Muraco oía los gritos de dolor y desesperación. A su alrededor todo era caos, pero él estaba tranquilo.
Podía sentir las llamas sombre su cuerpo, su piel quemándose y ampollándose para luego derretirse. El fuego y el humo no lo dejaban ver más allá de su nariz pero escuchaba los cuerpos que lo rodeaban retorcerse y caer. Estaban desmayados o muertos, no podía asegurarlo.
Tenía la certeza de estar muriendo, sin embargo todo le resultaba ajeno y lejano, como si estuviera aguantando la respiración sumergido bajo el agua. Lo único que evitaba que se dejase llevar, flotando para siempre en el río, era una aguda punzada. Un malestar constante que cada vez se tornaba más intenso.
Muraco bajó la mirada y pudo ver en su pecho un enorme agujero negro. A pesar del calor sintió un profundo frío que le heló los huesos.
En pánico busco a su hermano y aulló en terror su nombre sin obtener respuesta. Hakan no estaba allí, por primera vez él estaba completamente solo.
Muraco se despertó sobresaltado y cubierto de sudor, apretaba con fuerza el lugar donde había visto el vacío sintiendo su corazón palpitar con rapidez. No muy lejos de donde estaba acostado podía ver a su hermano durmiendo en los brazos de Ayashe. La visión lo tranquilizo. No hacía mucho que se había dormido pero sabía que sería imposible volver a conciliar el sueño, así que procurando no hacer ruido para no despertar a nadie salió de la tienda.
La noche era ventosa y seca como había el día anterior. No había nubes que pudieran amenazar siquiera con cubrir el cielo estrellado. Muraco camino por el sendero que lo conducía al cauce del río y se dejó caer en lo que antes había sido la costa. Estaba cansado; hacía muchas noches que le ocurría lo mismo. Cada vez que cerraba sus ojos y dormía se veía envuelto en llamas. Al principio había pensado que simplemente estaba preocupado por el destino de la tribu y que esa era la razón de su pesadilla pero ahora no estaba tan seguro de que fuera solo eso. El Maestro Tighuel había dicho que los Dioses le hablaban cuando dormía, algo que le pasaba a la mayoría de los que Veían. Muraco no era uno de los elegidos, pero la idea de que sus sueños eran en realidad profecías no le resultaba tan descabellada.
En la mañana hablaría con el Maestro, tendría que haberlo hecho cuando todo el asunto comenzó pero no le había dado importancia. No era inusual que la agresión tiñese sus sueños, incluso la muerte solía ser algo recurrente. Muraco no era en sí una persona violenta pero tampoco era tan tranquila como se mostraba. El tatuaje de su espalda era una clara manifestación de eso.
El muchacho respiro profundamente, odiando la manera en que esas sensaciones afectaban sus pensamientos. No importaba cuanto lo negase le producían un hambre que no podía saciar.
—Magnífico clima para dormir fuera, ¿no?
—Quiero estar solo —replicó Muraco sin mirar a su hermano menor.
—Puedes estar solo conmigo —contestó Hakan sentándose a su lado y cubriéndolos a ambos con una manta.
Muraco intento hacerse a un lado pero su gemelo simplemente acomodo el brazo con el que lo abrazaba. En represalia el mayor pellizco con saña la pierna de su hermano. Hakan no respondió como esperaba, solo apoyo la cabeza sobre su hombro y se acercó como permitiéndole un acceso más fácil. Muraco resopló con furia y clavó sus dedos como garras en la rodilla de Hakan apretando su piel al punto de lastimarlo. Aquello era algo que le causaba más dolor a él que a su hermano pequeño. Sabía que cuando entraba en este estado mental tenía que perderse en el bosque unas horas, aislarse de todos y calmarse. En el mejor de los casos podía intentar cazar, pues era en estas situaciones cuando traía consigno excelentes presas. En el peor buscaría pelea con quienes no debiera y regresaría medio muerto. En ambos casos podría respirar tranquilo.
Cualquier de las dos alternativas era mejor que esto pensó Muraco apretando los labios. A su lado Hakan suspiró provocándole un ardor en la garganta. No debería ser así. Se suponía que debería cuidar a su hermano siempre. Todo esto estaba mal pero no podía evitarlo. Lo necesitaba.
A los ojos de la tribu Muraco era el gemelo racional, paciente y tranquilo, responsable y tímido con las mujeres. Era cierto, pero no era la única faceta del muchacho. La otra, la que lo avergonzaba, la mantenía oculta de todos. Excepto de su hermano.
Hakan lo había seguido una noche después de haberlo visto regresar ensangrentado en más de una oportunidad. Lo encontró escabulléndose en el asentamiento de los colonos. El grupo de pieles blancas se había establecido cuando los gemelos apenas eran unos niños. El Consejo de ancianos había advertido a la tribu sobre ellos convenciendo a todos que tener contacto con aquellos invasores no traería más que dolor. Desde entonces y sin importar los obsequios con los que se acercaran ninguno de los nativos les dirigía palabra o mirada alguna.
O eso era lo que siempre había pensado Hakan. Esa noche se mantuvo escondido y a la espera, su hermano había entrado en una de las casas ubicadas en la periferia del poblado y no salió hasta casi llegado el alba. Durante ese tiempo, vio hombres entrar y salir del lugar intoxicados, heridos y extasiados. Su preocupacis de la conducta de su gemeno pero necesitaba hacerlo.su encuentro abra de su rostro cubierta de sangre, seca ahora, de lo que hón por Muraco, en consecuencia fue creciendo y sólo la certeza de que podía cuidarse solo fue lo que lo hizo resistir entrar en esa casa.
Cuando por fin lo volvió a ver, el cuerpo de su hermano mayor estaba magullado de golpes. Parte de su rostro estaba cubierto de sangre, seca ahora, de lo que habría sido un corte sobre su ojo amarillo. Hakan camino a su encuentro abrazándolo con fuerza. Muraco se encogió por sus heridas aunque su semblante no podía ocultar su contento. El menor no comprendía el motivo y el deseo detrás de la conducta de su gemelo pero quería hacerlo. Desde su punto de vista, lo que fuera que hacía que su hermano huyese de su lado para volver en este estado calamitoso era un error. En ese instante Hakan se prometió a sí mismo que haría todo en su poder para evitarlo.
—Gracias —suspiró Muraco con un hilo de voz.
—Siempre —respondió Hakan sonriendo.
Hasta que los rayos del sol despuntaron entre los árboles, ninguno de los dos volvió a murmurar palabra alguna.
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Gemelos de Sol y Luna
Short StorySe tienen uno al otro y nada más. Sus vidas no tienen sentido si el otro no está cerca, a veces incluso sus sombras son una. Pero el tiempo que tienen no es eterno.