Capítulo VI: Cuando la confianza se ve quebrantada

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En un determinado punto de mi vida, en medio de la pre adolescencia y la adolescencia misma, se extendió una enorme brecha entre mi madre y yo. Como un abismo entre dos montañas apenas conectadas por un viejo y débil puente, así de lejanos nos volvimos el uno con el otro. Muchas veces intentamos reducir ese espacio, pero cada vez que poníamos un peso tan grande en aquel puente de papel, simplemente se rompía. Con el tiempo se volvía a reconstruir, mas cayó en un ciclo sin fin, donde dos seres que se aman son incapaces de aproximarse y entenderse.

...

Ahora estaba sentado a su lado, en ese lugar en que compartimos muchos momentos felices y cálidos y que hoy se volvió un espacio frío y solitario. Ella no quería decir nada, yo tenía miedo de preguntar. Envuelto en una mezcla de curiosidad y temor, finalmente salieron unas cuantas palabras de mi boca —¿por qué piensas eso? — apele a la razón en un momento crítico — ¿qué ha pasado para que pienses que papá está siéndote infiel? — el silencio se posó en su boca.

Podría contar con los dedos de una sola mano las pocas veces en que he visto a mi mamá llorar. Siempre ha sido una mujer, aunque cariñosa, poco sensible. No se ve fácilmente conmovida por cualquier escenario triste o historia romántica, nunca ha mostrado un apego especial hacia las cosas. Definitivamente, heredé mi limitada emotividad de ella. Siendo esta la imagen que siempre proyecta, es devastador y extremadamente raro, ver a Irene Falera en tal estado de depresión.

—Jonathan, no tenemos que hablar de esto. No debes preocuparte. — dijo con firmeza. Su melodiosa voz femenina era capaz de moldearse para sonar severa y cortante, sin embargo, sus ojos no eran capaces de ocultar aquel intenso pesar.

—Si no se lo dices a tu hijo, ¿a quién se lo dirás? —reclamé. — Sé que nunca hemos hablado mucho acerca de nuestros problemas, pero, ¿acaso no es eso lo que hacen las familias? ¿no se apoyan en las dificultades?

Un largo suspiro se le escapó. —Has crecido mucho. Aunque aún te vea como mi pequeño niño, mi pequeño sol... Ya eres todo un hombre. — las esquinas de su boca se curvaron para formar una sutil sonrisa. Seguidamente habló: — No es algo que pueda explicar bien con palabras, tendrías que haber compartido veinticinco años con Javier para saberlo.

—Pues tengo dieciocho viviendo con él— interrumpí. Ella me sonrío de nuevo. — Bueno, solo estaba contando nuestros años de casados. Conozco a tu padre desde hace mucho más que eso, comprenderás que sé muy bien de lo que hablo. — un aura sombría se apoderó de ella nuevamente, su semblante se tornó oscuro una vez más — Esto te podrá sonar tan ridículo como a mí, pero como te dije antes, no es sencillo de explicar. Digamos que su actitud es diferente. Hay una repentina frialdad en su trato hacía mí, es como si hubiese una barrera invisible entre nosotros... Es algo que ni siquiera se molesta en explicar. Anoche, después de que te fuiste decidí hablarle al respecto, pero todo estalló en una discusión. ¿De qué sirve hablar? Aunque tenga estos sentimientos dentro de mí, él sostiene una cosa y yo otra. Duele más estar en esta incertidumbre sin fin que la posibilidad de estar siendo engañada.

Un recuento de numerosos momentos en familia transcurrió desordenadamente por mi cabeza. Me di cuenta de que solo estaba viendo las escenas desde un ángulo, que, si no hubiese llegado a casa en el preciso momento, estaría asumiendo por defecto, que todo está bien dentro de mi pequeña familia, lentamente desplomándose.

Me sentía enojado, impotente, atado de pies y manos; porque, aunque quisiera hacer algo no me correspondía ese trabajo. Esto fue muy difícil de comprender, ya que cuando alguien valioso para ti sufre de esa manera, comienzas a tomártelo como algo personal. Quieres ser una especie de héroe y "hacer justicia" con tus propias manos, con tu estúpido e infantil raciocinio. Hay tres razones de mucha importancia que no me permitieron adoptar una posición tan absurda en esta compleja situación: Primero, reconocer que, aunque esto me afecte de manera indirecta, no tiene nada que ver conmigo. No tengo un motivo por el cual tomar acciones. En segundo lugar, entender que un tercero como yo no puede opinar deliberadamente en una relación de pareja. Y por último, la dificultad en aceptar que mi persona favorita pudiera ser capaz de hacer algo tan despreciable.

