Capítulo 12

140 42 10
                                    

—Bueno, chicas, ¿qué vamos a hacer primero? —cuestionó Maru una vez que todo el equipo se había separado. Junto a ella se encontraban únicamente Sarahi y Hel.

—Cogemos el metro hasta la dirección que te ha dado tu contacto, ¿no? —preguntó esta vez Sarahi dirigiéndose a la jefa, quien yacía a orillas del puerto analizando, con la mirada oculta tras sus gafas de sol de diseñador, todo el perímetro.

—No seas tonta —expresó divertida Hel, dedicándole una sonrisa divertida a su compañera—. Ni siquiera estoy segura de si hay metro aquí, que lo dudo mucho. Estaba pensando en que lo mejor sería alquilar un coche. Pedir un taxi sería involucrar a una persona más de por medio y el sitio al que tenemos que ir está bastante aislado del centro.

A Maru se le iluminaron los ojos al oír el plan de Hel y, antes de que la susodicha acabara de hablar, se apresuró a decir:

—¿Un coche? Ay, siempre he querido alquilar un coche. ¿Puedo elegirlo yo? Porfis, porfis —pidió haciendo pucheros. Hel sonrió fingiendo sopesar la idea, por mucho que sabía que al final diría que sí, pues le gustaba consentir a sus chicas.

—Vale —aceptó tras un momento en silencio. Maru sonrió abiertamente—. Eso sí, que sea discreto, por favor.

—Claro que sí, jefa —prometió Maru parándose derecha y haciendo el saludo militar. 

Veinte minutos después, Hel y Sarahi se encontraban afuera de una tienda de alquiler de coches esperando a Maru, que se había lanzado como si no hubiese un mañana hasta las puertas del local.

—Como no salga en los próximos cinco minutos, te juro que le voy a decir a Carmen que envenene toda la mortadela del barco —prometió Hel rodando los ojos.

—¿Lo dices en serio? —preguntó Sarahi apartando la mirada de su móvil y dirigiéndola hasta su compañera.  

—Qué va —confesó Hel—, solo quería parecer malota.

—Hel, diriges un cotarro de estafadoras, narcotraficantes y, en ocasiones, secuestradoras. No creo que nadie necesite más motivos para considerarte malota —aclaró Sarahi mientras sonreía a la pantalla del móvil entre sus manos. Hel se acercó a su amiga para ver por qué sonreía tanto y bufó al ver un chat de WhatsApp en la que se podía leer "osito" claramente.

—Joder, Sarahi, ¿es que no puedes dejar de ser cursi ni en momentos como estos? —Sarahi se llevó una mano al corazón con fingida imaginación.

—Yo no soy cursi, cursi es el tiempo que movió el viento, el agua y el mar para unirme con un lazo eterno a la persona de la que no me cansaré jamás. —Hel se golpeó la frente con la palma de su mano.

—Vale, tía, vale. No me empieces a dar la tabarra, anda.

—Pero, Hel —Sarahi hizo pucheros—, me aburro mucho y hace mucho calor. Y encima tuvimos que venir vestidas así, me estoy asando —se señaló de arriba a abajo.

Sarahi tenía razón, el día anterior Hel les había dado ropas especiales para usar aquel día. No era nada llamativo, pero sí práctico. El conjunto estaba conformado por unos pantalones pitillo de color negro que se ceñían a sus piernas para brindarle más flexibilidad si había necesidad de huir, en la parte de arriba llevaban una camiseta de tirantes del mismo color para mejor camuflaje y, como calzado, portaban botines de combate (y unas cuantas armas blancas dentro, por si acaso) preparadas para defenderse si la situación lo requería y una pistola cada una oculta en la parte baja de su espalda. 

Sarahi se había negado a a vestir algo tan monocromático y, después de pedirle a Hel durante todo el desayuno si podía personalizar su vestimenta, la jefa, hastiada de su insistencia, había accedido. Después de eso, Sarahi se había encargado de ponerle parches a los pantalones y tachuelas a sus botines, porque diva se nace, no se hace. Y perra también.

¡Apocalipsis a bordo! (Tetanic Skwad)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora