Caminando rumbo al vacio

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Capitulo X: Noviembre, el peso de la soledad

Tal como la primavera, el año está acercándose a su fin, las altas temperaturas nos fuerzan a usar ropa más ligera, a sudar copiosamente y a buscar refugio del implacable sol. Tal como todos codician la sombra de los árboles, yo deseaba estabilidad, estabilidad emocional.

Las cosas seguían tal como antes; mi amigo Luis continuaba distante, yo seguía con mi diario en matemáticas —asignatura donde mis notas no podían ir peor— y mi situación con Matías se mantenía invariable.

Creo necesario hablar más sobre mi amor platónico, es verdad que Matías me gusta desde hace mucho, puede que incluso les parezca algo insano o hasta cierto punto patológico, pero como ya tantas veces les he dicho, me es imposible sacarlo de mi cabeza, lo veo pasar tan a su gusto, esbelto y seguro de sí mismo que imperceptiblemente sonrió para mis adentros y emito un suspiro sordo que nadie oye. Nuestra relación es la misma, sigo proveyéndolo de comida, dinero y respuestas siempre que pueda. Sin embargo algo me apena profundamente, él ni siquiera es consciente de lo que me hace sufrir, debe de pensar que yo solamente soy amable e ingenuo, o que en algún momento del pasado me gusto y ya no, pero la verdad es que no pasa día en el que no me lamente por su rechazo.

Ahora que lo pienso ¿No requiere de mucha valentía hacer lo que hice? Declarármele a una persona abiertamente heterosexual y proponerle que seamos novios, realmente una locura. He de admitir que el amor que ahora nubla mis sentidos, me dio en aquellos momentos la valentía necesaria para hacerlo, si, puede que ustedes no estén de acuerdo pero yo al menos considero mi actuar como valiente, y admito que también fue algo muy espontaneo y poco pensado —entre comillas, tomando en cuenta todos mis borradores de cartas y la planificación previa—. Espero esto contribuya a mejorar un poco mi autoestima, que ya habrán notado, está por los suelos.

Los días pasan lentamente, y como ya he dicho, el calor nos mantiene casi sedados, las clases son bastante tediosas y todos ya esperamos ansiosos la llegada de las vacaciones de verano —vacaciones en las que prefería no pensar—, son un esperanzador descanso que dura alrededor de tres meses.

En cierta clase de lenguaje ocurrió algo bastante chistoso, estábamos analizando poemas que a la mayoría de nosotros nos resultan aburridos, yo trataba de distraer mi mente con alguna cosa novedosa, lo mejor que se me ocurrió fue hacer origami, en el que no soy muy hábil pero se hacer algunas figuritas. Me puse manos a la obra, busque mis tijeras, pero sorpresa, no estaban. Revise meticulosamente mi mochila, pero nada, luego revise el suelo, de seguro se me deben de haber caído, tampoco, ni rastro de ellas. Me di la vuelta y le pregunte a mi amigo Luis si las había visto, a lo que respondió negativamente, pero mientras lo hacía, algo llamo mi atención un poco más atrás; Matías, inevitablemente lo mire como ya me era rutina, tenía algo en la boca, pero como regularmente muerde los lápices —igual que yo—, pensé en eso. Sin embargo no era un lápiz lo que asomaba por sus perfilados labios, eran un par de tijeras rojas y de zurdo, similares a las mías. Y si, eran las mías.

—Psst, Luis —murmure bien bajito— mira al Maty, ¿Qué tiene en la boca?

—Definitivamente estas obsesionado con el— dijo, mientras se volteaba a mirarle.

—Seguro que si —le conteste, con una mirada irónica.

—¿No son tus tijeras las que lame tan apasionadamente? —repuso mi amigo refiriéndose a Sands.

—Creo que sí, pregúntale, tu estas más cerca. Si dice que no son suyas pídeselas por favor. Gracias, te debo una. —le dije al ver que ya se disponía a hacerlo.

Después de que ellos dos intercambiaran en silencio algunas frases, llegaron a mis manos las húmedas tijeras, que hace unos segundos reposaban sobre aquellos labios que me eran inalcanzables.

El Amante de la SoledadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora