Adrien había llegado hace diez minutos al Conservatorio de París. No lucía muy emocionado de estar ahí, pero sabía que ella debería estar cerca. Recordaba casi de memoria sus horarios de ensayo, pero no recordaba en dónde se realizaban las prácticas, el lugar era monstruosamente enorme. Genial.
De mala gana se acercó a un tipo que llevaba consigo un gran violonchelo y preguntó por el grupo de ballet de la maestra Josiane. El sujeto le mencionó que los encontraría en el auditorio que estaba al final del pasillo. El rubio asintió y se apresuró al lugar.
Una vez que encontró el auditorio, se coló en él y trató de buscar entre todas las bailarinas a una en especial. Estaba oculto entre los miles de asientos vacíos al final del escenario.
Pensó que no debería ser tan difícil hallarla, después de todo, ella llamaba bastante la atención.
Sonrió cuando finalmente encontró a una bonita rubia realizando su rutina.
— Te encontré, Bourgeois.
Eran pocas veces en las que Adrien veía a Chloé en sus sesiones de ballet, le sorprendió lo muy buena que se había vuelto en los últimos años.
Tenía una gracia única al momento de deslizarse y hacer los giros.
Ahora entendía mejor porque al alcalde le emocionaba tanto ver a su hija en los escenarios. Ella nació para ser apreciada por todos. Era una maldita diva y tenía muy buenas razones para presumir.
Todas las demás bailarinas cuchicheaban y la veían con algo de envidia, pero nadie nunca trataría de enfrentarla. En cierta forma le tenían miedo y eso estaba bien para la rubia. Mientras nadie se metiera con ella, no habría problemas.
Cuando Chloé acabó en un equilibrio en arabesque*, se sintió realmente estúpido y le recorrió una extraña sensación de horror al ver como la punta de sus pies soportaban todo su peso.
Tenía conocimiento de que las mujeres podían llegar a ser muy flexibles, pero ver a su amiga de la infancia en esa incómoda posición le produjo ciertos escalofríos, sin embargo, no dejaba de lucir asombrosa.
Adrien escuchó atentamente cuando la profesora anunció el fin de las prácticas.
Y con la destreza de un gato, se escabulló sigilosamente a los vestidores hasta esperar a que la rubia hiciera acto de presencia, tenía algo muy importante que decirle.
Las jóvenes que ingresaban se quedaban pasmadas al ver su fuerte presencia. Adrien era uno de esos chicos al que no podías quitarle los ojos de encima fácilmente. Sería más sencillo arrancarle las córneas a una mujer que obligarla a mirar a otro lado.
Ellas no imaginaba que semejante tipo de chico estuviera justo ahí. Todas se hacían a un lado y le sonreían con descaro.
Él ya estaba acostumbrado a ese tipo de reacciones todo el tiempo, incluso de personas de su mismo sexo, cosa que lo perturbaba como el infierno.
.
Después de unos minutos, -y sin el grupo de fangirls cerca-, él observó a una linda muchacha de coleta alta ingresar a los vestidores e ir a su casillero para ordenar sus cosas. Ella no tenía idea de que la estaban acechando por la espalda, hasta que sintió a alguien susurrarle contra el cuello. Chloé reprimió un grito de sorpresa.
— Entonces, ¿debo audicionar para poder estar más tiempo con mi buena amiga? —Preguntó en un malicioso tono. La rubia dejó escapar una risa y se volteó para encararlo.
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Dopamina
FanfictionÉl creía que era una chica tonta y sin ningún encanto femenino, el tipo de mujer del que ningún hombre se detendría a mitad de la calle para observarla con descaro, sin embargo, había algo en Marinette que lo irritaba más que a nada, y era su terque...