Capítulo XI

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El mediodía había llegado, por lo cual a pesar de que las cortinas de la habitación seguían cerradas era fácil vislumbrar lo que había: un montón de ropa tirada, una pared rota, sábanas atadas al respaldo de la cama, y nuestros dos héroes agotados en el suelo.
Lo interesante empezó hace 12 horas, cuando Tony decidió sacar su dedo de la boca de Steve.

- Sabes lo que pasa cuando haces eso, no es el momento Steve.
- Puedo hacerte olvidar, Tony - le susurró mientras volvía a tomar su dedo para lamerlo lentamente e introducirlo a su boca una y otra vez. 

Tony estaba tan atónito por lo sucedido que empezó a introducir su dedo con rabia, como si deseara que Steve se asfixiara pero eso le complacía. Y Steve lo sabía, así que seguía, era un hombre en aprietos dispuesto a darlo todo por el todo en un momento tan crucial. 

- Hazme tuyo... - dijo Steve en voz baja mientras bajaba el pantalón de Tony, y él cedía. Su pantalón bajaba, pero su pene tan firme se alzaba, por lo que Steve lamía sobre su ropa interior para provocarle más, porque sabía que Tony como un hombre inteligente apreciaba cada táctica en la cama, especialmente para despejarle la mente. 

Tony cerró sus ojos y apretó el cabello de Steve mientras este lamía y mordisqueaba sobre aquel estorboso bóxer, con lentitud pero con tanto deseo. 

Empezó a quitarle lo que le quedaba de ropa para devorar con su boca lo que ahora estaba más que listo en la entrepierna de su amado hombre, y este sólo se dejaba llevar. El amor se revolvió con el enojo, por lo que Tony sujetó con más fuerza la cabeza de Steve para que devorara aun más, le movía de arriba hacia abajo a su pleno placer con tal de sacarse el cúmulo de ansiedades que anhelaban salir de aquella ardiente escena. 

Steve sentía que se ahogaba, pero eso era lo que le complacía, por lo que no pedía compasión de Tony, él seguía. Abría más su boca, inhalaba aire como Dios le permitía, gemía como pidiendo clemencia a su amo, pero no paraba. 

Cuando de pronto Tony le tomó del cabello, y sujetándole con fuerza le apartó.
- Detente - le ordenó mientras le miraba fijamente.

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