Mis labios se movieron, pero no brotó palabra alguna. El deseo de hablar y no saber cómo ordenar las ideas se manifestó en mi silencio perpetuo. Entonces ella lo hizo en mi lugar —Escucha, esto que acabo de decirte no debe afectar tu relación en él. Lo que pase con nosotros no cambiará el cariño que te tenemos. Tú siempre serás su hijo y Javier siempre será tu padre, que por cierto ha sido excelente en eso. Sabes que él te ama mucho, ¿no? Y yo también. Por eso no quiero que comiences a albergar resentimientos en tu corazón a causa de esta charla.

La vi enjugar las lágrimas con sus dedos unas cinco veces como mínimo. Los dos pequeños luceros en su rostro se habían apagado; sin ningún brillo, sus pupilas eran el reflejo de la decepción en su alma y cada gota que brotaba se robaba un poco de su vigor.

—¿Me prometes que estarás bien? — preguntó suplicante —Solo si tú lo estás también. — le sonreí. Me tomó de las manos y les dio un apretón, en seguida plantó un beso en ellas. No dijimos nada más, nuestras miradas se comunicaban. Ese gesto de sinceridad y complicidad me recordó que alguna vez solíamos ser unidos.

No solo la fe mueve montañas, también la adversidad. Ésta me arrastró tan cerca de aquella otra colina que estuvo siempre frente a mí hasta poder abrazarla y sentir su calor de nuevo.

Repentinamente, abandoné mi antiguo itinerario. Ya no pasaría es resto del día durmiendo, tumbado en la cama rodeado por el sonido de la música. Ahora, había decidido quedarme cerca de ella, esa era mi prioridad.

Tomé una ducha y me cambié de ropa, luego sugerí ver una película juntos. Ante mis obvios intentos de subirle el ánimo, ella solo rio y me siguió el juego. En el fondo se oían las pequeñas explosiones de maíz mientras en mi cabeza le daba vueltas una y otra vez a aquel asunto. El último "beep" del microondas me trajo de vuelta al mundo, hacia la cruda realidad de un hogar en crisis.

No recuerdo el título y las pocas escenas que alcancé a ver están borrosas en mi memoria. En menos de veinte minutos de la película, mi cuerpo me cobró la factura de toda una noche en vela. No desperté sino hasta a eso de las 6:00 p.m. al escuchar el rechinar de la puerta. Solo había una persona que podría estar ahí a esa hora: papá.

De pronto, me vi solo en aquella sala con la única persona con la que no querría hablar en ese instante. Estaba acostado de espaldas a la puerta, así que, aunque podía escucharlo no lograba verlo. Entonces se acercó a mí y sentí una palmada en mi hombro —¿Jonathan? —me hablo en voz baja. No tuve más remedio que cerrar mis ojos y fingir estar en profundo sueño. Al fin se alejó.

Apenas entró a su habitación, me levanté de un brinco y corrí para atrincherarme en mi alcoba, pero justo antes de poder ocultarme con éxito, lo vi aparecer frente a mí cargando una manta de franela roja en sus manos. —Ah, ya despertaste. — las comisuras de sus labios se doblaron y en su rostro se dibujó una sonrisa. Me quedé perplejo, nervioso; me sentía incapaz de actuar naturalmente frente a él. Era imposible para mí tener una conversación con mi padre sin querer abalanzarme sobre él como un tigre salvaje dando rienda suelta a sus instintos asesinos.

—¿Todo bien? — me preguntó. Eso era más de lo que podía tolerar por hoy. —Sí. — respondí. Me aparté de su camino y entré en mi dormitorio, con suerte, para no salir más.

La tela de mis sábanas estaba helada, tanto que al hacer contacto con ellas mi piel se erizó. Hubiese deseado arrebatarle mi manta antes de huir de la escena, solo así podría calentarme dentro de la casa, donde esta fría y afilada atmósfera se posó sobre todos nosotros.

....

Hoy por hoy, todavía me inquieta y me entristece recordar ese día. La primera vez que una "verdad" en mi universo se destruyó. 


Un suicido casi perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora