Uno

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Los gritos de Fimia interrumpieron abruptamente el sueño de todos, una ventosa y seca noche durante la cosecha a finales de los tiempos del Pájaro. La mujer que hacía sólo unas horas atrás había estado trabajando a la par que el resto a pesar de su enorme panza y sin queja alguna sobre el calor, ahora no podía contener su llanto. La Madre Pallaton fue la primera y única en acudir en respuesta. Su enorme figura, pesada y redondeada, se movió rápido entre los cuerpos semidormidos de las otras mujeres para llegar a su lado.

Esta era la quinta vez que Fimia estaba encinta. En todas las oportunidades anteriores sus hijos no habían llegado en el momento adecuado o habían nacido muertos. Las mujeres de la tribu creían que su vientre estaba maldito y por eso solían evitar a la joven embarazada. La Madre Pallaton era la excepción, había parido muchos niños y niñas sanos. También había sufrido la desilusión de aquellos que no habían nacido y conocía los males que aquejaban a Fimia. Estaba segura de que la joven no sobreviviría una nueva frustración, era por eso que la comadrona había estado rezándole a la Diosa Madre por su favor desde hacía varias lunas.

Un nuevo lamento escapó de los labios de Fimia quien se retorcía sobre el suelo. Pallaton se arrodilló a su lado susurrando palabras tranquilizadoras. Colocó su mano sobre la frente sudorosa de la joven y acarició su vientre. Bajo su palma el pequeño se movía sin cesar. Parecía no importarle que aún tuviera tiempo para estar bajo el cuidado absoluto de su madre. Deseaba conocer la tierra y se disponía a hacerlo esa misma noche.

Pallaton buscó con su mirada a sus hijos pequeños. Tighuel estaba observándola mientras arropaba a sus hermanos más pequeños. Una sonrisa se dibujó en sus labios. Sin importar qué ocurriese podía contar con que su noveno hijo mantendría la calma. Le hizo un gesto para que acercara y el niño corrió a su lado en puntas de pie esquivando a las mujeres que intentaban dormir a pesar del llanto de la futura madre.

—Debes ir en busca de agua para Fimia, llévate mi cuchillo y lávalo por favor. Regresa lo más rápido que puedas y trae toda el agua que puedas cargar. ¿Podrás hacer lo que te pido?

El pequeño tomo en sus manos el cuchillo de su madre, asintió y se alejó a toda prisa hacia el arroyo. Pallaton volvió a mirar a la joven parturienta y quito los cabellos mojados de sudor de su frente. Fimia hizo una mueca de dolor y se retorció en el suelo.

—Cálmate pequeña. Aún no llega el momento de empujar. Respira profundo conmigo —le murmuró Pallaton respirando lentamente mientras se acomodaba entre las piernas de la muchacha. —Hasta que llegue ese instante debes estar tranquila, así calmarás a tu hijo. El dolor pasara.

Los impresionantes ojos verdes de Fimia se clavaron en el rostro de Pallaton turbados de miedo y preocupación. La joven asintió lentamente mordiéndose los labios e intentando imitar la respiración de la comadrona.

El tiempo transcurrió demasiado lento desde el punto de vista de las dos mujeres que inhalaban y exhalaban en sintonía. Para cuando regreso Tighuel trayendo consigo una enorme vasija de agua, la luna estaba muy alta en el cielo.

—Gracias hijo, ahora necesito que te sientes junto a Fimia y le cuentes lo que aprendiste sobre el Dios Cazador. ¿Lo recuerdas? Háblale muy despacio.

El niño hizo lo que su madre le indico y comenzó su relato con una dulce y suave voz. La joven cerró sus ojos huyéndole al dolor y enfocándose en lo que oía.

Pallaton sacudió la manta hechándola a un lado de Fimia y lavó sus manos con el agua de la vasija dos veces para asegurarse de que estuvieran limpias. Volvió a tocar el vientre de la joven y comenzó a contar los estremecimientos de la futura madre. Cuando fue el momento indicado levanto el vestido que llevaba Fimia. Un temblor sacudió el cuerpo de la chica, Tighuel se quedó en silencio y observaba a su madre asustado.

—No hay nada que temer. Hijo, quiero que sigas hablando, lo estás haciendo muy bien. Tienes que continuar contándole la historia a Fimia y a su bebé. Pequeña, tú tienes que pujar con todas tus fuerzas, ¿lista?

La joven madre empujó hasta quedarse sin aliento. Lo volvió a hacer una y otra vez en cada una de las oportunidades que la comadrona le dijo. A pesar del dolor punzante siguió esforzándose. Estaba agotada cuando por fin nació su hijo. Fimia se sintió desvanecer cuando lo vio por primera vez. Era muy pequeño, estaba cubierto de sangre y gritaba con fuerza sacudiendo sus brazos y piernas. Era lo más hermoso que Fimia había visto en su vida. Cuando la Madre Pallaton se lo acercó envuelto en una manta, el pequeño tomo enseguida su pecho y comenzó a succionar con la misma fuerza que había estado gritando.

Tighuel lo miraba absorto mientras su propia madre se levantaba para arrojar el cordón que había unido a madre e hijo al fuego. Tighuel había oído que se tenía que quemar para que los niños fueran fuertes y sanos pero sintió nauseas ante el olor a carne quemada. Volvió a mirar al bebé y se sorprendió de verlo con los ojos abiertos. Tenía un ojo del color de la miel y otro marrón muy oscuro, casi negro. El niño nunca había visto a nadie que tuviese los ojos de dos colores diferentes y le pareció algo estupendo.

—¿Cómo se llamará? —preguntó Pallaton cuando regreso.

—Muraco, en honor a la luna que nos ha dado luz y que velo junto a nosotras —respondió sonriente antes de volver a sacudirse de dolor. —¿Qué es lo que está ocurriendo? ¿Tendría que seguir doliendo así?

El rostro de la comadrona se ensombreció y volvió a tocar el vientre de la joven. Tighuel reconoció sorpresa en el rostro de su madre cuando respondió. —Aún hay vida dentro de ti pequeña. Los dioses te han bendecido con dos hijos. Parece que éste aún no quiere salir así que tendremos que esperar.

Durante el resto de la noche aguardaron que el bebé estuviera listo. Fimia amamantó a Muraco hasta que éste se quedó dormido. Pallaton agradeció a la Diosa Madre en sus rezos mientras que Tighuel esperaba en silencio. Estaba por quedarse él también dormido cuando escucho a su madre decirle que ya era tiempo y que debía sostener en brazos al bebé hasta la llegada de su hermano.

Esta vez el proceso fue lento pero no hubo llantos y dolor. El segundo niño llegó en silencio y con los ojos abiertos. Estaba tan quieto que por un momento todos pensaron que había nacido muerto.

La luz del sol que salía sobre las montañas alcanzó el rostro del pequeño que encogió la nariz y parpadeó molesto. Muraco quien había dormido con tranquilidad el resto de la noche se despertó y comenzó a patalear en los brazos de Tighuel. El niño lo sostuvo con fuerza acercándolo a los brazos de su madre al tiempo que Pallaton hacia lo mismo con el recién nacido.

—Hola Hakan, bienvenido. Tu hermano y yo te estábamos esperando —la voz de Fimia se oía cansada y débil pero le sonreía a sus hijos mientras besaba sus cabezas—. El sol salió contigo en tu primer día y por eso será tu aliado siempre pequeño mío.

Tighuel sonreía con Fimia y miraba a los hermanos con atención. Eran idénticos con la excepción que uno tenía el ojo izquierdo amarillo y el otro, el derecho. Eran muy pequeños pero se veían sanos y bebían del pecho de su madre sin dificultad. Tighuel estiró uno de sus brazos y estaba por acariciarlos cuando un sollozo detuvo el movimiento de su mano. Se volteó y vio pesadas lágrimas correr por el rostro de su madre.

—Fimia, lo siento tanto pequeña —murmuró con la voz quebrada de tristeza mientras cubría las piernas de la joven.

Tighuel la miraba sin comprender hasta que noto la rapidez con la que el vestido de Fimia se teñía de rojo.

—Sabía que esto pasaría Madre Pallaton —replicó sin levantar la mirada de sus bebes—. Soñé con ello hace muchas noches. Mi único miedo era morir antes que ellos nacieran. Gracias por ayudarme a que eso no ocurriera. Velaré por ti y por los tuyos desde ahora en adelante. ¿Tú cuidarías de los míos?

—Serán los hijos de la tribu y todos los cuidaremos —le aseguró Pallaton acariciando el rostro de la joven que lentamente cerraba los ojos.

Lacomadrona besó la frente de Fimia y alzó a los bebés que aún mamaban. Lospequeños comenzaron a llorar. Tighuel vio a su madre acunarlos y llorar conellos en silencio. Estuvo a punto de acercarse y acompañarlos cuando vio elcordón umbilical de Hakan olvidado en el suelo. Juntó coraje, levantó el trozosanguinolento y lo dejó caer en el fuego. Esta vez el olor no le provocónauseas, ahora veía las llamas arder y sentía seguridad. Su madre había dichoque los recién nacidos serían los hijos de todos, por consiguiente eran sushermanos. Éste sería su primer acto como hermano mayor y protector.

Gemelos de Sol y LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora