¿El final?

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Hugo bastante cansado por el trote se paraba en un puesto donde una señora vendía algunas verduras y vegetales. Sabía que necesitaban comida, pero también sabía que no la conseguiría en la calle, ya no importaba si tenía dinero simplemente no había nada que comprar, solo papas en muy mal estado y uno que otro tubérculo. 

Se acordó de su amigo Ismael, él claro que lo ayudaría, como siempre le saldría extremadamente costoso su favor, pero por suerte su trabajo de mago le había dejado muy buen dinero. Iba a continuar su camino pero en un puesto más adelante una señora con unas ciruelas llamaron su atención. Recordó que luego de que papá Georges lo adoptara, él y Isabelle solían comer ciruelas los viernes luego de salir de la escuela, en cuanto papá Georges murió dejaron de estudiar para comenzar a trabajar para subsistir, por suerte el trabajo no era algo que Isabelle y Hugo desconocieran. Sonrío ante aquel recuerdo y se dirigió hacia allá, no importaba cuan caras estuvieran las ciruelas las compraría, quizás y no estaba mal que amara a Isabelle. 

— Deme 4 – sonreía sacando los billetes de sus bolsillos. La anciana señora no dejaba de observarlo, le parecía raro la forma en como lo miraba pero decidió no hacerle caso - ¿Cuánto será?

— Tenía un nieto como tú – dijo aun poniendo las ciruelas en una bolsa de papel – toma son gratis – depositaba la bolsa en las manos de Hugo tocándoselas levemente.

— No, pero puedo pagarlas – conmocionado mostraba los billetes en sus manos.

— Déjame hacerte un regalo.

Aquella señora parecía tener ganas de llorar, sonrío, agradeció y se alejó de ahí, sin embargo, ahora que notaba bien el rostro de las personas a su alrededor, todos lo miraban con un poco de lástima “estas imaginándote todo, nadie te está viendo ¿por qué lo harían?”

— ¡Hugo! – Escuchó el grito de alguien que corriendo se acercaba a él, de pronto aquella chica se encaramaba encima de él, tuvo que sostenerse de aquella baranda de concreto que se encontraba a su costado para no caerse – esto no puede estar pasando – decía llorando, hundiendo su cara en el pecho de Hugo.

— ¡Aimé! ¿qué ocurre? – saliendo de su letargo reconocía a esa chica de cabellos rojos, era su amiga y asistente cuando hacía sus presentaciones de magia.

— No puedo admitir que más nunca en mi vida te veré – continuaba llorando a mares aferrándose a él. 

— Pero ¿qué cosas dices? – en realidad no entendía nada, no era normal en Aime llorar y mucho menos de aquella forma.

— Digo que no voy a dejar que te vayas sin antes – alzó su rostro para observar aquellos ojos celestes que en secreto siempre le habían encantado, pero había otra parte de su rostro que amaba y eso era aquella pequeña y rosada boca, esa que en ese mismo instante no dejaba de ver – qué más da todos vamos a morir ¿no? 

Hugo la sostenía pues temía que si la soltaba se cayera, pensaba seriamente en si Aime estaba borracha, pero no tuvo mucho tiempo para pensar pues los labios de Aime sin demora se unieron a los de él, buscaba con presura que él le correspondiera, pero para él todo era simplemente extraño.

Isabelle sintió como si alguien le sacara el corazón y lo estrujara estando consciente. Su jefe la detuvo y le dijo algo de “corresponsales” pero todo para ella era confuso, sentía un pitido en sus oídos y todo a su alrededor pasaba de forma lenta y silenciosa, asintió a lo que le dijeron, creyó sentir hasta un abrazo, alguien le dijo algo entre loco y demente, no le importó, intentó sonreír, asintió ante otra pregunta que no escuchó y con el decreto en sus manos salió de aquellas oficinas del periódico de París. Observó a una señora llorando con el mismo decreto en sus manos. Comenzó a correr y es que necesitaba encontrarlo, tenían que escapar antes de que fuera demasiado tarde. Aunque ya era tarde. 

No sabía dónde pudiera estar Hugo, pero había ido a comprar comida así que lo más lógico era ir al mercado, estuvo dando vueltas por los puesto pero no lo vio, una paloma asustada agitó sus alas muy cerca de la cabeza de Isabelle ella despavorida trató de cubrir su cabeza, giró alejando a aquella paloma blanca que luego de haberla espantado supo que era muy linda, sonrío pensando que esas cosas, animales atacándola, era típico de ella. 

De pronto lo vio en medio de aquel puente, el mismo donde le hubiera contado la película que viera de chico con su padre, el día en que le señaló su hogar, alegre comenzó a correr hacia él, acercándose más pudo ver que no estaba solo, alguien lo estaba abrazando, de inmediato aquello la disgustó, pero aquel cabello rojo solo podía ser de alguien “Tranquila es solo Aimé – suspiraba aliviada hasta qué - ¡Aimé! ¡Es solo Aimé!”. No terminó de reaccionar cuando vio como ella besaba a Hugo y él no hacía nada para quitársela de encima. Movida por la rabia corrió, en menos de un segundo estaba detrás de ellos “siempre he odiado a ésta zorra” con toda la malicia tomó los cabellos de Aimé los enrolló en su mano y tiró de ella de un solo jalón, lanzándola en el suelo.

Nada nos separaráDonde viven las historias. Descúbrelo ahora