PRÓLOGO
EL FINAL DEL BAILE
― ¿TE HAS divertido? ―preguntó Mercy mientras Louis conducía en la oscuridad por las resbaladizas calles de Sacramento.
Su coche era bueno; de hecho, el mejor. Un Mercedes con un imponente sistema antibloqueo de ruedas. A pesar de eso, Louis estaba concentrado en la conducción. Eso hacía. Se concentraba en cosas que podía manejar cuando las cosas que no podía controlar intentaban avasallarle.
― ¿Divertido? ―preguntó distraído, al mismo tiempo que giraba a la derecha pasando un semáforo en rojo después de haber comprobado tres veces que no venía ningún coche.
―Sí, Louis... ¡Si te has divertido! Eso que haces cuando te pones todo guapo y te vas a bailar con los amigos. ¿Te has divertido?
«Me lo he pasado en grande siendo follado en el cuarto de baño por el hombre al que estoy rompiendo el corazón, Mercy. Salvo cortarme las venas, no puedo pensar en nada mejor».
―Sí ―dijo Louis con una sonrisa imprecisa en los labios―. Por supuesto que me he divertido. Ya sabes que me gusta mucho bailar.
―Mm... ―Mercy parecía pensativa, lo cual, como casi todas las expresiones en su carita ovalada, la hacía encantadora.
A Louis desde luego no podían sacarle faltas por su gusto en mujeres, ¿verdad? A su padre le gustaba Mercy. De hecho, la adoraba. Su padre le había dicho que aquella sería la mujer que le haría un hombre.
― ¿Mm...? ―apuntó Louis manteniendo la sonrisa en los labios, con los hombros relajados y las manos, firmes y capaces, en el volante.
―Sí ―dijo ella pensativamente―. Me alegro de que hayas salido. Sé que has estado bastante enfermo toda la semana, pero no recuerdo haberte visto bailar esta noche.
«Eso ha sido porque estabas hablando con tus amigos al otro lado de la discoteca cuando Harry se ha acercado por detrás, ha puesto sus manos abiertas sobre mi estómago y me ha sostenido contra su ingle y sus muslos».
―Ha debido de ser cuando estabas hablando con Kerry y Jeff ―dijo Louis sabiendo muy bien que había sido entonces cuando había estado bailando.
Harry ―que le amaba― le atormentaría, le seguiría, le desearía..., pero no le sacaría del armario. No sin su permiso. Lo había intentado una vez. Los resultados habían sido catastróficos para los dos.
La mano de Mercy en su muslo era un gesto íntimo y sugerente.
―Espero que no bailaras con chicas monas ―ronroneó tocándole como un gato. Era una caricia hábil: suave, receptiva a las necesidades de Louis, amable y esperanzada en recibir una respuesta.
A Louis le daban ganas de apartarla de un manotazo.
«No, cariño. Mentir a una mujer sobre quién soy y lo que quiero es suficiente».
―No hay ninguna mujer que pueda hacerme más feliz que tú. ―Oh, Dios. Una verdad. ¡Quién lo iba a decir!
Hablaron tranquilamente, de forma informal, en el camino de vuelta al apartamento que Louis tanto odiaba, aunque estuviera bien arreglado. Mercy era buena decorando con un presupuesto limitado y se había esforzado en que fuera un lugar agradable y espacioso con muebles bonitos y decoración ecléctica. A Louis le gustaba su estilo, pero a menudo pensaba que preferiría unos sofás de piel que hicieran juego con la alfombra, o tener derecho a pintar de verde cazador la pared que estaba detrás del televisor para que fuera con las cenefas de la ventana. Intentaba no decirle esas cosas a Mercy. Había trabajado muy duro y él le había dicho que le gustaría todo lo que hiciera. Además, estaban ahorrando todo el dinero que podían para una casa.