Capítulo uno

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FIONA
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Cuando conocí a Jordan Hansen, yo tenía solo doce años. Él tenía catorce. Quizás por ello jamás lo había visto antes, o quizás porque no me gustaba mirar a las personas y detallarlas como lo había hecho con él.

De hecho, esa fue la primera vez que decidí fijarme en ese tipo de cosas, como si hubiese despertado a un mundo repleto de antes y después, regido por reglas del pasado, presente y futuro.

Un mundo real, donde sientes cosas reales y pareces ser el centro de un universo que, de hecho, está lleno de ellos. De miles de centros y miles de vidas, y es… bueno, es fascinante. Con Jordan Hansen descubrí lo fascinante de pensar acerca de cuán complicadas pueden ser las vidas de otras personas.

Desde el primer día, sentí ganas de verlo más a menudo. Una clase de necesidad de apreciarlo al igual que un coleccionista aprecia un nuevo producto extraño, curioso, diferente a lo que ya conoce.

¿Y quería apreciar a un chico? Sí, y lo quería de verdad.

Me reconfortaba la idea de que Jordan lucía como una chica. Todos lo comentaban, que tenía rasgos muy femeninos; su cabello largo y rubio, su rostro delicado y uno que otro tinte de su personalidad que no encajaba con el estereotipo masculino.

Probablemente haya sido eso, que ese chico era mi tipo de chica o algo por el estilo. De modo que tenía el presentimiento de que toda la confusión terminaría tan pronto se cortase el cabello o desarrollase algún rasgo que no me resultase atractivo; era casi seguro.

Sin embargo, el mundo parecía ingeniárselas para ir en mi contra cuando cumplí trece años y mi familia llegó a la conclusión de que nos hacía falta estar más presentes en la comunidad. Mi hermano, Braden, era el único que solía llegar a casa con al menos cuatro amigos a los que había saludado.

Yo no era de algo más que sonrisas a quien también me sonriera, y aun así casi nadie me sonreía. O no quería notarlo, insegura de estar realmente cómoda con pertenecer a una parte activa de la sociedad.

Ajenas a eso, mis madres me dijeron que habían invitado a varios chicos y chicas de la escuela y el vecindario a mi fiesta de cumpleaños. De la escuela y el vecindario, a mi fiesta de cumpleaños. De la escuela a mi fiesta de cumpleaños. No tuve suficiente espacio en mi cabeza para algo más allá, y con mucha razón, porque días más tarde vi entrar por la puerta de mi casa a los hermanos Hansen, Alexandra y Jordan Hansen.

No sé qué tan mal suena, pero más Jordan que Alexandra hasta donde podía decir mi atención. Trataba de decirme siempre Jordan y Alexandra, Jordan y Alexandra, pero una voz en lo más profundo de mi consciencia se hacía notar incallable con un eco de Jordan, Jordan, Jordan, Jordan.

Jordan, Jordan, Jordan.

En el periódico de mi mente ocupaba no solo los titulares, sino cada uno de los sucesos, anuncios, pasatiempos, recordatorios y variedades. Y en una esquina pequeña del borde de la página central, junto a un código borroso, ilegible y estilizado en negrita, letras altas y delgadas ponían traído a ustedes por Alexandra.

Un hecho de doble filo: Jordan no estaba allí por verme.

No era mi amigo ni el de Braden, pero sí el hermano mayor de una de mis compañeras de clases. Tan sencillo como aceptar que se presentó para cuidar de ella. Y aun así, algo en su manera de sonreír al verme me hizo querer que cada día fuese de ese modo, que cada mañana alzara su mano en un ademán hacia mí, antes o después de que yo hiciera lo mismo.

Me fijé en que no pasaba lo mismo con el resto de las personas, como, no me sentía en la necesidad de saludarlas. No quería, por más que mi mente tratara de hacerlo sentir más bonito que dicho así. No me importaba si el resto de los invitados se acercaban, se iban, se quedaban, se caían o robaban algo de la mesa de comida; pero el cielo se caiga si miento al decir que no me importaba si Jordan se dirigía a mí.

Puedes amar bien, puedes amar malDonde viven las historias. Descúbrelo ahora