Cuatro

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Hacía meses desde la última lluvia, el río había bajado hasta transformarse en débiles hilos de agua y los arroyos incluso habían desaparecido. La tierra estaba seca al punto de comenzar a resquebrajarse. Para el horror de toda la tribu los siempre verdes árboles ahora no eran más que estructuras esqueléticas grises, sus frutas y hojas hace tiempo habían caído; y ya habían encontrado animales muertos de hambre y sed.

El alimento era escaso para hombres y bestias. Los cazadores debían alejarse cada vez más para encontrar algo con lo que regresar y a veces incluso habían peleado con los carroñeros por sus presas.

En la aldea todos habían perdido peso, algunos demasiado. Las mujeres, encargadas de distribuir la comida, hacían todo lo posible para privilegiar a los más necesitados. De todos modos no era suficiente. Ninguna de las cosechas había dado frutos, por lo que era habitual ver a los niños mascando pasto. Buscaban una leve sensación de saciedad pero sus estómagos rugían en represalia a todas horas haciéndolos doblar de dolor.

Pallaton observaba el horizonte cerrando levemente los ojos para aguzar la mirada. Había procurado mantener ocupados a los pequeños en busca de algo comestible en los bordes del bosque. La actividad los había entretenido toda la tarde, resguardados del sol y olvidando momentáneamente el calor. Ahora estaban, al igual que ella, expectantes. Los cazadores regresarían hoy de su excursión. Habían salido hacia el oeste hace días, con pocas provisiones, muchas armas y la confianza de toda la tribu en su éxito.

Uno de los hijos mayores de Pallaton había salido con ellos. No importaba que fuera uno de los mejores guerreros y un adulto, ella no podía dejar de preocuparse por él y desde ahora en adelante por los gemelos. Ésta era su primera cazaría tan lejos y ambos eran demasiado curiosos para su propio bien. A pesar de tener un espíritu de predadores, eran más exploradores que otra cosa. De seguro se habrían metido en muchos problemas. Pallaton se llevó una mano al corazón y le pidió otra vez a la Diosa Madre protección para los suyos.

—Ya están de regreso —la voz de Tighuel hizo sonreír a la anciana.

—Dime pequeño, ¿los haz visto en tus sueños? ¿Están todos sanos y salvos? —preguntó Pallaton girándose hacia su hijo. Tighuel hacía tiempo había dejado de ser pequeño para convertirse en un hombre adulto. Ahora tenía sus propios niños y una diligente mujer que lo acompañaba. Pallaton estaba sumamente feliz por la dicha que habían alcanzado todos sus hijos pero Tighuel era especial. Era el único que había alcanzado su destino como Maestro. Siempre se preocupaba por el bienestar de todos y se anticipaba a las necesidades de cada hombre y mujer de la tribu. Era por eso que Pallaton no se había sorprendido cuando fue un búho lo que se dibujó en el pecho de su muchacho. Después de todo tenía la bendición de los Dioses y el don de la Vista

—Regresan todos, pero sin el triunfo que buscaban. Estarán desolados y su tristeza se transformará en ira —respondió Tighuel. —Estate atenta pues no sólo se pronunciarán palabras desafortunadas.

Un escalofrío recorrió el cuerpo de Pallaton. Había confiado demasiado en el éxito de los hombres, ella y el resto de aldea. La posibilidad del fracaso no había cruzado por su mente.

Las voces agudas de los niños aclamaron el regreso de los cazadores que caminaban a paso cansado. Estaban cubiertos de polvo y apretaban con fuerza sus armas. No respondieron las preguntas de los pequeños, ni siquiera les dirigieron una mirada furtiva. Iban con la cabeza gacha llevando pocas, muy pocas, presas.

Sokanon encabezaba la procesión y sólo le dedico una amarga sonrisa a su madre. Tighuel abandonó el lado de Pallaton para unirse a su hermano y compartir la carga. La anciana apretó los labios y dio las gracias a los Dioses en una voz fuerte y clara que los niños imitaron.

Alejados y últimos en la fila venían los gemelos. De contextura pequeña en comparación al resto y sumamente delgados como todos, se parecían más a los jóvenes que habían permanecido en el pueblo que a los hombres que habían acompañado.

—Para ti Naan —le dijo Hakan arrojándole una diminuta manzana. —Sólo lo mejor para nuestra querida y adorada abuela.

—Me complace tanto verlos —replicó Pallaton abrazándolos con fuerza a ambos. —¿Qué tal les resultó su primera excursión fuera de la seguridad del hogar?

—Podría haber sido mejor —respondió Muraco golpeando con el codo a su hermano que no dejaba de reír ante la pregunta. —Estamos agradecidos por la oportunidad y el favor de los Dioses.

—Sokanon dijo que fuimos tan buenos como nuestro padre —agregó Hakan cuando volvió a recobrar el aire. —Pero sólo porque cazamos juntos.

—Aún tienen la mala costumbre de intentar ganar en todo —los regaño la mujer. —La vida no es una competencia.

—Lo sabemos Naan —se apuró a decir Muraco. —A Hakan le hubiera gustado ser el mejor para tener algo de que alardear.

—Tu hermano debería preocuparse menos atraer la atención de las muchachas y ocuparse más de Ayashe. Después de todo ella es su prometida, ¿no?

—Eso dice ella —gruñó Hakan por lo bajo. —Hay demasiado de nosotros para todas Naan. Limitarnos a una mujer sería privar de nuestra compañía a las demás.

Su comentario logró una carcajada de la anciana que lo recompensó con un beso en la frente. El ojo izquierdo del muchacho brilló como el amanecer.

—¿Cómo se supone que voy a tolerar a su magnificencia ahora? Tienes que dejar de alimentar al monstruo Naan —se lamentó sonriendo Muraco.

—Los celos no te sientan bien hermano, pero no desesperes que prometo compartir mi suerte contigo.

—Eso es lo que me preocupa —magulló el mayor consternado.

La anciana volvió a reír y entrelazó sus brazos con los jóvenes emprendiendo el camino de regreso. Los gemelos eran una dicha para su espíritu con la frescura de sus palabras y su siempre presente luz. Eso los volvía indispensables ante el dolor de las plegarias sin respuesta.

—Solo prometan que nunca cambiarán —pidió Pallaton sin darse cuenta que hablaba en voz alta.

—Nunca —replicaron al unísono ambos.

Gemelos de Sol y LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora