La mañana del martes parecía usual, todos los frecuentes del turno de las 9:00hs llegaban a hacer sus rutinas de ejercicios. Entre ellos Romina de unos 16 años, vecina del barrio, en plena secundaria y activa deportista.
Había terminado el calentamiento, se estaba levantando de la bicicleta fija, cuando levantó sus brazos y comenzó a tambalearse torpemente, y ante lo que pareció un mal paso se desplomó entrando en una crisis convulsiva.
Mientas alguien desesperadamente llamaba por teléfono, entre los demás la sosteníamos y protegíamos su cabeza para que no se golpee, la mantuvimos de lado para que no se ahogue hasta que cesaron los sacudones, aunque esporádicamente tenía espasmos.
La ambulancia se la llevo dormida, junto a su mamá que nos agradeció rápida pero amablemente. Su amiga que quedó en el lugar nos contó que no era habitual, sino que desde sucedía hace unos pocos meses, y estaban todos muy preocupados. Los episodios convulsivos en adultos no son buena señal.
Tres semanas más tarde, la oficina era un mar de trabajo, cada uno inmerso en sus papeles, ignoraba al resto. Cerca de las 10:00hs, Silvia una de mis compañeras más antiguas recibió un llamado telefónico de la escuela de su hijo.
Se la veía notablemente exaltada, debía ser grave, agarró las llaves del auto y ante semejante estado de nervios, Raúl, otro colega, la convenció de llevarla. Ese día sólo supimos que estaba internado pero fuera de peligro, recién dos días más tarde, cuando su madre se reintegró a la rutina, nos enteraríamos de que le estaba sucediendo en realidad.
Silvia se mostraba visiblemente angustiada, no era la primera vez que su hijo Mariano de 16 años se descomponía de esa manera, en los meses anteriores habían visitado a dos médicos clínicos, un neurólogo y la semana siguiente consultarían a otro.
Los estudios parecían normales, las tomografías limpias, los electroencefalogramas sin irregularidades y un sinfín de estudios más que no tenían algo más llamativo que una pequeña anemia. La medicación que se suele recetar en estos casos no parecía hacer efecto, los psicofármacos eran inútiles, las convulsiones habían aparecido hace unos meses para aparentemente...quedarse.
Los meses transcurrieron sin más, novedades esporádicas sobre los dos jóvenes se oían algunos días, visitas médicas, estudios, más medicación, mejoraban y recaían. Cuando parecía que habían desaparecido, los ataques epilépticos reaparecían.
Chismes de gimnasio y oficina, cada uno por su lado, nunca había prestado demasiada atención a las similitudes. Esa tarde, cuando nos inventábamos un recreo y tomábamos un café con Miguel en la cocina, los puntos se tocaron y decantaron en una explicación: Romina y Mariano eran novios.
Se preguntarán ustedes qué tiene que ver. En un principio tampoco lo pude ver, se conocían del barrio, estudiaban en escuelas cercanas y salían hace casi un año. Pero lo poco que sabía Miguel, motivó mi curiosidad, a las pocas semanas me encontré, en mi turno del gimnasio, con una de sus amigas de la secundaría que asustada me contó la verdad.
Meses atrás, antes de que la salud de ambos se complicara, una tarde de julio, de esas muy frías que invitan a quedarse en casa, Mariano y Romina pasaban la tarde mirando películas, el terror había sido el género que había prevalecido.
Cansados de ser testigos quisieron hacer una visita al mundo paranormal, de una manera inocente eligieron un medio popular para hacerlo, el conocido "juego de la copa". Tal vez el título "juego" le daba un tono infantil e inofensivo a lo que iban a hacer.
Desde la antigüedad, se cree que hay gente con el poder de contactar a los seres queridos que están en un plano más allá del terrenal. Se los conoce como "médiums", el intento casero de hacerlo es la ouija, devenido en entretenimiento adolescente en el "juego de la copa", una versión más popular y asequible.
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HISTORIAS DE TERROR
HorrorTe contare historias que te darán escalofríos en todo el cuerpo.