Historia 11: El payaso bailarín

26 1 0
                                    

Recuerdo cuando nació mi hermana. Al principio todo era felicidad. No puedo negar que sentía un poco de celos, pero verla dormir en su habitación rosada y en su cunita me hacia olvidar todo tipo de resentimiento.

Solo dos semanas duró esa felicidad, hasta que, un día mi papá trajo un regalo cuando venía de vuelta del trabajo.

Era un muñeco, un payaso de plástico muy pequeño, con una sonrisa peculiar y extraña.

La primera vez que lo vi, recuerdo que le aparte la vista instantáneamente. Los ojos estaban desviados hacia un costado, pero pude percibir como me miraban.

Me aparte alejándome muy despacio. Mi papá se dio cuenta y me llamó.

—Tomy —me dijo—, no me digas que te da miedo.

—No —le respondí, intentando no verme asustado frente al muñeco—. Pero es feo.

Mi papá me acarició el pelo—. Sí que lo es, pero no te asustes, no es para vos. Se lo compré a tu hermana; es un muñeco bailarín.

—¿Bailarín?

—Sí, mira. —Entonces me enseño una pequeña llave con la que le dio cuerda.

A pesar de que el aspecto era como el de un muñeco de trapo, se sostuvo firme y una música extraña, una melodía aterradora comenzó a sonar. Una y otra vez…

Tan TanTan tan tan Tan tantan….

Las manos se movían juntas, de arriba a abajo; la cadera parecía desarmarse, el movimiento era tal, que hasta el día de hoy no puedo entender cómo funcionaba el mecanismo; los pies se alzaban sin seguir ninguna lógica, era como si lo hiciera improvisando, sin seguir ningún patrón, bailaba como si pensara los pasos en el momento; lo único que no se movía era la cabeza, estaba apacible, estática, casi desafiándome.

Esa noche, después de acostarnos, comencé a sentirme débil y mareado. No podía dormir, tenía la sensación de que el muñeco entraría por la puerta y me asfixiaría. Trataba de mantenerme alerta, sin embargo, era cada vez más difícil.

Cuando mis ojos me vencieron pude oír, muy a lo lejos, el sonido de la música:

Tan TanTan tan tan Tan tantan….

Por la mañana amanecí en una ambulancia, estaba sucio, tenía vomito, caca y orina en todos lados. Al ver que desperté, el enfermero que me atendía me sonrió, me dijo que todo iba a estar bien y me dormí de nuevo.

Cuando volví a la realidad, creía que había tenido un sueño y que se me había hecho tarde para ir a la escuela, pero me equivoqué, estaba en el hospital. Recuerdo que era de noche y que mi tía me cuidaba. Una intoxicación por monóxido de carbono, todos murieron menos yo. Me sentía devastado, luego de dos semanas pude volver a mí vida cotidiana, solo que ahora vivía con mi tía.

Repetí de año, caí en depresión, sentía que quería morir.  Así pasaron los años, hasta que cumplí dieciséis.

Un día, ordenando unas cajas viejas encontré de nuevo al payaso. No me di cuenta en el momento, lo había olvidado casi por completo. Llamé a mi tía y le pregunté:

—Tía, ¿esto es tuyo? —Tomó el payaso un poco perturbada.

—No, Tomás, mío no es. Creo que es una de las cosas de tu vieja casa.

HISTORIAS DE TERRORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora