Historia 2: El Sauce

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En las soledades de los campos, ahí donde la noche se hincha y ocupa todo el lugar, reina el silencio del hombre, ocasionalmente silva el viento y los ruidos de animales es lo único que se suele escuchar.

Arriba la luna, como única soberana y testigo de todo lo que ocurre o puede ocurrir, a veces alumbra cuando está llena, otras se esconde para dejar todo en la mayor de las penumbras. Es ahí cuando el cielo se acerca y las estrellas parecen un manto azul con destellos de diamantes.

En ese medio de la nada, cuentan los puesteros, vigías solitarios y valientes de esas vastedades, que nunca hay que acercarse a un sauce cuando está en esplendor. En invierno dejan su cuerpo desnudo, su tronco a la vista y sus ramas son sólo líneas, un indefenso nudo de ramas a merced del frío.

Cuando se aproxima el verano lo recubre el verdor y la vida, lleno de pequeñas hojas ovales que forman una cortina cual manto protector. En la sequedad es difícil encontrarlos, pero a veces entre los matorrales, los arbustos secos y espinosos, cerca de algún arroyo o con el poco cuidado de algún desprevenido crece uno. Los conocedores dicen que no todos son peligrosos, pero entre ellos se destacan los híbridos.

Cuentan que de lejos se ve en la oscilación de esa lúgubre cortina verde sombras, sombras de forma humana, escondidas entre los largos brazos, que se dejan ver en parte con el vaivén de esas ramas que cuelgan como lamentos, largas y dóciles a cualquier brisa o espectro.

Los que siendo más corajudos o presa de una curiosidad, que en cualquiera de los dos casos supera la conciencia de la integridad propia, se acercan para saber más, tal vez sean presa del infortunio y no poder regresar jamás.

Las narraciones más conocidas dicen que hay un límite en la proximidad, uno puede rodear el árbol, observar pero corre el riesgo de sentirse tentado, pues atribuyen poderes a ese mágico vaivén, tal vez magia tal vez algún tipo de hipnosis que atrae y no deja volver. Esto se sabe por aquellos que por un tropiezo, susto del caballo, o ruido estruendoso salieron de su letargo, escapando así del eterno destino.

Muy pocos testigos, viejos contadores de leyendas, se atreven a relatar que pasa más allá, el punto donde no hay retorno. Dicen que si algún transeúnte osa acercarse y tocar el árbol, puntualmente sus elásticas y largas ramas quedará ligado a él de por vida, meciéndose en sus ramas de día, colgando sin tocar el suelo de noche.

Así dicen que el sauce llora, llora por esas almas que esconde, que no encuentran sosiego, hasta que el ciclo comience de nuevo, una nueva presa se acerque y tome el puesto, dejando a la antigua vida comenzar de nuevo.

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