13 de septiembre del 2008, 3 am. Una noche inusualmente fría en Bowen.
Dos oficiales comparten unos mates mientras se entretienen jugando al truco. Suena el teléfono.
– Por favor, envíen un móvil, mi esposo ha enloquecido.
– Señora deme la dirección por favor.
– Es en... la.. calle Balva..
– ¿Señora? ¿Señora?
– Por favor, vengan rápido, mi esposo está loco.
– ¿Señora?
– ¿Que pasó? – pregunta el oficial.
– No se, una mujer muy nerviosa, parece que el marido la esta cascando.
– ¿Te dijo donde era?
– Me parece que en calle Balvanera.
– ¿Vas vos? ¿O voy yo?
– Voy yo, debe ser una pelotudez.
La calle Balvanera bordea por el lado norte el pueblo, solo un par de cuadras asfaltadas, las demás son de ripio... que con las lluvias se tornan intransitables.
El Chevrolet Corsa maltratado se desarmaba con cada bache, mientras Girales piteaba el último tramo del último pucho de su paquete.
Era algo de rutina, seguramente mañana volvería a llamar, se repetía mientras iluminaba el final de la calle. La finca de los Robledo, la cuidaban Don Ordóñez con y su mujer con sus dos hijos. Sí, era un viejo borracho, pero era buen tipo. ¿Será que su esposa llamo? Se detuvo y encendió las balizas, toco bocina, pero nada. La brasa del pucho le quemo los dedos. Arrancó y pego la vuelta a la seccional.
– ¿Y? Qué paso?
– Nada, no encontré la casa.
– ¿Hasta donde fuiste?
– Hasta lo de Robledo.
– ¿Y?
– No salio nadie.
– ¿Te bajaste?
– Sí.
– Deben haber estado durmiendo.
Se sentó y recibió un mate lavado. El teléfono volvió a sonar.
– ..........
– ¿Señora?
– ...........
– ¿Señora?
– Las dejaste morir por un pucho.
Colgó el teléfono y se subió al móvil, salio escarbando hasta la finca de los Robledo. Desde lejos se veía el rojo del fuego en la copa de los árboles. Los bomberos tardaron en llegar, no había sobrevivientes. El viejo Ordóñez colgaba del álamo de la entrada, su mujer se había encerrado en la pieza con sus hijos, lo que le facilitó el trabajo al viejo que solo tuvo que vaciar el bidón de kerosene.
Los vecinos dijeron que la mujer andaba en amoríos con un pibe de la zona; y que el viejo se había enterado esa misma tarde. Los aullidos de dolor se escuchaban por toda la calle, las súplicas porque se detuviera se transformaron en llanto desesperado por que no dañara a los niños.
En la seccional guardaron silencio, nadie vio el móvil, no existía registro de las llamadas, hacer como sí nunca hubiera existido era lo mejor.
Girales siguió con su vida como sí nada, durmió en su cama como sí la muerte de esos 4 inocentes no le afectara.
Pasaron algunos meses, la escena se repetía, tomaba un mate con un compañero cuando sonó el teléfono.
Una voz temblorosa voz del otro lado súplica:
– ¡Por favor! Manden a los bomberos.
– ¿Donde señora?
– Bouchard al 1350.
Girales tomo el móvil y salió a toda prisa, era su casa la que se incendiaba. No hubo nada que hacer, las llamas iniciaron en la cocina y consumieron todo el lugar hasta los cimientos... sin perdonar siquiera a su familia que dormía y quedó atrapada.
Girales debió ser hospitalizado, sufrió graves quemaduras en las manos y brazos. Apenas le dieron el alta se voló la tapa de los sesos con su arma.
ESTÁS LEYENDO
HISTORIAS DE TERROR
HorrorTe contare historias que te darán escalofríos en todo el cuerpo.