Revelación

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Capítulo V: "Julio, Clímax y crisis"

Se estarán preguntando cual es mi gran duda, otros ya se habrán dado cuenta, pero igual se los diré: ¿Él sentiría lo mismo por mí? ¿O al menos sentiría algo por mí? Esta era la duda que me atormentaba, definitivamente no podían ser solo casualidades las cosas tan detalladas en que me he visto envuelto con Matías. Y estas casualidades no se detenían, seguían ocurriendo, por ejemplo les contaré una cosa que acaba de ocurrir, apenas comienza el mes:

Como ya es costumbre me senté durante la clase junto a Raúl, mientras que Matías quedaba tras de mí, comenzamos a hablar sobre algunas cosas, entre ellas la criptologia. La verdad es que había llamado mucho la atención de mis compañeros esta forma de comunicación, la mayoría trataba de descifrarlas inútilmente, ya que la clave solo la conocían las personas que yo seleccionaba. De nuevo me fui por las ramas, la cosa es que de casualidad yo mencioné uno de estos lenguajes, un dialecto más bien dicho, este era el jerigonzo. Resulta que los abuelos de Matías hablaban este lenguaje con soltura y casi naturalmente, hablaban así para comunicarse en secreto y que él no comprendiese. Yo sabía hablar un poquito de este dialecto aunque sinceramente casi nada. Se preguntaran en que consiste, ¿No? Es así, después de cada vocal se agrega el sonido "p" y se repite la vocal, un ejemplo es este: Hopolapa, ¿copomopo epestapas? (Hola, ¿cómo estás?).

Al final terminamos Matías y yo practicando jerigonzo por unos días, nos divertíamos bastante, e incluso uno de aquellos días me escribió y me pasó un papelito riéndose, decía así: "Mapaupuropo, epestpas epenteperopo bupuepenopo", les dejare a ustedes esta pequeña traducción. Ah, que gracioso es, atesoré como oro aquel papel. Este lenguaje constituyó nuestro primer vínculo sólido.

Matías sabía que yo me reservaba las criptologias para hablar con las personas más cercanas a mi o las más confiables, bueno realmente no sé si lo sabía, pero me gustaba creer que si lo hacía. La cosa es que él, sin ningún escrúpulo comenzó a mandarme mensajes en papelitos, usando estos métodos. Los mensajes no contenían nada en especial, eran cosas absurdas, pero de todas maneras lo apreciaba como un lindo gesto, así él mismo se incluía, —no sé si conscientemente o no—, en el círculo de personas de mi confianza sin ni siquiera consultármelo, pero no se lo reproché. Más bien me agrado que actuara de esta manera.

Después de esto se me ocurrió una idea, ¿podría yo aprender a hablar jerigonzo con soltura? Así le hablaría a Matías, le sorprendería y causaría su admiración, además existía la posibilidad de que este se interesara en que yo le enseñara, ay que buena ocurrencia fue la mía.

La verdad es que no fue tan complicado, lo que más requirió fue práctica. Me pasé días, alrededor de una semana practicando el jerigonzo, hasta que logré comunicarme en este dialecto. Una noche me decidí, al día siguiente, luego de haber practicado por días, le mostraría a Matías lo que había aprendido. Así de entusiasmado y esperando resultados favorables, me fui a dormir.

Desperté muy animado y me fui rápidamente a la escuela, vuelvo a repetir, como de costumbre, me fui a sentar junto a Raúl, con Matías atrás. Pero la fortuna me sonrió esta vez, la compañera de al lado de Matías no fue a clases aquel día, así que me cambie de puesto y me senté a su lado. Claro está, estuve bastante tímido ya que lo primero que me dijo fue:

— Hola, ¿Por qué te cambias de puesto, y al lado mío? —y me lanzó una mirada interrogante.

— Eh... por nada, es que te... quería decir algo. —le repliqué tartamudeando un poco, de forma tímida.

— No te preocupes, solo estaba bromeando —y rió un poco— en cuanto a los que respondiste.... ¿qué querías decirme?

En este punto yo me acobardé, pero retomé la compostura inmediatamente. Y sin más se lo comencé a decir, aunque obviamente balbuceando un poco por la vergüenza.

El Amante de la SoledadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora