Capítulo V: Los vicios del amor

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Los relatos de amor, están adornados con bellas y coloridas falacias; quiénes aman, disfrazados de seres valientes y puros, pero principalmente, desesperados por darlo todo en nombre de este poderoso sustantivo abstracto. Para algunos, es triste y decepcionante enterarse, poco después, de que todo esto no es más que simple ficción.

En primer lugar, las verdaderas historias de amor están llenas de escenarios grises y obscuros, donde abundan la incertidumbre, el sacrificio y la incomodidad. Así es. El amor puede ser molesto como una espinilla en la nariz; como una repentina comezón en la planta del pie; como el ruido del despertador un lunes por la mañana; como un dolor punzante en el corazón. ¡Cuidado! Esto último podría ser un pre-infarto también...

Por otra parte, los enamorados no son ningunos héroes valerosos, ni ángeles benevolentes; ni hadas de ensueño, ni majestuosas doncellas. En la realidad, son seres llenos de miedo y egoísmo. Son frágiles e ilusos, así como engañosos y prepotentes. Pero al menos una cosa de todo aquel mundo creado es real: todos ellos son capaces de hacer lo mejor y lo peor a causa del amor.

Esta es la enfermad más antigua en la historia. Y entre lamentos, debo decir que, a diferencia del resto de malestares, de los cuales algunos mueren sin experimentar, ningún humano ha logrado dejar este mundo sin padecer de amor. Niños y viejos, adultos y jóvenes, hombres y mujeres, sabios y tontos, cuerdos y locos... ¡Nadie se escapa de la muerte y del amor!

Y hoy digo todo esto como testigo, porque he presenciado la potencia de sus efectos. Porque he visto a los míos desmoronarse y degenerarse por este sentimiento.

...

De nuevo en el auto, nos dirigíamos a casa con la resaca de nuestras vidas. Podría beber diez galones de agua y aun así no saciaría mi sed; podría tomar el bote entero de analgésicos, pero el dolor de cabeza seguiría taladrándome todo el fin de semana. Podría arrepentirme de haber tomado tanto anoche, mas, si volviera en el tiempo, volvería una y mil veces a ingerir la misma cantidad ridícula de licor.

-Oye Jonathan, me preguntaba

-Por supuesto que no.

-Ni siquiera he formulado la pregunta todavía y ya estás soltando una respuesta al azar. No tienes idea de lo que iba a decir.

-Claro que lo sé. Ibas a preguntar si pasó algo con Lydia y ya dije que no.

-Ja ja ja ¡Relájate! Estás demasiado tenso hoy. Solo era una broma. Sé que nunca pasaría nada entre ustedes. De todos modos, son hermanos.

-Exacto.

-En dado caso, Lydia definitivamente puede tener algo mejor que un titán sin gracia como tú.

-Imbécil.-Le di un empujón a León, quien aún se carcajeaba.

-¡¿Acaso quieres que nos estrellemos?! Estoy conduciendo por aquí y te recuerdo que todavía hay alcohol en mi organismo. Si la cagamos, van a decir que el conductor estaba borracho. Aunque no sería del todo mentira. Ja ja ja

-Y a todo esto, ¿es normal que ella duerma tanto? Prácticamente se la ha pasado así todo el camino.

-Está bien. Nosotros estaríamos haciendo lo mismo, pero yo estoy conduciendo y tú estás vigilando que no me quede dormido al volante. Si fuera Lydia, también estaría roncando en el asiento trasero.

-Pues sí. Me viene bien una siesta justo ahora. -extendí mis brazos y abrí la boca para dejar salir un gran bostezo.

-¡No puedes dormirte ahora, bastardo!

León apartó una de sus manos del volante para golpearme. Ni siquiera se me pasó por la mente dormir en serio.

-¿Y por qué preguntaste lo de Lydia? Digo, en realidad era una pregunta estúpida, no me sorprende viniendo de ti, pero me parece que no tiene sentido. No es la primera vez que salimos de fiesta, te vas con alguien y nos quedamos solos. No es como si algo fuera a pasar.

Un suicido casi perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora