Una promesa

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—¿Carrie? Despierta por favor, debemos despedirnos. —Fue lo primero que escuché, una voz rota.

Abrí los ojos poco a poco y vi a madre, de nuevo lloraba mientras me abrazaba. No entendía que estaba pasando, pero definitivamente ya no estábamos en la explanada.

—No nos dejarán subir, pero a ti y a tus hermanos sí, ese fue el trato. —Comenzó a relatar con voz quebrada, solo eso había dicho y yo ya estaba paralizada—. Por eso me despido, quiero que los cuides. Sé que tienes muchas preguntas pero no hay mucho tiempo. No nos dejaron entrar porque dicen que es nuestra culpa que el mundo esté así, tu padre fue el creador de toda esta mejora tecnología de los últimos años, que nos permitió tener la buena vida que llevábamos, dimos las herramientas para modificar el mundo. Debimos decírtelo hace años pero no le dimos importancia al igual que los demás, solo superiores lo sabían... Y por eso nos culpan.

Era mucho para procesar, quise decirle mil cosas, pero el llanto no me dejaba, ella sólo me abrazó aún más. En ese momento, me di cuenta que era la única presente y que ambas estábamos en una habitación sencilla y gris, ubicada, aparentemente, en el interior de la nave.

—¿Y mi padre?

—No le han concedido tiempo, pero alcanzó a despedirse mientras estabas inconsciente.

Otra mala noticia, no vería a mi padre de nuevo, él, que se sacrificó tanto por traerme. No podía ser cierto.

—Mamá, no puedo hacer lo que me pides... —susurré, las lágrimas ya asomaban por mis ojos.

—Tienes que hacerlo, prométeme que sobrevivirás, por favor —imploraba con ojos desesperados.

—Lo prometo —volví a decir con voz queda. No quería hacerlo, era una promesa demasiado dolorosa, pero tampoco la dejaría irse con intranquilidad.

No quería soltarla ni dejarla ir, tanto sacrificio que habían hecho ambos por mí para nada. Pensar en mis hermanos y en como estarían en este momento me dio la fuerza para evitar derrumbarme.

Finalmente, mi madre me soltó y se marchó. Yo comencé a gritar, implorándole que volviera, hasta que ella finalmente se dio la vuelta en el umbral de la puerta y me sonrió. Sabía que esa sería la última vez que la vería a ella y a su sonrisa.

Cuando se cerró la puerta y sentí el vacío que su presencia dejó, comencé a llorar a lágrima viva, no podía parar. En ese momento escuché que estábamos a punto de despegar, aún tenía oportunidad de verlos.

Me levanté de la cama y me apresuré hacía la puerta. Antes de poder abrirla vi como mis dos hermanos entraban, ambos con lágrimas y mirada afligida. Sin siquiera decir nada nos abrazamos, era todo lo que podíamos hacer en ese momento. Seguramente ya habían hablado con mi madre.

Tras un largo abrazo, nos apresuramos a salir de la habitación hacia una especie de «living» con grandes ventanillas de algo parecido al cristal. Nuestros padres estaban ahí, justo donde me desmayé, al lado del guardia que los contenía a ellos junto a otra gran cantidad de gente. Pareció que nos vieron porque una sonrisa les llenó la cara, gesto que no fue compartido por nosotros. Sentí las lágrimas correr nuevamente por mi cara, mi hermano cargó a Ari, quien sollozaba fuertemente. A continuación, se escuchó un conteo y la nave partió.

Mientras esta se elevaba vimos cómo había muchas más personas de las que creímos. No pude seguir mirando, no soportaba la idea de pensar en todos los que, al igual que mis padres, se quedaron atrás. Pronto nos elevamos hasta que pudimos ver el planeta como lo que realmente era, una esfera gris adelantándose a su fecha de caducidad.

Ansiosos por abandonar ese cruel paisaje que nos causaba impotencia, caminamos por amplios pasillos metálicos hasta que divisamos un gran comedor. Apenas atravesé las puertas, cuando mi amiga me abrazó, murmurando repetidas disculpas.

Me contó rápidamente como el proceso de selección se llevó a cabo basándose en clases sociales y nivel de importancia, por lo que ya existía una lista de pasajeros que borraba toda posibilidad de abordar si no se era parte de ella. Ni siquiera la utopía que decíamos tener se hallaba libre del egoísmo y discriminación.

También me dijo como su familia había muerto en el proceso de evacuación sin darme demasiados detalles, en cambio, su novio había sobrevivido y se encontraba sentado en una mesa cercana a nosotros. Él también me lanzó una mirada que interpreté como una disculpa por lo que pasó, mirada a la que respondí con un asentimiento. 

En ese lapso, mis hermanos habían ido a formarse por comida, concediéndonos algo de espacio.

—Vaya, Leia, parece que ya tienes al «Han Solo» del que tanto hablabas —dije tratando de que aquello sonara como una broma para que entendiera que no estaba tan mal, aunque obviamente fracasé.

—¡Qué irónico! Además estamos en una nave —mencionó ella sin mucho ánimo, siguiéndome la corriente.

No era el momento ni el lugar para malos chistes, pero era mejor pensar en una vieja película clásica que en las atrocidades que a nuestra medianamente «corta» edad habíamos experimentado.

Después de un rato, nos sentamos todos a comer con ellos, tratando de tranquilizarnos mutuamente. Seriamos una familia a partir de ahora. Discutimos sobre el futuro, uno que estábamos decididos a compartir. Lo que pasó no era algo que pudiéramos superar de un día para otro, pero aun así estábamos listos para salir adelante, motivados por todo lo que habíamos pasado y por las vidas que se habían perdido en el proceso. Y al menos por mi parte, no sería en vano la oportunidad que nuestros padres nos concedieron.

Escapando de la AniquilaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora