Prefacio

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—Siendo ésta la primera noche de la siembra en el año quince del Buey es momento de que ustedes se inicien en la tradición de nuestro pueblo. Tienen la edad suficiente para conocer la verdadera historia de los heroicos hermanos Muraco y Hakan, hombres que salvaron esta tierra y la tribu que habita en ella.

La voz del anciano Tighuel se oía fuerte y clara. Los niños sentados alrededor del fuego y envueltos con gruesas pieles lo miraban expectantes. Las llamas se reflejaban en los pequeños ojos que seguían de cerca los movimientos del maestro. Éste era uno de los momentos más importantes en la corta vida de cada uno de ellos. Era su primera ceremonia sagrada. Más allá de lo que habían oído de sus padres y hermanos nunca antes habían escuchado la Tradición. Esto los volvería definitivamente parte de la tribu.

El Maestro guardó silencio dejando que sus palabras despertaran los corazones de los niños, pues sobre ellos pronto recaería el deber y el honor de cuidar y proteger la tierra. Su rostro ajado por el viento y los años era evidencia de las dificultades que había atravesado. La vida de su tribu no había sido sencilla. Los Dioses los habían puesto a prueba, muchos habían perecido e incluso la continuidad del pueblo se había visto amenazada. En esos tiempos difíciles donde lo único que restaba por hacer era rezar y confiar en que los Dioses mostrarían clemencia. El anciano aún recordaba los largos días y noches cuando había sentido el vacío en su cuerpo de no haber probado bocado alguno.

Siendo ahora el hombre más añoso de la tribu, a Tighuel le correspondía el honor de transmitir la Tradición y hacer acto aquello de lo que fue testigo.

Sus ojos negros observaron a sus oyentes con atención para luego enfocarse en las llamas. El fuego le daba una profunda sensación de seguridad. Los tonos rojizos y anaranjados bailaron en sus pupilas, un aroma ahumado ahogo sus sentidos y lo único que Tighuel pudo oír fue la madera quemarse y quebrarse. El anciano parpadeo lentamente dejando sus pensamientos suspenderse, sintió la sangre correr por sus venas y la tierra fría bajo sus pies descalzos. Se sentía liviano pero contenido en las certezas de las cosas que son. Era él, pero a su vez era parte de la tierra y la historia. Desde ese preciso instante y hasta que su misión acabase sería uno y todo.

Cuando volvió a abrir sus ojos, éstos ya no veían lo que tenía delante. Habían adquirido el color blanquiazul de quienes tenían el don de la Palabra. Los niños apretaron sus mantas sobre sus hombros y contuvieron el aliento.

Gemelos de Sol y LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora