Capítulo 4

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Eran pasadas las dos de la mañana y como en todos los cruceros llenos de magnates forrados de dinero hasta los dientes, había galas benéficas o fiestas organizadas por gente importante del mundo de los negocios, y cómo no, el Tetanic Skwad también tenía que estar presente.

Cada vez había más risotadas y voces, porque había gente que como Luci, estaba más que borracha. Y como buena borracha, entre tanto "te quiero" se reía a carcajada limpia y no la entendía ni Dios.

-Los hombres son como los cuartos de baño, o están ocupados o son una mierda -soltó Ane de repente.

-Por lo menos sabemos que los que se visten bien, no siempre son mejores cuando se desvisten -añadió Reich encogiéndose de hombros-. Pero lo que sabemos con certeza es que una cartera llena, da como resultado a una chica, o en nuestro caso a un grupo de chicas, muy felices. ¿Verdad? -Esa era la única conclusión decente a la que podían llegar teniendo en cuenta las circunstancias, así que dejaron de filosofar y se dedicaron a camelar camareros para conseguir bebidas gratis.

Y entre risas por parte de las sobrias hacia las borrachas, flirteos por parte de las aprendices con chicos de la piscina, y en general, más tonterías por parte de las chicas, Luci seguía bebiendo como una cosaca, tanto que las dejó sin vodka y no paraba de soltar "te quieros", mientras que las demás cumplían con sus funciones y otras estaban perdidas haciendo a saber qué. Se podía decir que esa era la inauguración oficial del crucero en el que, aunque no lo sabían, iba a haber muchas pérdidas.

Mientras nuestras sugar babies profesionales y sus pequeñas aprendices hacían estragos en la cubierta del barco aprovechando la fiesta de inauguración, las mafiosas del grupo habían optado por un ambiente más privado. Recordemos que se habían trasladado a una sala VIP lo suficiente discreta para no llamar la atención pero en la posición idónea para que todo aquel que buscaba lo que ellas podían proveer lo encontrara allí.

Sí, lo repito, ¿qué pasa? Soy quien narra y hago lo que quiero.

Bueno, también habían hecho que Marçal corriera la voz entre los pasajeros de que en un reservado de los alrededores del bar habrían dos chicas vendiendo "polvos mágicos", "piedras encantadas" y "hierbas aromáticas". Al principio Hel y Sarahi no estaban del todo seguras de si hacer aquello había sido buena idea, pues se suponía que debían evitar llamar la atención, pero unas vacaciones como aquellas no se pagaban solas...

En fin, que sus miedos se intensificaron cuando, pasadas las tres de la mañana, vieron al capitán del barco irrumpir en la habitación. Su instinto las hizo coger sus pistolas sin pensárselo dos veces, aunque todavía intentaban explicar cómo aquel hombre había podido sobrepasar a su equipo de alta seguridad, es decir, Maru.

¿Cómo habían conseguido las pistolas? Subestimáis a mis chicas, las habían robado del cinturón de dos policías en el puerto, con unos encantos dignos de admiración.

El capitán, un hombre corpulento de barba incipiente y una sonrisa divertida, se llevó las manos hasta la altura de la cabeza.

-Eh, eh, tranquilas, chicas. Bajad las armas, no os voy a hacer nada -Hel y Sarahi intercambiaron una mirada que sólo ellas sabían interpretar. No podían hacer lo que el hombre decía, pues no sabían con qué intenciones se había aparecido por ahí, así que apuntaron con más decisión.

-¿No debería estar dirigiendo el barco, señor Capitán? -preguntó Hel con la voz tan cortante como un puñal mientras el peso de la pistola entre sus manos y el frío tacto del metal la reconfortaba. El capitán se encogió de hombros.

-Hasta un hombre como yo puede darse la libertad de disfrutar un poco de vez en cuando -expresó con voz serena-. ¿No tendríais que estar vosotras en la cubierta, disfrutando de la fiesta como los demás, señoritas? -cuestionó con sorna.

-Estamos bien aquí -intervino Sarahi. El capitán paseó la mirada por toda la estancia. Reparó casi con aburrimiento las cajas llenas de paquetes con cocaína y las bolsas de marihuana que estaban sobre una elegante mesa de mármol, donde también reposaba la copa de vino que Hel se había estado tomando minutos antes.

-Ya veo -repuso sarcásticamente-. Mirad guapas, voy a ser directo. Todos los magnates, los guiris y hasta unos cuantos nobles que os han visitado hoy han venido por algo, y no van a decir nada porque no les conviene. A mí tampoco me conviene decir nada, así que ya podríais ir bajando las armas porque no tengo mucho tiempo antes de que empiecen a preguntar por mí.

Hel procesó la información rápidamente y le echó una breve mirada a Sarahi para comprobar si ella también lo había entendido. Sarahi asintió.

-¿Me está diciendo, señor capitán, que desea comprar drogas? -preguntó Hel lentamente. Sabía que el hombre no podía verle la cara gracias a la oscuridad de la noche y el punto estratégico en el que se habían ubicado. Lo agradeció internamente, pues su cara debía ser un poema en aquel momento.

-Sí, bueno, si se le puede llamar así... Yo soy más de LSD y tal, pero en nada el barco se adentrará en mar abierto por lo que no sería muy prudente de mi parte -Hel asintió, a sabiendas de que solo Sarahi la veía, pues la idea de tener a alguien drogado dirigiendo el crucero no le resultaba nada tentadora-. Con unos gramos de cannabis me conformo -agregó el capitán como si nada, mientras ponía cinco mil dólares sobre la mesa.

-Con quinientos es suficiente -replicó Sarahi mientras sacaba un saquito de seda con marihuana de la mejor calidad de su bolso y se lo entregaba al capitán. Este se encogió de hombros nuevamente.

-Considerad el resto como una propina por vuestra discreción y un trato silencioso para futuros negocios -y, el capitán, se dio la vuelta sin más mientras guardaba su nueva adquisición en el bolsillo interior de su pulcro traje blanco-. Ah, por cierto -agregó sin darse la vuelta mientras entreabría la puerta-, yo os aconsejaría que fuerais a por vuestras amiguitas. La rubia y la otra están desplumando a todo hombre con un millón de dólares en su cuenta bancaria como mínimo. Y hay una que se ha subido a la barra y no para de gritar "¡yo me opongo su señoría!", "¡os quiero mucho chicas!". Y eso sin mencionar a las morenas que no paran de irse a por los guiris o a las otras dos, que casi parece que quisieran secuestrar a cada chico que ven con un libro en la mano o una taza de té.

Hel y Sarahi se miraron alarmadas mientras el capitán abandonada la habitación. Estaban recogiendo los últimos paquetes de mercancía cuando Maru entró súbitamente por la puerta, con un bocadillo de mortadela en la mano y moviendo frenética la otra.

-¡Maru! -exclamó Hel preocupada-, ¡creí que ese hombre te había hecho algo! ¿Dónde te habías metido?

Maru habló entre resoplidos mientras se movía enérgicamente y se atragantaba con el bocadillo.

-Lo siento chicas, me ha entrado el hambre y he ido a por algo al bufé... -Sarahi la interrumpió.

-¿Me estás diciendo que, teniendo todo un bufé libre con un centenar de platos de muchísimos países, te has pillado un bocadillo de mortadela? -preguntó incrédula.

-Sí, pero eso da igual -respondió restándole importancia-. Cuando he ido a buscar comida me ha parecido oír un grito, por lo que me uní a la multitud que se había formado junto a la barandilla, para ver qué había pasado.

-¿Y qué era? -interrogó Hel poniéndose tensa.

-¡Son las chicas -exclamó Maru histérica-, han tirado a alguien por la borda!

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-TS

¡Apocalipsis a bordo! (Tetanic Skwad)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora