He nacido producto de un extraño suceso y soy conocido como un mal que acecha y atrae las desgracias a cualquier manada que me acoge. No he conseguido convivir con los de mi especie por más de tres años, es como si les callera una maldición a todo aquel que esté a mi alrededor.
Tras varios sucesos desagradables que viví durante mi infancia tomé la triste idea de aislarme, abandoné a mi familia, a mis amigos, lo hice para protegerlos pero ellos creyeron que me marché porque no estaba de acuerdo con el mandato de la orden de los sabios. Si quería permanecer dentro de una manada debía aceptar el mandato: vivir alejado de la manada en la completa soledad.
Nadie era consciente de todo el sufrimiento que estaba viviendo, para los sabios les fue sencillo condenarme al aislamiento para protegerse a ellos mismos y al resto. Yo era una rareza dentro de mi especie, un monstruo que debió haber muerto al nacer pero si sobreviví es porque... ¿Por qué tuve suerte?
Fui un lobezno fuerte que tuvo que experimentar su transformación humana a los cinco años, esa experiencia fue de lo más dolorosa y terrible, no lo hubiera logrado sin la ayuda de mi madre que no me abandonó en ninguna instancia, permaneció a mi lado por los largos cinco días, consolando mi agonía, escuchando mis lamentables aullidos cambiar por gritos desesperados de un niño.
Se supone que los descendientes de los hombre lobo nacen como humanos y a una edad madura se transforman en lobos, en mi caso fue lo contrario cuando mi madre iba a darme a luz la partera le notificó la trágica noticia.
En su vientre llevaba un lobezno en vez de un niño humano, por lo que mi madre se tuvo que transformar en loba a pesar de las contracciones para lograr con éxito mi nacimiento, las posibilidades que sobreviviera eran escasas pero ella jamás perdió las esperanzas y aquí estoy, solo, convertido en un ermitaño que no sabe como sonreír.
–¡Hey! Barend –gritó Egmont entusiasmado por mi aparición–. Ya creí que no vendrías.
Lo vi desde la distancia azotando su brazo en el aire para llamar mi atención, su cabello platino ya llamaba bastante la atención, aun así le hice una seña con la mano para que supiera que lo había visto. Se resguardaba de la leve llovizna que azotó esta mañana la ciudad de Rothenburg ob der Tauber bajo el techo de una cafetería.
No nos separaba muchos metros de distancia por lo que llegué en menos de un minuto ante él y le di un tierno beso en la frente, como de costumbre se apartó con las mejillas enrojecidas por la vergüenza y otro tanto por el frío del ambiente.
–No hagas eso –susurró Egmont lo más bajo posible–. Creerán que somos pareja.
Me importaba muy poco si las chicas que se encontraban a menos de un metro pensaran que era gay, es más, Egmont me facilitaba el trabajo. La mayoría de las veces en que bajaba a la ciudad Rothenburg en mi transitorio recorrido se interponía en mi camino una que otra chica, lo cual era detestable porque eran tan insistentes que debía ofenderlas para que me dejaran en paz.
Un leve cuchicheo de parte de las dos amigas que esperaban a que la llovizna cesara abundó en el incomodo silencio que experimentó mi pequeño e indefenso Egmont y los miramientos de "que desperdicio de hombre" provocaron que mi amigo se pusiera rojo como un tomate y huyera del lugar, sin antes aclarar el malentendido.
–No soy gay –notificó a las chicas que lo envidiaron.
Lo vi alejarse en dirección al centro de la ciudad, mojándose con las finas gotas de agua que caían en abundancia.
–Él es muy tímido –aclaré con prepotencia, fulminado a las chicas con la mirada–. No vuelvan a acercarse a nosotros o las arrojare a un risco.
No perdí mi tiempo para descubrir que cara pusieron ante mi amenaza, volver a juntarme con Egmont era un hecho irrefutable que debía efectuar en el menor tiempo posible. Algo le había sucedido porque las vacaciones tanto de invierno como de verano, faltaban varios meses y tampoco era fin de semana lo que significaba que faltó a clases.
Cabe mencionar que vivimos en diferentes ciudades y nos separaba una distancia bastante considerable. No vendría a visitarme a no ser que necesitara de mi compañía, consejo o algún o algún amigo que lo apoye. Lo último me dejó dando vuelta en la cabeza ¿Qué lo apoye en qué sentido? Ese pensamiento fue el detonante de realizarle una pregunta apenas lo encontrara.
–¿Dejaste a una chica embarazada? –pregunté un tanto confuso con mi propia pregunta.
Egmont abrió los ojos como platos por la sorpresiva pregunta sin saber que responder, sus balbuceos no me dejaron comprender su respuesta así que tuve que apretarle la nariz para que se tranquilizara; al menos esa pregunta quedó descartada.
Pasé mi brazo sobre su hombro para llevarlo a algún lugar con techo porque comenzó a llover más fuerte de lo normal en aquella época del año. El mejor sitio que podría llevarlo era a un amplio y tranquilo local de comida casera en las cercanías del centro.
Sentado frente a frente en una mesa para dos en el rincón más oscuro y alejado del local fulminé a Egmont con la mirada quien se negó a mirarme a la cara. Tenía la vista fija en su café con leche jugueteando con la espuma.
–¿Y no me vas a decir el por qué te diste el lujo de recorrer trescientos ochenta y cinco kilómetros en época de clases? –indagé sin mostrar ningún indicio de preocupación en la voz.
La angustiante mirada en los ojos celestes de mi amigo me indicó que no se encontraba en condiciones para hablar. Sin embargo, se esforzó por esbozar un par de palabras inundándosele los ojos de lágrimas.
–Huí de casa... porque mis padres intentaron asesinarme –confesó Egmont con los ojos llorosos y la voz acongojado.
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El Sufrimiento Del Lobo Solitario
LobisomemHe nacido producto de un extraño suceso y soy conocido como un mal que acecha y atrae las desgracias a cualquier manada que me acoge. No he conseguido convivir con los de mi especie por más de tres años, es como si les callera una maldición a todo a...