Capítulo 15

54 6 6
                                    

Narra Doug

Desperté súbitamente, con la respiración agitada y mi corazón latiendo con fuerza. Una fuerte luz distorsiono mi visión, y aunque me costó, pude adaptarme a los rayos luminosos.

Me quedé observando el paisaje y pude apreciar que me encontraba en algo así como el "paraíso", y es relativo, debido a que el lugar me inspiraba paz pero algo no me dejaba totalmente tranquilo. Las olas se movían en una danza majestuosa, hipnotizando a quien las viese por más de cinco segundos. Éstas, arrastraban la arena a su paso para sí mismas, para después devolverla con fuerza. El sol alumbraba ampliamente, y una leve brisa menguaba un poco el calor que se generó.

Con esto se podría decir que no necesitaba nada más, pero eso es lo que tú crees.

Si, necesitaba algo, o mejor dicho a alguien. Si, quería a mi dulce doncella, a mi lado y para siempre. La forma en que la extrañaba era tan difícil de reproducir, sobre todo porque con solo pensar en ella mi corazón se quebraba y necesitaba llorar amargamente para calmar mi dolor, pero este no hacía más que crecer.

Anhelaba protegerla, que se sintiese amada por mi, que alguien sacaba la cara por ella, que no lucharía más sola, pero es imposible si estaba allí, y ella en... en...

¿Dónde estaría ahora? ¿Cómo se sentiría? ¿Me extrañaría? Y con respecto a mi, ¿donde estoy? ¿cuánto tiempo estaré aquí? ¿qué pasó? ¿porqué no estoy con mi amada Ámbar?

Las preguntas hacían un gran nido en mi cabeza, la ansiedad se hacía carne en mi, y poco a poco me consumía en la soledad y la desesperación. Sentía una gran impotencia por no poder hacer algo para salir de allí a buscarla, abrazarla y y hacerla sentir segura.

Pronto, el paisaje tan hermoso que se había mostrado frente a mi hacía cinco minutos, se fue desvaneciendo a mi alrededor, como si arena cayera entre los dedos de una mano.

Acto seguido, desperté en una habitación cerrada, la cual no poseía puertas ni ventanas, y contaba con un foco de luz y un sillón. Es como que hubiese sido construida para que quien la habitase, no saliera nunca de allí, a menos que demolieran las paredes. Un detalle no menor que llamó mi atención fue el hecho de que, al voltear mi cabeza hacia la derecha, me topé con un cuadro, cuya modelo que se encontraba plasmada me resultaba conocida: Ámbar estaba inmortalizada en aquél trozo de tela y madera, al igual que sus benditos ojos, su aromático cabello y esa hermosa sonrisa. Mientras admiraba su belleza y esplendor, no hacía más que recordar a ella, a aquellos momentos que vivimos juntos, todo por lo que luchamos y lo que superamos juntos; aquellas charlas hasta la madrugada, esa luz que irradiaba, su voz y su rostro reflejando cansancio y ternura, sus brazos llenos de amor. Su pijama de unicornios, sus pantuflas de conejito, su maquillaje corrido y los besos con sabor a "Buenos días mi amor": todas estas cosas y más añoraba de ella. Necesitaba estar en casa con ella, sentados en el sillón, frente al televisor mirando nuestras series favoritas; que al pasar un determinado período de tiempo ella se durmiese abrazada a mi, y llevarla en brazos hasta la cama, arroparla, y que cuando despertara me viese viéndola dormir y que me dijese algo como: "¡Volví a ser una niña! ¡Me teletransporte!" mientras una pequeña risa escapa de mis labios.

Me sentía triste, abatido... Y esa tristeza pronto se convirtió en ira, y esa ira se apoderó de mi ser. Tomando impulso, corrí hacia la pared que tenía justo a mi izquierda, dándome contra ella con fuerza, pero sin lograr mi cometido: derribar esa pared que me separaba de mi amada, aunque sin éxito. Lo intenté una y otra vez, pero no había progreso.

Lentamente, me dejé caer.
Me sentía sin fuerzas, cansado, impotente frente a aquella situación... Tan solo deseaba escuchar su voz por unos instantes, para poder relajarme y esperar una buena explicación sobre todo esto.

Pareciera que alguien leyó mi pensamiento, porque a los diez minutos, comienzo a escuchar la perfecta armonía que hacía que mi cuerpo segregara más adrenalina... Aquella melodía angelical que llenaba la habitación y mi pobre corazón adolorido: la voz de mi dulce Ámbar.

Sus palabras fueron bálsamo a mi corazón. Me contó sobre como se hizo amiga de una señora mayor que duerme en la otra camilla de mi habitación, (o mejor dicho, la habitación donde mi cuerpo luchaba por sobrevivir). La pequeña y arrugada mujer se llamaba Prudencia, tenía 79 años y en unos... tres días sería su cumpleaños. Lo que me preocupó más era el hecho de que sería el décimo cumpleaños que pasaría sola. Una mujer tan dulce y cariñosa con los pacientes, acompañantes, médicos, enfermeras... En fin, con todos los que tenían trato directo con ella... Una mujer que hablaba de sus hijos y nietos con tanto amor y orgullo y que guardaba la esperanza de que algún día irían a visitarla... Solo hacía que se estrujara el corazón y sentía la necesidad de acompañarla, pero como yo no podré hacerlo, ya que me encuentro aquí, lo hará mi cuerpo.

Mis ojos, envueltos por un par de lágrimas... Mis mejillas empapadas por muchas de ellas... Mi cabeza dolía pero no tanto como mi corazón. Sentí como el sueño me iba venciendo y caí rendido, y mi dulce Ámbar, hablando al lado de la armadura que me protegía, de los cables y tubos que se conectaban a mi, y de las máquinas que hacían un ruido ensordecedor.



Amor En Tiempos Difíciles -Editando-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora