Aimé no sabía que estaba pasando, se encontraba en el suelo, alguien le había jalado los cabellos, no le faltó orientarse porque Isabelle le gritaba
— Eres una maldita Zorra – Hugo la observaba entre maravillado y asustado – y tú – decía tomando rudamente el brazo de Hugo – andando.
Lo hizo caminar un par de metros hasta que llegaron a un callejón solitario.
— ¿qué fue todo eso? – preguntaba soltándose.
— ¡¿Qué fue todo eso?! – sentía que estaba como poseída, ella no era así de temperamental, pero estaba molesta como nunca en su vida había estado - ¡¿Qué fue todo eso?! – gritaba, haciendo que Hugo cerrara los ojos ante el sonido de su voz – yo estoy como sonámbula, llorando por toda la calle porque te enviarán a la guerra y tú estás aquí…
— ¿Me enviarán a la guerra? – sintió que todo a su alrededor se detenía. Aunque en realidad muchas veces había pensado que ir a la guerra era casi inminente.
— No cambies el tema… - había hablado aun molesta, sin embargo ahora que lo veía sabía que él en realidad no sabía nada - ¿no lo sabes? – Hugo solo negó con la cabeza, tenía la mirada perdida, miles de cosas, ninguna agradable, pasaban por su cabeza – salió un decreto – decía serena, aunque buscaba las palabras correctas, pero no las había - ¡Hugo! – tocó su brazo a lo que él saliendo de sus pensamientos reviró a verla – todos – decía con la voz quebrada – los varones mayores de 13 años – hacia esfuerzo para no llorar, pero las lágrimas ya se aglomeraban en sus ojos – irán a la guerra.
Había dicho la frase en su cabeza desde que la leyó, pero decirla en voz alta hacía que aquella frase tomará realidad. Sin más se lanzó a llorar abrazando a Hugo, pasó sus manos alrededor de su cuello y afincó su cabeza en su hombro. Hugo de inmediato entrelazó sus manos alrededor de su cintura, podía ir a la guerra, pero no quería perderla, hundió su rostro en sus rizos dorados, aspirando ese aroma que tanto le encantaba, quería perderse en ese aroma por siempre, perderse de la realidad. Los ojos de Hugo se humedecieron, no tenía miedo de morir, sino miedo de no saber que era de la vida de Isabelle, en el campo de batalla no podría saber nada de Isabelle, no quería abandonarla, dejarla sola no era un opción.
— Tenemos que hacer algo – decía limpiando sus lágrimas y levantando su cabeza – tenemos que irnos hoy mismo, nos escaparemos – intentaba darle ánimos, a la vez que cobraba un poco de esperanza, quizás y si pudieran escaparse – ya verás somos listos, más que listos – caminaba de un lado a otro divagando – nos esconderemos y…
— Isabelle – dijo tomándola improvistamente del brazo atrayendo su cuerpo al de él – Te Amo.
Dijo con su voz grabe, ya no había tiempo para tener temor. Con su otra mano alzó la quijada de Isabelle, ella no sabía cómo reaccionar, sentía que temblaba como hoja. Hugo la observó tan solo por un milisegundo más, con toda rapidez acercó sus labios a los de Isabelle, ambos labios se acoplaban a la perfección, habían nacido para besarse. Isabelle se sentía entre feliz y enferma, se aferraba a su cuello porque temía desmayarse, pero no quería que aquello que sentía acabara nunca. Hugo por fin estaba haciendo aquello que desde hace mucho tiempo deseaba, la amaba, la amaba, la amaba.