrío recorrió su espalda, su sistema nervioso reaccionaba al peligro.
-Hola preciosa… ¿Me extrañaste…? -susurro una voz grave cerca de su oído.
Conocía esa voz.
El miedo la embargó y la impotencia, la suciedad, volvieron a ella tal como aquel día. Pero ahora no había nadie que la salvara. Estaba completamente a merced de él.
Estaba perdida…
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DESEO CLANDESTINO
Ficção AdolescenteMariana Mitchell es una chica de 21 años hermosa, alegre, decidida y amante de la música. Tiene una vida normal, un buen trabajo y una buena familia. Guarda un profundo deseo, seguir los pasos de su fallecida madre quien fue cantante en Nueva York...