Capítulo VII: Una vida planeada

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En aquella amplia habitación, el matrimonio duerme en la misma cama separados el uno del otro por el gigantesco tamaño de su resentimiento. Desperdician el privilegio del contacto y la simple compañía que proporciona la vida marital, mientras que algunas parejas jóvenes se desean a través del teléfono por las noches. Unos se acurrucan y se duermen imaginándose envueltos en el abrazo de quien tanto aman, pero Irene y Javier desean empujarse lo más lejos posible.

En el fondo del pasillo, las luces de la recámara de Jonathan aún están encendidas. Sin lograr conciliar el sueño, está sentado en el piso con la espalda apoyada contra el armario. Con los audífonos puestos, sus pensamientos divagan entre las letras que sus ojos ven en el libro y las que acompañan la música. Como estar haciendo dos cosas y ambas a medias.

—No hay nada que yo pueda hacer al respecto. Nada... Así que no debo preocuparme más. — me repetí a mí mismo numerosas veces. —Ahora levanta tu trasero del suelo y ponte a estudiar.

Para cuando se quedó dormido, una pila de libros cubría la mitad de su cuerpo como una cálida cobija. Sin comprender mucho sobre la situación de sus padres o de lo que sea que acababa de leer, se dejó caer en un sueño profundo.

[...]

Desperté muy temprano para ser domingo. Me siento vigoroso y entusiasmado. Aquel asunto de anoche se quedó en la mesa del comedor junto con mi desayuno a medio comer; y es que me siento tan bien que ni siquiera necesito alimentarme. El vacío dentro mí no me genera ningún tipo de malestar, por el contrario, me hace sentir ligero.

Me encuentro en el punto crucial de la vida. Es ahora cuando finalmente, colocaré los primeros ladrillos que construirán la sólida base de un futuro brillante. De forma lenta pero segura, el camino a lo que siempre he soñado se está forjando de manera consistente, y estoy listo para abrirme paso a través de él.

Desde muy corta edad, tengo noción de la importancia de tener un plan; cuando juegas a las escondidas, cuando vas a decir una mentira, cuando vas invitar a salir a una chica; cuando hables con una mujer en general; para todo lo que se te ocurra hacer en este mundo, necesitas un plan. Así que aquí está el mío: primero, graduarme de la preparatoria; seguidamente, entrar a la Universidad Nacional a la carrera de Psicología; después, conseguir un empleo y ahorrar el dinero suficiente para irme de la casa a los veintiún años; definitivamente compraré un auto a los veintitrés; más tarde, elegiré una especialidad para mi licenciatura; eventualmente, pensaré en una maestría. ¡Ah! Y quizá "la mujer ideal" se una en el camino para ejecutar a mi lado este plan infalible. Aunque cada vez creo menos en el interés romántico a largo plazo...

Tomé el libro de biología y comencé a leer el tercer capítulo. "Las células procariotas son aquellas sin un núcleo celular definido, es decir, que su material genético se encuentra disperso en el citoplasma..."

En menos de un cuarto de hora, comencé a sentir los párpados pesados; al despertar de mi letargo, tenía la barbilla clavada en el pecho y la boca ligeramente abierta. Esto tuvo como efecto una tortícolis y un pequeño rastro de baba seca en la esquina derecha de mi boca. Me espabilé al escuchar los golpecillos en la puerta. —¡Jonathan! Hora de almorzar — gritó mi madre desde el otro lado.

La mesa estaba servida y los tres comensales distribuidos en sus respectivos lugares. Era un comedor redondo de cuatro sillas donde estaban mi papá, sentado en un lugar cualquiera; mi mamá, en la silla que estaba a su izquierda; y yo a la izquierda de ella.

—Te levantaste temprano hoy. ¿Te caíste de la cama? —dijo papá una de sus típicas bromas. —No. — di una respuesta seca. Entonces mamá dirigió su mirada hacia mí, solo eso era necesario para comprender su inconformidad hacia mi comportamiento.

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⏰ Última actualización: Mar 22, 2017 ⏰

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Un suicido casi perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora