1. Piel de lobo

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Marinette estaba tan furiosa, tenía la gran necesidad de asesinar a cierto idiota. ¿Cómo es que habían personas que querían salir con él? Era un hijo de puta con la mayoría, incluyéndola.

Si tan sólo no la hubiera pillado espiando a Nathanaël tan de cerca, quizás su mañana hubiera sido menos amarga y no tuviera que calmarse en los servicios higiénicos.

Se mojó el rostro, vio su reflejo en el espejo y frunció el ceño.

— ¡Te maldigo, estúpido cabrón! —Gritó.

Agradecía internamente que nadie estuviera en ese momento como para escucharla decir una sarta de palabrotas.

Respiró hondo y trató de calmarse, sólo debía ignorar al rubio durante las próximas clases. ¿Qué podía salir mal?

Salió del baño y se topó con una rubia igual de insoportable que el primero. Parecía que no era su día de suerte.

— Pero mira a quién tenemos por aquí. —La miró con superioridad.

— Chloé...—Gruñó. — ¿Serías tan amable de dejarme pasar?

— Por supuesto, no quiero que nos vean juntas, luego las personas se harían ideas. Ya sabes, alguien como yo no debería ser vista con alguien tan poco cosa como tú. —Hizo a un lado uno de los mechones de cabello de Marinette y sonrió. — Así que apártate, bichito. —Chloé la empujó con el hombro antes de ingresar a los servicios y darle fin a su pequeño enfrentamiento.

Si había algo más que odiara aparte de Agreste y su grupito era que la llamaran bicho raro o "bichito", como solía hacerlo la rubia.

Con cara de pocos amigos, se fue a clases, tenía la extraña sospecha que una serie de eventos desafortunados estarían por sucederle.

Échale un poco de tierra a la herida, Marinette. —Se dijo a sí misma. Cada vez que era atacada por alguien, trataba de hacerse fuerte, a pesar de que ella era tan delicada como un pétalo. Si no se mostraba confiada, sabría que nunca hubiera sobrevivido en esa jungla adolescente desde hace años. — Y lamentablemente él es rey de esa jungla. —Suspiró.

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— Por tercera vez, ya te dije que los sujetos se acercaron a mí. Yo no tengo la menor idea de por qué quisieron buscar pelea, Nino. —Adrien se sentía incómodo con el interrogatorio, sabía que su mejor amigo se preocupaba por él, pero a veces exageraba.

— ¿Y te costaba tanto trabajo contestar mis llamadas? ¡Viejo, la secretaria de tu padre me ha estado presionando desde anoche! —Exclamó.

— No le dijiste nada de eso, ¿cierto?

— ¿Por quién me tomas? —Se hizo el ofendido. — Le dije que te estabas quedando en mi casa.

— Bien. —Respondió cortante.

— ¿No piensas volver? Sabes que tu padre podría estar-...—Adrien lo fulminó con la mirada cuando hizo mención de él.

— Gabriel está fuera del país y no regresará hasta dentro de unos días, no me importa si se preocupa por mí o no. —Arrastró las últimas palabras con odio.

Nino estiró el brazo y lo colocó sobre su hombro. — Sabes que somos muy buenos amigos, ¿no es así? —Le dijo. — Si un día no tienes a dónde ir, puedes venir a mi casa, a mamá le encanta que nos visites, dice que eres como un segundo hijo para ella. —Adrien dibujó una sonrisa falsa ante aquello. Era consciente de que la señora Lahiffe era una buena mujer que lo acogía en su hogar cada vez que discutía con su padre y no tenía a dónde ir.

DopaminaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora