Capítulo III: Lorito

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El sol ya se había puesto. Lo único que quedaba de este ceremonioso día, era el recuerdo.

En una especie de bodega junto al cuarto de lavado, estaban las herramientas del auto, de jardinería y de uso doméstico. Tomamos una pala, el martillo y unas cuantas piezas de madera.

El jardín trasero de la casa no tenía plantas o flores como el de la entrada. Este era un espacio verde y plano, con el césped cuidadosamente corto. En un extremo del terreno, había una mesa de exterior junto a la parrilla, en el otro, un pedazo de basura de un poco más de medio metro; diseñado y construido por León y a lo que él mismo llama "casa para perro", donde en sus tres años, Agustín jamás ha entrado.

Con el resto de espacio sobrante, ciertamente podíamos plantarlo en cualquier lugar, pero elegimos una de las esquinas para no romper por completo el patrón. Sin más tiempo que perder, tomé la pala y comencé a cavar el agujero. Mientras tanto, León buscaba entre las piezas de madera tres que se parecieran en longitud.

Una vez listo, tomé el árbol y lo posicioné en el hoyo tratando de que se mantuviera lo más erguido posible, después rellené el hueco. Finalmente, León ató las estacas alrededor del pequeño retoño y nuestro trabajo había acabado. Observábamos con orgullo nuestra obra como la más hermosa expresión de arte, hasta que Agustín se acercó, levantó su pata trasera y bañó al ciprecillo.

—De haber sabido que mi regalo se convertiría en el baño personal de Tín, no lo habría traído...

—Ya sabes cómo es él...

Eran 8 kilogramos de maldad pura. Un cuadrúpedo de espíritu rebelde y travieso. Si le dices que vaya a la derecha, sin lugar a dudas irá a la izquierda; si le pides que venga hacia ti, definitivamente correrá al lado contrario; si acabas de trabajar arduamente en algo, con seguridad orinará sobre ello. Así es Agustín Alejandro Koberg, el bichón frisé más terrible y adorable jamás visto.

—¿Crees que debería ponerle un nombre?

—¿Al árbol?

—Sí.

—¡Como sea! Apresúrate, quiero tomar una ducha antes de irnos a la fiesta.

—Entonces será... Lorito.

—De acuerdo, Loreto.

—Lorito.

—Sí, lo que sea. Me voy a duchar y al rato paso por ti.

—Está bien.


Un suicido casi perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora