Historia 8: La Chica de la Fiesta

17 1 0
                                    

Era sábado a la noche, Marcos, Ignacio y Damián, eran tres amigos de San Martín que habían ido a bailar al boliche Neuquén, como religiosamente lo hacían cada sábado. Damián era el más ávido para el levante, Marcos lo segundeaba bastante bien e Ignacio era el que menos ganaba, pero siempre estaba. Los tres eran inseparables, toda la primaria y la secundaria la habían hecho juntos, solamente se separaron en la universidad, cuando Marcos se decidió por contador, Ignacio por policía y Damián por enólogo.

Esa noche era bastante linda, Ignacio se quedó con una mina que conocía y le dejó el campo de batalla libre a Damián y Marcos que se jugaron toda las fichas en la pista vip. Damián ganó al segundo intento y Marcos se quedó deambulando por la pista hasta tarde. Una vez que se resignó a que no era su noche, tomó varios tragos de más. Al cabo de un par de horas estaba bastante ebrio, por lo que salió a la pista del patio a tomar algo de aire. Estaba mirando hacia el cielo, intentando inspirar más oxígeno del habitual, cuando le tocaron la espalda. Solamente bastó que la chica le pidiese fuego para que Marcos activase todas sus virtudes de galán y terminase conociendo desde que se llamaba Amalia hasta el sabor de su boca.

Se hicieron las seis y se juntaron en la puerta del boliche, para volverse en el auto de Damián, pero no volvían los tres solos, sino que Amalia los acompañaba. Ella vivía también en San Martín y Marcos se había ofrecido a llevarla con ellos.

Manejaron por el acceso hasta la entrada a San Martín, en vez de tomar hacia la ciudad se dirigieron hacia el otro lado, hacia el Norte. Comenzaron a gastarla por lo lejos que vivía, ella no respondía más que con una mueca extraña. Luego de varios kilómetros Amalia señaló que debían tomar por un callejón hacia la derecha (Este), saliéndose de la calle asfaltada y entrando a un camino de tierra, los chistes sobre la lejanía de la casa se tornaron menos chistes. Manejaba Damián, iba de acompañante Ignacio y atrás iban Amalia y Marcos a los arrumacos. Dicen que la mirada de Amalia era misteriosa y seductora. Damián e Ignacio no podían dejar de mirarla por el espejo retrovisor, su palidez era abrumante. Pasados varios minutos la calle se angostó y a escasos metros veían como se curvaba hacia la derecha, Marcos no quería más besos y se impacientaba por llegar a destino. Amalia le señaló a Damián que no doblase a la derecha, sino que se metiese despacio por un callejón que había hacia la izquierda, Damián dobló dubitativo y un poco asustado. De pronto un viento comenzó a zamarrear los sauces llorones que poblaban la zona. Estaban solo ellos en aquel callejón, la última casita había pasado hacía kilómetros. Ninguno de los tres hablaba.

Manejaron unos doscientos metros, donde el callejón se había transformado en una mera huella. No se veía absolutamente nada. Damián detuvo la marcha sin apagar el auto porque era casi imposible seguir avanzando, Marcos le preguntó sorprendido si era acá por donde vivía y si faltaba mucho. Ella contestó que si, que unos metros más adelante, que siguiera un poco más, su voz había cambiado y su palidez resplandecía en la oscuridad del auto. Ignacio bajó el vidrio polarizado para tratar de mirar mejor hacia la derecha, un frío polar y el ruido del silencio penetraron el habitáculo. Damián titubeó y tartamudeando le dijo a Amalia que no podía seguir avanzando... no sabía que más decir. Amalia le dijo que solo faltaban unos metros. Marcos estaba mudo, el frío del cuerpo de la chica lo estaba congelando. Damián encendió las luces altas y no vio absolutamente ninguna casa ni nada, incluso no había más huella. La mirada de Amalia estaba fija en él. De pronto Ignacio reaccionó y le dijo a Amalia que no podían seguir, que se iba a enterrar el auto, que bajase y que ellos la iban a acompañar caminando. Damián le clavó una mirada desesperada a Ignacio y le dijo que no se iba a bajar, que no iba a dejar el auto solo. Marcos le soltó la mano a Amalia y dijo que tenía mucho frío, que no se iba a bajar porque se iba a enfermar, desconcertado de miedo. Ignacio miró hacia la oscuridad, ahora la mirada de Amalia penetraba sus pupilas desde el retrovisor, entonces bajó la mirada y le dijo que fuese sola, que ellos la iluminaban y la miraban desde el auto. Amalia levantó una ceja en señal burlesca. No importa chicos, ustedes vayan, yo voy sola, no quería caminar nomás. Mitad sorprendidos, mitad aterrados, vieron como Amalia se bajaba del auto, saludaba con un beso a Marcos y luego se perdía entre el forraje silvestre del descampado. Los tres tiritaban de frío... pero más de pánico. Todo sin saber porqué. No se... esa mina...

HISTORIAS DE TERRORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora