Colgando en el vacío.

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  No veía a mi padre desde que me echó de casa, mi madre, por el contrario dejé de verla a los 19 sin embargo me siguió llamando todos los días.
Debo admitir que mi enfado también era y es contra ella, ¿qué madre deja a su hijo solo frente a las adversidades del mundo con solo 16 años?
Mi madre eligió, eligió a mi padre y sé que por mi parte es egoísta culparla pero anhelé tanto un abrazo, un maldito abrazo en aquel piso sin calefacción...
Según fui creciendo la he ido necesitando menos, me he acostumbrado a la soledad, o al menos a mi vida, ya que, si lo pienso bien no estoy tan solo gracias a Erikur, Summer y Andrómeda, mis tres amigos felinos...
Las llamadas se redujeron a una a la semana, aún hoy me llama por cortesía y me envía un WhatsApp para desearme las buenas noches, solo que no esperaba esto, lo que pasó ayer.
Repentinamente me dijo que habían venido a Nueva York y que querían verme, ambos, mi padre al fin, había abandonado su cabezonería y quería conocer al hombre en el que me he convertido, acepté inseguro, aunque siento una mezcla de rencor e ira por ellos, perdonar es de sabios y ellos son mis padres...
Les cité en un lugar estratégico, a dos manzanas de mi casa.
Ese día en el cuarto de baño tuve el tinte blanco temporal en mi mano, observé mis mechones decolorados y decidí que, ya que mi padre haría un esfuerzo por venir aquí a hacer las paces, lo menos que podía hacer era ir lo más natural posible.
Me puse un pantalón gris oscuro casi pegado a mis piernas, mis New Rock, una camisa básica negra, la cual me llegaba hasta la parte mas alta de los muslos y una gabardina de cuero sintético negro, después, salí a las frías calles.
No cogí el coche, no merecía la pena y tampoco quería dejar ver mi estilo de vida medio-alto, hacía frío y me sentía raro, no por la falta de accesorios o complementos, la idea de ver a mis padres me aterrorizaba hasta el punto de hacer temblar mis piernas.
Cuando abrí la puerta de cristal de la cafetería los ví en una esquina bastante discreta de esta, mi madre y su cabello rubio con la piel de porcelana y esos enormes ojos azules que había arrancado de lo mas profundo del corazón de Noruega y la espalda robusta de mi padre.
Al observarme pude ver la sonrisa de mi madre y como mi padre se giraba para verme.
No sé que fue lo que pensó de mi, aquel hombre de casi metro ochenta, pálido y vestido con ropa oscura en la puerta de ese local, lo que si sé es que debí girarme e irme, pero no lo hice.
Toda mi ira se convirtió en una bola que bajó por mi garganta hasta mi estómago y se abrió para dejar en su lugar una sensación extraña, cuanto mas me acercaba mas empeño ponía en no mostrar mis debilidades, sentía que mis piernas se doblarían en cualquier momento.
Mi madre se levantó y me esperó a unos treinta centímetros de la espalda de mi padre, me acogió en un abrazo que yo respondía con una sonrisa.
- Me alegro de verte, mamá.- Murmuré.
- Mírate, Erik, estás hecho todo un hombre. - Me respondió orgullosa.
Hacía años que nadie me llamaba de aquella manera. a mis dieciocho años conseguí el derecho a cambiar mi nombre, había renegado a ambos, sin embargo, ahora fue agradable.
Mi madre se separó de mi para enjuagarse una lagrima con las yemas de sus manos, y luego, sin tiempo para cruzar otra mirada con mi padre me guió a la silla, una a espaldas a la ventana, tomé asiento.
- ¿Qué te has hecho en la boca? - Preguntó mi padre con clara molestia.
Aquel sentimiento volvió a convertirse en una bola de odio e ira que traté de contener con ironía.
- Yo también me alegro de verte, papá.  

  

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