Capítulo dos.

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A día de hoy, siguen estando presentes todas aquellas marcas que según tú, fueron prueba de nuestro amor.

Levantabas la mano y se me encogía el corazón. Noches llenas de golpes e insultos, amaneceres com la cara rota y los ojos rojos de tanto llorar.

Tú decías que me querías, pero después de pensarlo durante todas esas noches, aprendí que querer significa doler.

Que cada sonrisa se convertiría en lágrima.

Y así fue.

Pero aún así, mi cuerpo captó el mensaje.

Tuve el valor de levantar mi voz, reclamando derecho y pidiendo igualdad.

No estaba sola, Cristina estaba ahí cuando tú y todos los que prometieron se marcharon.

Mi pequeño ángel supo como arrancarme una risa aunque tuviera la garganta seca por pensar tanto en altas cornisas.

Siempre adivinó lo que pensaba
y siempre pronunció las palabras que más adelante hicieron de guía para que yo, la más fiel sirviente de los infiernos,
supiera como llegar a los mismísimos cielos.

Ahora me toca soplar las velas, las velas de mis veinte inviernos y he de decir que te sigo queriendo, que sigo muriendo por ti porque se me desgarra el alma buscando una solución que nunca llega. Me aferro a lo imposible sin querer reconocer que ya no queda nada.

-Sóplalas ya, he terminado de cantar- anunció la castaña.

Sonreí y obedecí sus órdenes.

-¡Bien!- aplaudió ella. -Y aquí, mi regalo.

Extendí la mano para hacerme con un sobre color violeta. Me sorprendió el tacto del mismo y sin más, lo abrí.

-¡No me lo puedo creer!- exclamé. -No puede ser.

-¿Te gusta?.

-Dios, te quiero tantísimo.- dije entusiasmada y abracé a mi amiga con las últimas fuerzas que me quedaban.

-Vale, me estás dejando sin aire.

-Athletic- Atleti. -guiñé.

-Hoy mismo, partiremos a Bilbao en cuanto te laves los dientes.

-¿Ya?, ¡dios que no me da tiempo!.

-Yo te aviso que el avión sale en tres horas y tenemos que estar en Barajas cuanto antes.- anunció Cristina.

-A la orden.

Corrí hacia el baño y mi débil figura se antepuso frente al espejo. Las últimas manchas azules cubrían mis brazos y mi labio seguía sin cicatrizar.

Cóseme, te pido que cierres lo que abriste bien, no hagas como que te escondes.

Acaricié las entradas y me enjuagué la boca.

Recurrí rápidamente al armario para vestirme. Opté por unos vaqueros con algunos rotos en las rodillas y por supuesto, no podía faltar la rojiblanca.

-¿Estamos?- preguntó la castaña cruzándose de brazos.

-Lista.- sonreí.

Cóseme - Antoine GriezmannWhere stories live. Discover now